Aurelia González Alonso.
Psicóloga Clínica. Voluntaria del Teléfono de la Esperanza de Málaga
La crisis sanitaria sin precedentes que se
vive en todo el mundo está afectando a todos los órdenes de nuestras vidas. Se
han movido los cimientos de nuestra salud. Nos encontramos en occidente y
en concreto en España, con la idea de que tenemos un sistema de salud de los
mejores del mundo y en 15 días, este se ha visto desmantelado y los
profesionales sanitarios y el resto del personal relacionado con el mismo,
desprotegido y desbordado.
En el ámbito del trabajo, muchas personas
han pasado a trabajar desde sus casas gracias al teletrabajo, otros han sido
sometidos a un ERTE o directamente al despido. Todo ello bajo la sombra de ¿qué
pasará cuando volvamos a “la normalidad”?.
El sistema de relaciones se ha modificado.
En muchos casos padres e hijos han quedado separados y no pueden verse,
hay parejas separadas. No podemos visitar a los más mayores, incluso
en el mismo hogar se deben mantener las distancias, o estar en aislamiento para
mantener las recomendaciones de las autoridades. Pero también estamos obligados
a convivir con miembros de nuestra familia con los que en otras
circunstancias compartiríamos menos tiempo, menos espacio; en definitiva, la
convivencia sería de otra manera.
Las relaciones con los vecinos tampoco son
iguales, no podemos prácticamente comunicarnos con ellos y, en algunos casos,
todos “somos sospechosos” y podemos “ser acusados” de ser posibles
portadores del virus.
Pero existen otros cambios. Nuestra
sociedad ha evolucionado y avanzado para protegernos de casi todo. Aseguramos
nuestras casas, aseguramos el coche, nos hacemos seguros de vida, de
enfermedad, planes de pensiones para asegurarnos la vejez … y de pronto,
tomamos conciencia de lo vulnerables que somos.
Esta pérdida de seguridad, de
peligro, la vulnerabilidad ante algo qué no vemos, está
moviendo todos nuestros cimientos.
También quizás, es tiempo de reflexión, de
plantearnos qué es importante en nuestras vidas, a qué le damos realmente
valor, cómo queremos seguir viviendo. Soñamos con poder disfrutar de las coas
más pequeñas, poder ver a nuestros seres queridos, darnos un abrazo,
salir a pasear, etc. Todas estas pequeñas cosas cobran ahora una importancia
vital.
En definitiva, estamos hablando de cambios
no solo cuantitativos sino cualitativos que nos exigen una trasformación en
nuestra estructura mental. Inevitablemente para poder procesar todos estos
cambios, que se convierten en pérdidas de algo que tuvimos y que ahora no
disponemos, necesitamos realizar un proceso de duelo.
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¿Pero qué es el proceso
de duelo?
Duelos son “todos aquellos
procesos psicológicos, conscientes e inconscientes, que pone en marcha el ser
humano ante una pérdida significativa”.
Por lo tanto, lo entendemos como una reacción adaptativa natural y
normal ante la situación de pérdida. Esta pérdida, cómo ya hemos
mencionado anteriormente, no solo tiene que ser por un ser querido, sino
también se produce, ante la pérdida de un objeto, cosa, status social,
relaciones, etc., asociándose a síntomas físicos y emocionales
y que puede ser “real o percibido”.
Siguiendo esta definición, todos estos
cambios que estamos experimentando en este momento, y no solo la
muerte, exigen una elaboración que ayudará, nos
ayudará, a realizarlo de la forma emocionalmente más sana.
Vamos a definir lo que es el proceso de duelo,
teniendo en cuenta la pérdida que posiblemente, es la más importante de todas,
la muerte. Si bien, todas estas características se dan en mayor o menor medida
en el resto de las pérdidas o cambios sufridos a la fuerza y que,
además, es algo que nos debemos permitir, aunque lo que valoramos como
pérdida, no sea la muerte.
Se han elaborado modelos desde distintas
perspectivas teóricas para explicar el fenómeno de duelo. Una de las más
significativas es la realizada por Kübler.Ross y Kessler en (2006). Consideran
que, en general, la persona en duelo, pasa por cinco
etapas diferenciadas, pero que en algunos momentos del proceso se pueden
solapar.
Etapas del duelo
Estas etapas son las siguientes:
a) Negación. Nos ayuda a afrontar la
pérdida y dosificar el dolor. b) Ira, rabia, dirigida fundamentalmente hacia el
exterior.
c) Negociación, suele adoptar la forma de
una tregua temporal y suele ir acompañada por la culpa.
d) Depresión con una sensación de vacio y
valoración real de la pérdida
e) Aceptación, donde el trabajo
personal es el de recomponerse y reorganizarse sin la persona
querida.
Por otro lado, las pérdidas significativas
afectan a todas las dimensiones del ser humano: La cognitiva, relacionada con
los pensamientos e ideas. La física, a través de las reacciones de nuestro
cuerpo. Emotivas, vinculadas a las diferentes emociones. La espiritual, en la
que el mundo de las creencias y valores se pueden ver afectadas y por último la
social, relacionada con todo nuestro entorno.
Hay que destacar que una elaboración
adecuada del proceso de duelo está relacionada, además, de otros muchos
aspectos, con los rituales que realizamos en las diferentes etapas.
En circunstancias normales cuando un ser
querido fallece podemos hablar con el médico, acudir al hospital, ver el cuerpo
de la persona, organizar el funeral, permanecer velándolo acompañados de las
personas más significativas y amigos. Recibimos abrazos, recordamos los
momentos compartidos, anécdotas o hacemos una despedida.
Pero ahora nos encontramos en una
situación en la que todos estos rituales se ven afectados de
forma significativa quedando el doliente en condiciones de
aislamiento sin posibilidad de poder acompañar a la persona que va a fallecer,
sin poder despedirse, reduciendo de una manera drástica la red de apoyo social,
con lo cual hay más posibilidades de que este duelo se convierta en duelo
patológico.
Un operario limpia un féretro. www.canarias7.es |
Despedida y cuidados personales en la alerta sanitaria
En la situación actual es necesario tener
en cuenta las siguientes pautas para vivir un duelo
Enfatizar el
autocuidado. Higiene física y mental, cuidar la
alimentación, ejercicio físico, establecer horarios para levantarse
y acostarse, programar el día, realizar distintas actividades y si
es posible diferenciar los escenarios, buscar que nos dé un poco el sol. Buscar
tiempo y lugar para llorar, enfadarse.
Homenaje a la persona
querida. Podemos empezar por hacer una reunión con las
personas con las que compartimos la vivienda. Planificar un encuentro virtual
con otros familiares explicando qué nos habría gustado hacer. Por lo tanto,
dedicar ese momento a la persona querida como homenaje.
Expresar las emociones. Buscar el momento para realizar ventilación emocional. Es importante
tener la capacidad de expresar las emociones que aparezcan en cada momento.
Todas las emociones son normales, desde la tristeza hasta la rabia o la
desesperación. Es positivo identificar estas emociones y ser conscientes que
nuestros actos están relacionados con ellas. Es fundamental validarlas y que
nos las validen las personas más cercanas.
Buscar apoyo social. Podemos usar las herramientas telemáticas que tenemos para contactar con
otras personas. Es importante no sentirse solo/a. No obstante, si en un momento
determinado no se desea hacerlo se tiene derecho a no
hablar.
Pedir respeto. Explicar al entorno cual es el momento emocional por el que se está
pasando y solicitar que lo respeten.
No agobiarse
por no vivir el funeral. Intentar no agobiarse porque no se
ha podido realizar los actos funerarios habituales. Cuando pase la crisis, se
pueden reanudar. El efecto psicológico y emocional va a ser el mismo.
Dejar que nos cuiden. Permitir que las personas cercanas y que nos quieren nos cuiden.
Vivir el recuerdo. Generar un espacio de recuerdo hacia la persona fallecida, con fotos,
plantas, objetos especiales o velas. Cada persona debe adecuarlo al momento y a
las circunstancias en que se encuentre emocionalmente. Este rincón especial
puede servir para tener un momento de mayor comunicación con la persona
fallecida, donde podemos expresar como han ocurrido todas las cosas, lo que
hubiese gustado hacer y no se pudo hacer. Nuestros planes. Explicar que más
adelante vamos a realizar estos rituales.
Escribir alguna carta a
la persona fallecida. No tanto de despedida, sino relacionada
con los sentimientos, explicar aquello que no se pudo decir por la situación
tan especial en que ha ocurrido el fallecimiento. También se puede escribir una
carta dirigida al resto de familiares explicando cómo nos sentimos.
Un diario. Escribir un diario donde expresar los sentimientos y de esta forma tomar
más conciencia de la realidad que es el fallecimiento del ser querido.
Realizar dibujos, pinturas, alguna
manifestación qué simbolice los sentimientos y emociones, y
fundamentalmente, demostrar el cariño. Estas actividades ayudan a expresar esas
emociones que en un momento determinado pueden ser difícil expresar
con palabras.
Todos estos rituales no tienen que hacerse
a la vez ni por este orden, cada persona lo debe realizar en función de su
momento emocional y según la necesidad que se tenga. Es importante tener claro
que se está pasando por un momento muy duro y en unas circunstancias muy
difíciles, por lo tanto, no exigirse emocionalmente aquello que en estos
momentos no se puede dar.
Evitar aquellas situaciones que nos hagan
daño, demasiada información sobre el COVID-19 o las consecuencias económicas.
Es mejor rodearse de lo que resulta más agradable, menos agresivo.
No tomar decisiones importantes en este
momento. Hay que tener en cuenta, que se está bajo el prisma del dolor y del
desconcierto, por lo que estos aspectos podrían llevar a tomar decisiones que a
medio o largo plazo se consideren inadecuadas.
Si se tienen creencias religiosas,
realizar algunos de los rituales establecidos y que se puedan llevar a cabo en
casa. Si no se tienen creencias religiosas, buscar otros rituales que nos
acerquen emocionalmente al fallecido/a.
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