Esperanza
Muñoz Valderrama
Coordinadora
en el Teléfono de la Esperanza de Málaga
Es una manifestación
frecuente de los padres, el decir que sus hijos, nuestros actuales jóvenes y
adolescentes, demandan con exigencia y premura objetos que desean (ropa,
zapatos, juegos electrónicos, medios económicos…) Parece que en ello les
va la vida y casi no dejan lugar a dudas de que se les pueda dar.
Los progenitores
reaccionamos de distinta manera:
1. Con sorpresa
indignada. Aparentemente no hay otra posibilidad que acceder a sus
deseos, al menos sin pagar el alto precio de considerarnos “malos padres”.
2. Responder sin
reflexión.·
- Diciendo “SÍ” con o sin alguna condición que nos tranquiliza la conciencia de ser demasiado permisivos.
- Diciendo “NO” y reafirmándonos en nuestra postura de control de la situación.
3. Analizando la
situación. Si tenemos la calma y autocontrol necesarios para no responder por
impulso, nos puede asaltar la duda de si la demanda es justa, si responde a una
necesidad real o si forma parte de esa larga lista de necesidades creadas y
alimentadas por nuestra sociedad consumista de la que todos -¡sálvese quien
pueda!- somos más o menos esclavos.
Para hacer esta valoración,
repasamos mentalmente cuando fue la última vez que se repitió la escena, qué
uso se le dio a la adquisición, si el chico o la chica en cuestión, está respondiendo
a sus responsabilidades académicas, de comportamiento, etc… y sin
olvidar un repaso a como está nuestra economía y las posibilidades reales de
poderlo hacer. Después de todo esto, y
según la evaluación final, hay quien se niega “en rotundo”, argumentando todas
o parte de estas cuestiones.
Otros acceden tras momentos
de dudas, con condescendencia y con la esperanza de que durante un tiempo el
chaval quede satisfecho y les deje tranquilos. También puede ser que se
considere justa la petición y se de con convicción y racionalidad.
Los hijos suelen reaccionar
así:
Aceptación. En una minoría de casos. La reciben con más
o menos enfado (lo cual es normal, y hemos de permitir: entrenamiento a la
frustración).
Explosión. Protestas, reivindicaciones, pataletas,
portazos, incluso palabras mal sonantes, y en situaciones realmente
preocupantes y patológicas, agresiones al mobiliario, a sí mismo o al
progenitor. Este tipo de reacciones, se están dando cada vez con más frecuencia
y no se pueden dejar pasar sin poner
límites claros y precisos. Es necesaria y aconsejable en estos casos, la ayuda
de un profesional.
Protesta suave. Intentan apelar a nuestra
conciencia, comparando con lo dado a otro hermano, con la consabida frase:
“todos mis amigos lo tienen”, con las bondades de lo deseado, o
quizás “aceptando” más o menos, de momento, nuestra decisión, para volver ¡al
ataque! horas o días más tarde, en una insistente persistencia cuya finalidad
es que más tarde o más temprano accedamos a sus deseos. En los dos últimos casos, hemos de ver claramente la intención de manipulación que se está
ejerciendo sobre nosotros, para que de una u otra forma consintamos y el objeto
de deseo sea por fin concedido.
¿Qué hacer?
Ante esta frecuente
situación que nos produce más o menos estrés, nos preguntamos ¿qué podemos
hacer para sentir que estamos actuando de forma justa y beneficiosa para todas
las partes? En primer lugar,
mantengamos la calma, pensemos al menos unos momentos sobre la demanda en
cuestión, y si no tenemos clara la respuesta, digamos sencillamente que hemos
de pensarlo.
Pensamientos que no deben
condicionarnos:
- "Debo dar a mi hijos lo que yo no tuve". Es la razón que ha echado a perder a muchos jóvenes, al sobrevalorar los medios materiales y no permitir el entrenamiento a la frustración.
- "Tengo la culpa de que se comporte así". Porque somos padres separados, porque no marcha la relación de pareja, porque hemos "pagado" con ellos nuestras frustraciones o preocupaciones… En este caso, más vale ser sinceros y explicar el motivo de nuestro comportamiento, de una manera asequible para ellos, que camuflar nuestras emociones, produciendo confusión.
- "Mi hijo/a no va a ser menos que sus amigos". Lo que debe guiarnos en su educación es su bienestar interior, el hacerlos crecer como personas. Eso es lo que les va ayudar en la vida, y lo que hemos de intentar transmitir, comprendiendo la importancia que para él a su edad tienen estas cosas.
Añadamos a toda esta
reflexión, que ha de haber un equilibrio. No seamos demasiado rígidos, ni
demasiado blandos y procuremos tener un comportamiento consecuente con lo que decimos. Todo lo anterior debe ir
acompañado de una comunicación adecuada, o también llamada "asertiva", basada
en estas tres pautas:
- Decir lo que pensamos, respetándonos a nosotros mismos y expresándolo con claridad y firmeza.
- Ser respetuosos con el otro, respetando sus derechos y a su persona.
- Utilizar un lenguaje, tono de voz, actitud corporal, que muestren que hemos escuchado, comprendido y decidido, así como elegir un buen momento para comunicarlo.
También es muy recomendable
no lanzar largos discursos ni mezclar asuntos. Si hemos decidido decir "no", hagámoslo de forma segura, templada la voz, procurando que él o ella vea
las razones y… mantengámoslo. De lo contrario, nuestro hijo aprenderá que es
cuestión de insistir, "dar la lata" y más tarde o temprano, seremos
conquistados, promocionando en ellos actitudes manipuladoras
No
olvidemos que nosotros tendremos que poner límites que ellos mismos no pueden
ponerse en este momento, pero que necesitan y valorarán.
Libro recomendado: “Padres
e hijos, una relación” de Dr. Joan Corbella Roig.
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