Hoy visita ‘El tiempo de la esperanza’ Maria del Carmen Orellana, voluntaria nada menos que desde 1979. Toda una vida dedicada a la escucha de los ‘males del alma’. Nos cuenta como se vinculó al teléfono y de que forma su tarea la enriquece personalmente. Hablar con Maricarmen es comprobar como han evolucionado las solicitudes de ayuda, desde los problemas de soledad a las nuevas violencias en el seno familiar
¿Cómo comenzaste en el voluntariado?
Vine al teléfono por un problema que tuve, lo conocí profundamente y me enamoró al saber como funcionaba. Para mí es importantísimo el anonimato, la aconfesionalidad y el apoliticismo. No hay ideología, ni adoctrinamiento y no hay razas, ni colores.
¿Han cambiado los conflictos por los que llamaban las personas en éstas tres décadas?
Han cambiado mucho, pero el de la soledad sigue. La necesidad de sentirse escuchado y acompañado. Falta calidez y trato humano en la sociedad. Yo me siento escuchado cuando estás tratando de conocer mis sentimientos. Hoy en día hay mucha comunicación y poca habla, mucho ruido y poca escucha.
¿Qué conflictos concretos aparecen en estos tiempos?
Las adicciones a las nuevas tecnologías y muchas problemáticas familiares. Es muy duro que una madre te diga que su hijo de 12 o 14 años rompe cosas o agrede.
¿Cuál es la raíz de esos problemas?
La falta de comunicación de lo que sentimos y como lo sentimos. Esto afecta a la familia, la pareja o los amigos.
¿Qué satisfacciones te da el voluntariado en el teléfono?
La mayor es el equilibrio personal mío. He aprendido a quererme, a aceptarme como soy. Adquieres la capacidad de parar y escucharte a ti mismo con tus problemas. Hay que decir que la persona que se integra en este voluntariado tiene que ser muy responsable. Hay que estar siempre.
En todos éstos años, ¿hay alguna llamada que se te ha quedado grabada?
Sí. Tuve el caso de una mujer que hablaba cada vez menos hasta que se cortó la comunicación y me quedé con el sentimiento de impotencia de no saber lo que había ocurrido. Otro caso fue el de una madre angustiada porque su hijo de 14 años no estudiaba, ni quería hacer nada. Me marcó por la trascendencia del problema y por el sufrimiento de la madre. También tenemos llamadas de agradecimiento de personas que salen de la crisis.