sábado, 3 de agosto de 2019

CON OTRAS GAFAS / Capacitadas para la vida religiosa


Marie Angie, Camille y Geraldine. Foto: https://www.vaticannews.va/es

"Para las personas con Síndrome de Down los cambios son difíciles, pero cuando la vida es muy regular, logran gestionarla bien". Quien así se expresa es Line, una mujer francesa que a mitad de los años ochenta soñaba con ser religiosa. Quería ingresar en un convento y que también pudiera dedicarse a la vida contemplativa su amiga Valeria, una chica con Síndrome de Down. En aquellos años, la joven Line visitó a congregaciones religiosas femeninas que acogían a discapacitados, pero ninguna de ellas admitía a chicas Down con la inquietud de dedicar su vida a Dios. Las reglas monásticas y el Derecho Canónico no contemplan esa posibilidad.
Sin embargo, Line y Valeria no se rindieron y trabajaron día a día por hacer su vocación realidad. Su aventura espiritual y humana se inició en un apartamento con el apoyo de un pediatra y la participación de otras jóvenes. Posteriormente se instalaron en la ciudad de Tours donde consiguieron el apoyo del arzobispo para que se constituyeran como 'asociación pública de fieles'. Era el año 1990. Cinco años más tarde seguían viviendo en comunidad y se trasladaron a la ciudad  de Bourges a una instalación más grande, ya que más mujeres, varias de ellas con Síndrome de Down, siguieron los pasos de Line y Valeria que tomaron como referencia el camino espiritual de la santa Teresa de Lisieux y siguieron adelante. El apoyo del arzobispo de esa ciudad fue decisivo para que la solicitud de constitución de un instituto religioso de vida contemplativa avanzara en Roma. Finalmente el sueño de Line y Valeria se hizo realidad en 1999 cuando se aceptaron los estatutos de su congregación, denominada Hermanitas Discípulas del Cordero.



Al cumplirse veinte años de la creación de la congregación, la madre fundadora, Lina, explica que "para las personas con Síndrome de Down, los cambios son difíciles, pero cuando la vida es muy regular, logran gestionarla bien". "Han pasado 34 años desde que sentí la llamada de Jesús. He intentado conocer a Jesús leyendo la Biblia y el Evangelio", dice la hermana Veronica. Nací con una discapacidad llamada Síndrome de Down. Soy feliz, amo la vida. Rezo, pero estoy triste por los niños con síndrome de Down que no sentirán esta misma alegría de vivir".
Hoy ocho de las diez integrantes de la comunidad tienen el Síndrome de Down. Sus vidas transcurren entre la oración y el trabajo en talleres de cerámica, tejido y plantas medicinales. Comparten sus capacidades, son felices y aportan mucho a la comunidad desde su gran vida interior.  A veces en los momentos duros a los que tienen que hacer frente todas ellas. Como cuando acompañaron a una de las hermanas en los últimos momentos de su vida. Cuenta Line que acogieron este acontecimiento con serenidad, poniendo todo bajo la mirada de Dios. "Cuando a la mañana siguiente fui a su celda a hablar con ellas, la primera me dijo: 'Es el deseo del cielo'; la segundo me animó: 'Debemos resistir'. Tengamos fe". La realidad de este proyecto de vida, probablemente, ha superado al sueño que la joven Line persiguió en los años ochenta.




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