martes, 7 de julio de 2015

Lo quiero aquí y ahora


Foto: www.rtve.es



Esperanza Muñoz Valderrama
Coordinadora en el Teléfono de la Esperanza de Málaga

Es una manifestación frecuente de los padres, el decir que sus hijos, nuestros actuales jóvenes y adolescentes, demandan con exigencia y premura objetos que desean (ropa, zapatos, juegos electrónicos, medios económicos…) Parece que en ello les va la vida y casi no dejan lugar a dudas de que se les pueda dar.

Los progenitores reaccionamos de distinta manera:

1. Con sorpresa indignada. Aparentemente no hay otra posibilidad que acceder a sus deseos, al menos sin pagar el alto precio de considerarnos “malos padres”.

2. Responder sin reflexión.· 
  • Diciendo “SÍ” con o sin alguna condición que nos tranquiliza la conciencia de ser demasiado permisivos.
  • Diciendo “NO” y reafirmándonos en nuestra postura de control de la situación.

3. Analizando la situación. Si tenemos la calma y autocontrol necesarios para no responder por impulso, nos puede asaltar la duda de si la demanda es justa, si responde a una necesidad real o si forma parte de esa larga lista de necesidades creadas y alimentadas por nuestra sociedad consumista de la que todos -¡sálvese quien pueda!- somos más o menos esclavos.
Para hacer esta valoración, repasamos mentalmente cuando fue la última vez que se repitió la escena, qué uso se le dio a la adquisición, si el chico o la chica en cuestión, está respondiendo a sus responsabilidades académicas, de comportamiento, etc… y  sin olvidar un repaso a como está nuestra economía y las posibilidades reales de poderlo hacer. Después de todo esto, y según la evaluación final, hay quien se niega “en rotundo”, argumentando todas o parte de estas cuestiones.
Otros acceden tras momentos de dudas, con condescendencia y con la esperanza de que durante un tiempo el chaval quede satisfecho y les deje tranquilos. También puede ser que se considere justa la petición y se de con convicción y racionalidad.


Los hijos suelen reaccionar así:

Aceptación. En una minoría de casos. La reciben con más o menos enfado (lo cual es normal, y hemos de permitir: entrenamiento a la frustración).

Explosión. Protestas, reivindicaciones, pataletas, portazos, incluso  palabras mal sonantes, y en situaciones realmente preocupantes y patológicas, agresiones al mobiliario, a sí mismo o al progenitor. Este tipo de reacciones, se están dando cada vez con más frecuencia y  no se pueden dejar pasar sin poner límites claros y precisos. Es necesaria y aconsejable en estos casos, la ayuda de un   profesional.

Protesta suave. Intentan apelar a nuestra conciencia, comparando con lo dado a otro hermano, con la consabida frase: “todos mis amigos lo tienen”,  con las bondades de lo deseado, o quizás “aceptando” más o menos, de momento, nuestra decisión, para volver ¡al ataque! horas o días más tarde, en una insistente persistencia cuya finalidad es que más tarde o más temprano accedamos a sus deseos. En los dos últimos casos, hemos de ver claramente la intención de manipulación que se está ejerciendo sobre nosotros, para que de una u otra forma consintamos y el objeto de deseo sea por fin concedido.

¿Qué hacer?
Ante esta frecuente situación que nos produce más o menos estrés, nos preguntamos ¿qué podemos hacer para sentir que estamos actuando de forma justa y beneficiosa para todas las partes? En primer lugar, mantengamos la calma, pensemos al menos unos momentos sobre la demanda en cuestión, y si no tenemos clara la respuesta, digamos sencillamente que hemos de pensarlo.

Pensamientos que no deben condicionarnos:
  • "Debo dar a mi hijos lo que yo no tuve". Es la razón que ha echado a perder a muchos jóvenes, al sobrevalorar los medios materiales y no permitir el entrenamiento a la frustración.
  • "Tengo la culpa de que se comporte así". Porque somos padres separados, porque no marcha la relación de pareja, porque hemos "pagado" con ellos nuestras frustraciones o preocupaciones… En este caso, más vale ser sinceros y explicar el motivo de nuestro comportamiento, de una manera asequible para ellos, que camuflar nuestras emociones, produciendo confusión.
  • "Mi hijo/a no va a ser menos que sus amigos". Lo que debe guiarnos en su educación es su bienestar interior, el hacerlos crecer como personas. Eso es lo que les va ayudar en la vida, y lo que  hemos de intentar transmitir, comprendiendo la importancia que para él a su edad tienen estas cosas.


Añadamos a toda esta reflexión, que ha de haber un equilibrio. No seamos demasiado rígidos, ni demasiado blandos y procuremos tener un comportamiento consecuente con lo que decimos. Todo lo anterior debe ir acompañado de una comunicación adecuada, o también llamada "asertiva", basada en estas tres pautas:

  • Decir lo que pensamos, respetándonos a nosotros mismos y expresándolo con claridad y firmeza.
  • Ser respetuosos con el otro, respetando sus derechos y a su persona.
  • Utilizar un lenguaje, tono de voz, actitud corporal, que muestren que hemos escuchado, comprendido y decidido, así como elegir un buen momento para comunicarlo.

También es muy recomendable no lanzar largos discursos ni mezclar asuntos. Si hemos decidido decir "no", hagámoslo de forma segura, templada la voz, procurando que él o ella vea las razones y… mantengámoslo. De lo contrario, nuestro hijo aprenderá que es cuestión de insistir, "dar la lata" y más tarde o temprano, seremos conquistados, promocionando en ellos actitudes manipuladoras

No olvidemos que nosotros tendremos que poner límites que ellos mismos no pueden ponerse en este momento, pero que necesitan y valorarán.

Libro recomendado: “Padres e hijos, una relación” de Dr. Joan Corbella Roig.


No hay comentarios: