El mundo contuvo la respiración a finales de
junio con la desaparición de un grupo de niños y su entrenador de fútbol en una
cueva al norte de Tailandia. Los chavales aguantaron nueve días sin luz, ni
comida hasta que el 2 de julio un grupo de búsqueda formado por buceadores
británicos regreso a la superficie con la gran noticia de que estaban todos
vivos.
En la semana siguiente se desarrolló una
ejemplar operación de rescate en la que participaron profesionales tailndeses y
otros voluntarios llegados de diferentes países. Se analizó la distancia de 4
kilómetros hasta el punto donde estaban los niños teniendo en cuenta los
laberínticos pasadizos, las rocas afiladas y las zonas en las que los chicos
debían bucear para continuar adelante. Se calculó en cinco horas el tiempo de
marcha necesario para cada rescatado. Un buzo tailandés perdió la vida después de lograr contactar con los niños.
Los detalles técnicos de la compleja
operación de salvamento y el apoyo exterior se conocían en paralelo a una no
menos importante operación que tuvo lugar en el interior; la tarea de mantener unidos y con
ánimo al grupo de niños y adolescentes.
Los 'Jabalíes Salvajes' eran
un equipo de fútbol infantil muy compenetrado. Llevaban tres años jugando
juntos en competiciones regionales. No sé sabe si entraron a la cueva por
resguardarse de la lluvia o para celebrar el cumpleaños de uno de los niños.
Estaban con 'Aek', su entrenador adjunto, un joven de 26 años que
ha sido clave para la superviviencia en los días que han pasado atrapados.
Huérfano desde niño y ordenado como monje budista, había dejado el monasterio
para cuidar de su abuela.
En una
carta a los padres de los niños, a través de los buzos internacionales, 'Aek' pidió
perdón, y prometió cuidar de los niños “con todas mis fuerzas”. Los padres le contestaron con una misiva en la que le
aseguraban que no le culpaban de lo sucedido. “Has cuidado muy bien de nuestros
hijos. Solo queremos que sepas que esto no es culpa tuya. Nadie aquí te
responsabiliza, y queremos que tampoco te culpes a ti mismo. Entendemos lo que
ha pasado y te apoyamos”, se leía en la carta.
'Aek' empleó los días en la oscuridad en tratar de tener
cohesionado al grupo y enseñar a todos a ayudar y ofrecer esperanza a los que
iban sintiéndose decaídos o el miedo los atenazaba. La meditación fue una
herramienta importante en ese proceso. Desde el exterior llegaban alimentos,
pero también apoyo, comprensión y empatía con respecto a la complicada posición
del entrenador, como le transmitieron los padres. La unidad en torno a un objetivo común de salvar vidas y la ausencia de sospechas, reproches y críticas han servido para mantener la calma, centrarse en lo auténticamente importante y alimentar la esperanza. Una esperanza que dio sus frutos.
La forma de actuar de estos tailandeses contrasta con las expectativas de sacar provecho personal o hacer negocio, enraízados de una
forma profunda en las sociedades occidentales y que también se han asomado a este caso. Fernando Raigal, el buceador
español que ha participado en el rescate, ha narrado el momento de
felicidad que vivió al conocer que salía el último niño. También ha contado que
"amigos que tienen negocios" le apuntaron la posibilidad de vivir dos
años de dar conferencias contando su experiencia "si te lo montas
bien". La respuesta de Fernando fue clara: "No estoy interesado. Voy
a seguir mi vida igual que antes".
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