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Aurelia González
Psicóloga voluntaria en Teléfono de la Esperanza
Mi
hijo ha fallecido hace seis meses y aún no puedo creerlo.
Mi
marido ha muerto y aunque estuvo 8 meses muy enfermo, me resulta muy
dolorosa la vida.
Mi
negocio ha quebrado y he perdido la casa, pienso que mi vida no tiene
sentido.
Me
he jubilado hace tres meses y a pesar de que llevaba mucho tiempo
deseándolo, ahora me siento vacío.
¿Qué
tienen en común todas estas situaciones, a pesar de ser
circunstancias muy diferentes?
Todos
estos acontecimientos son sucesos que le pueden ocurrir a cualquier
persona a lo largo de la vida. En todas ellas es necesario pasar
por un proceso de adaptación. Adaptación a la nueva situación que
exige que se produzcan “cambios psicológicos, conscientes e
inconscientes”, y es a lo que se denomina “proceso de duelo”.
Por
lo tanto, el duelo humano, “es una reacción adaptativa natural,
normal y esperable ante la pérdida”, fundamentalmente la de un
ser querido. “Aunque el duelo no es una enfermedad” (Poch, 2003),
es un acontecimiento vital estresante de primera magnitud. Es
un proceso, no un estado, en el que el doliente
atraviesa una serie de fases o tareas que si se llevan a cabo
conducen a la superación del acontecimiento vivido.
Afecta
a todas las áreas de la persona (Worden, 1997). Los síntomas más
comunes son:
En
el área cognitiva. Incredulidad, preocupación y alucinaciones
En
el nivel conductual. Trastornos de sueño, de alimentación y
aislamiento social
En
el nivel emocional. Tristeza, enfado, culpa y ansiedad
En
lo orgánico. Vacío en el estómago, opresión en el pecho,
sensación de despersonalización y falta de energía
Existen
numerosas teorías sobre la elaboración de duelo, pero nos vamos a
centrar fundamentalmente en el 'Modelo de tareas' de
Worden (1982). Se trata de un modelo que plantea el proceso como algo
activo, algo que la persona doliente puede hacer para adaptarse a
una vida en la que el ser querido no está. Es un modelo de
esperanza.
Estas
tareas son:
a) Aceptar
la realidad de la pérdida
b) Experimentar
el dolor de la pérdida
c) Adaptarse
a su medio, en el que ahora falta el ser querido
d) Volver
a encontrar sentido y satisfacción en la vida desde la persona que
falta
Todos
estos síntomas y tareas se van sucediendo a lo largo del tiempo de
forma natural y a eso se le denomina duelo normal. Pero
cuando la intensidad y la duración de dicho proceso es mayor y
limita la vida de la persona, se clasifica como duelo
complicado, pudiendo llegar a duelo patológico.
Desenmasacarar
mitos
Cabe
destacar que existen una serie de mitos en relación con el proceso
de duelo que es conveniente desenmascarar. Estos mitos al ser creídos
por un número importante de personas producen en el doliente un
mayor sentimiento de incomprensión y dolor. Los mitos más comunes
son:
El
tiempo lo cura todo. La realidad es
que lo que ayuda a evolucionar es el trabajo personal que se realiza
a lo largo del tiempo, no el tiempo en sí mismo.
El
duelo dura de seis meses a un año.
La realidad es que muchas personas a los seis meses empiezan a salir
de shock o de la negación de la pérdida. Para algunas personas el
segundo año es aún peor, porque ya conoce por lo que va a pasar y
el grado de sufrimiento que conlleva.
Hacer
el duelo es despedirse. La realidad
es que la persona no debe desvincularse nunca del ser querido; si
bien se pueden despedir de una parte, es decir de la parte física,
la que ya no está presente, de la dependencia emocional; pero no de
aquello que se ha vivido y que va a permanecer siempre en el
recuerdo.
Escribir
una carta a su ser querido. Escribir
suele ayudar a liberar sentimientos y poner los pensamientos en
orden. Pero es importante comprender en qué momento del proceso se
encuentra cada persona, pues si no es el adecuado la persona se puede
sentir fuera de lugar.
El
dolor es mejor vivirlo en soledad. No
es adecuado expresar el dolor. La
realidad es que cada persona debe elegir a quien y con quien quiere
compartir su dolor, sus emociones, pero el apoyo social y la
expresión de sentimientos es un buen predictor de superación de
duelo.
El
duelo en niños
Quiero
hacer especial hincapié en el duelo de los niños. Cuando hay un
niño que ha sufrido una pérdida importarte, las personas mayores
tienen un doble sufrimiento, porque al suyo propio se añade la
angustia que produce el dolor del menor. En general, los niños
tienen una mayor resistencia a la frustración ante las pérdidas
importantes.
Hay
que reseñar que la muerte se valora de forma diferente según la
edad del niño. A los 5 años, no supone una emoción intensa,
no se tiene conciencia de lo que ha sucedido. Entre los 5 y los 8
años, entienden la irreversibilidad y universalidad de la muerte. Ya
temen la muerte de sus seres queridos y desde los 9 u 11 años a la
adolescencia, se acerca al duelo más como un adulto y con la
conciencia más clara del significado que tiene la muerte.
Teniendo
en cuenta estas características, es importante:
- Ayudar al niño para que el dolor no sea una amenaza ni un sufrimiento, si no un sentimiento adecuado al momento por el que se está pasando.
- No intentar que desaparezca el dolor de forma inmediata, es importante permitirle que siga su propio proceso.
- Legitimizar sus sentimientos, no decirle “no pasa”, “no estés tristes”. Es bueno que el niño aprenda a identificar esos sentimientos y que pueda expresarlos.
- Sobre todo, ser sinceros, coherentes con las propias creencias y contar el suceso de la muerte como una historia, adaptada a la madurez del niño.
- Dejarle participar de los rituales, es decir, dejarle participar del proceso, adaptado a sus necesidades.
Muchas
veces el apartar a los niños de los rituales, tiene más que ver con
las angustias de los adultos que con las propias del niño. Y sin
embargo, con ese comportamiento se le está privando al menor de ir
adaptándose a las adversidades de la vida y poder madurar de forma
adecuada.
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