Francisco García López
Orientador en el Teléfono de la Esperanza
Hoy
quiero escribir sobre algo doloroso, un duelo. Algo teórico, algo que se ve en
la formación que recibimos los Orientadores del Teléfono de la Esperanza y que
estoy viviendo ahora en primera persona.
A
finales del mes de marzo falleció a la edad de 80 años mi tío Pepe por esta
enfermedad que ha cambiado nuestras vidas, el COVID 19. Un hombre bueno donde
los haya, un segundo padre para mí. Recuerdo, recién llegado de Valencia que me
preguntó si iba a ir todos los días a almorzar con él y con su esposa al bar
Mayjo en calle Sevilla. Y así lo hice todos los días menos los domingos durante
casi cinco años. Cinco años en los que pude disfrutar de su bonhomía.
Dicen
que casi todos los muertos son buenos pero él lo era de verdad. Cariñoso,
sensato, buen esposo, buen tío, buen abuelo, un trabajador ejemplar y con un
humor descacharrante. Un auténtico maestro de vida.
Y no
pude despedirme de él como hubiera querido.
En cinco días se fue y no hubo ni velatorio, ni abrazos ni lágrimas
compartidas. Sólo lágrimas en mi casa en soledad. Aunque sé que él, si quiere
que nos acordemos de él es con alegría, con esa felicidad tan contagiosa que
exhalaba.
Y
ahí viene la paradoja, el ayudador ayudado, el orientador del Teléfono de la
Esperanza que pasa a ser la persona que
recibe el apoyo de sus compañeros de la organización. Eso no es algo abstracto
sino que se concretó en los mensajes del Whatsapp, y en las llamadas repetidas de Juan (el presidente),
Reme (una psicóloga), José Antonio (un coordinador). En los quince años que llevo perteneciendo a
esta ONG siempre he oído hablar de la gran familia que componen sus miembros y
es realmente así. Me he sentido muy reconfortado por mis compañeros de ONG y os
estoy enormemente agradecido.
Y la
otra paradoja es la de la vida que sigue sin freno. La vida que me da la
oportunidad de - con mi voluntariado como orientador en el Teléfono de la
Esperanza - de seguir rindiendo un homenaje a mi tío, a mis padres, al resto de
mi familia y a las personas que confían en mí.
Ya
ha pasado más de un mes desde su fallecimiento y he atendido llamadas
relacionadas con el COVID 19 y, modestamente, creo que lo he hecho bien. En las
próximas semanas tengo turnos y me sigo formando para atender a personas cuya
problemática tiene que ver directamente con esta enfermedad y para atender a otras
cuya patología de base se ha agravado.
Decía Borges en el Epílogo a sus Obras
Completas en colaboración lo siguiente: “Somos todo el pasado, somos nuestra sangre, somos la
gente que hemos visto morir, somos los libros que nos han mejorado, somos
gratamente los otros.” Y yo, humildemente, soy un poco mi tío Pepe (esa persona
tan buena) mientras ayudo a otras personas.
Gracias al
Teléfono de la Esperanza por permitirme ser un miembro del equipo y gracias
también a toda la familia del Teléfono de la Esperanza de Málaga por haberme
ayudado cuando lo necesitaba.