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Remedios Gámez
Coordinadora del curso 'Educadores hoy'
La adolescencia es la etapa en la que empezamos a tener
facultades para decidir aspectos importantes de la vida, su final será escoger la
nuestra, personas con las que convivimos,
vocación y profesión. Difícil
tarea cuando apenas tenemos experiencia en esta vida, por eso es una etapa
tormentosa y bonita. Cuando no somos capaces de tomar esas decisiones nos
convertimos en adultos inmaduros, dependientes. Existirá entonces una lucha
entre el niño que llevamos dentro y el adulto que deseamos ser. Los modelos,
los amigos, los profesores, los compañeros de clase, y, sobre todo, la familia con sus aciertos y equivocaciones, tendrán
una gran influencia.
En la adolescencia siempre se puede superar las carencias
de la niñez, es una etapa de altruismo y rebeldía que hay que aprovechar para
que la vida tenga "sentido" con sufrimientos y satisfacciones. Tener
sentido es conocer el mapa por el que
nos podemos mover con fluidez y evitar los callejones peligrosos que no llevan
a ningún sitio. Tener sentido es marcarse un rumbo para nuestras vidas, aunque
las circunstancias sean adversas.
¿Hacia
dónde voy? ¿Para qué?
Cuando tenemos adolescentes en la familia, enseñarles a
hacer estas preguntas es el objetivo de la educación, para que cuando los
soltemos de la mano sepan qué camino
escoger, sin vigilancia. Educar es hacer personas libres y autónomas, que sean
capaces de elegir lo mejor para sí mismo
y para los que le rodean, aprendiendo de los errores.
Los adultos dedicamos gran parte de nuestro tiempo a
nuestro trabajo y con él a cubrir las
necesidades materiales de los nuestros.
¿Somos conscientes de las otras necesidades, no materiales que tiene nuestra familia?
La familia es la mejor empresa porque produce el mejor
producto. ¿Tenemos conciencia de ello? Se trata de dedicarle el tiempo de
calidad, el necesario para realizar
nuestra tarea de educar. Educamos desde lo que somos, no desde lo que decimos,
es decir desde la coherencia. Solo es necesario tiempo de sosiego, de interacción,
de encuentros, de observación, de paz, algo que no es fácil, pero la
responsabilidad nos lo exige como padres o tutores. Estas acciones u omisiones,
en las distintas situaciones nos
proporcionarán las herramientas
adecuadas para esta bonita y ardua tarea de educar. Si no tenemos tiempo
de conocer a nuestros hijos que están en
un cambio continuo, no podremos alimentar sus valores y necesidades
emocionales: afecto, autoestima,
valentía, seguridad. Educar es transformar
en fácil lo que es muy difícil: ser libres.
¿Cómo
es nuestra familia?
Hoy existe una pluralidad
de tipos de familias; familia tradicional, monoparental y, entre otras mas,
familias compuestas por parejas en las que uno de los dos o los dos tienen hijos
de una relación anterior. A estas podemos llamarlas familias abiertas, que han
soportado y superado adversidades de las que han aprendido con dolor y pueden
ser familias más dialogantes, donde el esfuerzo por la comunicación es una constante. Bien llevadas serán
enriquecedoras, flexibles, pues se necesita una gran dosis de flexibilidad para convivir hermanos de diferentes padres o
de un padre o una madre solamente.
Las familias se dividen o crecen, el cambio es positivo
si atendemos la integración a la nueva
situación. Es necesaria una buena atención individualizada de los hijos, sobre todo en la adolescencia, para la
adaptación al cambio. Los celos entre los hermanos existen siempre, si la
familia es más compleja, es necesario atajarlos con buenas dosis de generosidad
y responsabilidad, que por supuesto, deben tener los padres y adultos tutores
para poder transmitirla, nadie da lo que no tiene.
Los adolescentes pueden cicatrizar bien las heridas de
los problemas familiares por su juventud, idealismo, sentido de la justicia, su bondad y grandeza. No podemos dejar que
crezcan los celos entre hermanos o entre
familias divididas porque generan ira
y/o tristeza. Si por el contrario nos ven como víctimas, por rupturas o
problemas familiares, nuestros adolescentes se convierten en víctimas, acumulan
malestar e ira sin capacidades para drenarlas. No hay nada peor, que pensar que
el destino de nuestras vidas está en manos de otra persona que nos da o nos
quita la felicidad. Es terrible pensar que no podemos hacer nada para marcar
nuestro propio rumbo. El timón de la vida es responsabilidad de cada uno,
aunque muchas circunstancias nos desestabilicen tenemos que acomodarnos de
nuevo, en un tiempo razonable, y es necesario generar ese ambiente de esperanza
y recuperación. Nuestros adolescentes deben aprender desde nuestra seguridad,
que podemos levantarnos y volver a empezar. Ellos con más vitalidad, aprendiendo a diferenciar las piedras,
subidas y bajadas en el camino de la vida, para afrontarlas y no repetir
errores.
Historias
de vida
Nuestra historia de
vida es nuestra gran maestra. Saborear lo bueno, buscar situaciones positivas,
repetir lo que nos gusta y encontrar situaciones nuevas placenteras es cultura
para el ocio y este es el alimento del espíritu. Contagiamos a los que nos rodean, sobre todo
a los hijos, y ellos aprenderán, a ser felices y también una sana cultura de
ocio.
¿Cómo son los veranos familiares? En un año de un
adolescente hay mucho cambio y deben adaptarse y adquirir lo que llamamos resiliencia,
los recursos personales para hacer frente a las adversidades.
Las vacaciones de verano son el momento del año en el que
los adolescentes y las familias tienen más tiempo de convivencia y de ocio.
Generar "buen tiempo" es deseo de todos; grandes, medianos y
pequeños. Buen tiempo no quiere decir
que no haya temporales, estos nos permiten ir adquiriendo recursos para
sobrevivir. En los momentos de calor, de ira, si aumentamos el apasionamiento,
estamos avivando el incendio familiar, si mi comunicación o mi silencio son
correctos, abrimos una ventana de aire fresco que puede disminuir esa
fogosidad, o al menos, no contagiarnos de esa ira de nuestros hijos. Empatizar
con nuestros hijos no es contagiarnos de sus emociones: ira, alegría, tristeza
o soledad. Es comprenderlos. Si nos contagiamos no podremos ser un referente
para ellos, y nuestros hijos necesitan referentes que le trasmitan estabilidad,
autoestima y firmeza en los ideales.
Aprender es cambiar comportamientos erróneos por
comportamientos adecuados, crecer, pedir perdón por los errores, perdonar.
El verano es época de recolección de frutos, pero para
ello, previamente hay que arrancar la mala hierba que a veces se presentan
como bonitas flores de primavera y que sabemos
que le quitan vigor a nuestras plantas. El campo debe estar limpio de hierbas,
pulgones, parásitos. Los agricultores incluso ponen redes para preservar sus
uvas de los pájaros. También para los padres es tiempo de observación y
reflexión. De ver crecer las semillas que hemos sembrado en nuestros hijos.
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