José Miguel Arocena
Orientador del Teléfono de la Esperanza
Uno a uno y caso a
caso, el sentimiento que me brota al terminar la conversación telefónica con
los diferentes llamantes con los que a diario tenemos la oportunidad de hablar,
es el de la gratitud. Agradecimiento además, que directamente y sin reserva
alguna, les suelo verbalizar. La mayoría de las veces ante la sorpresa y el
asombro de los mismos que son los que,
de una manera natural, parece que serían los obligados a hacerlo.
Además de la gratitud,
de vez en cuando también, me reencuentro con otras emociones. La tristeza, el
dolor, la impotencia, la acogida, la alegría y hasta en alguna ocasión, la
ternura. Esa es una parte de nuestra jungla emocional. No recuerdo sin embargo,
haber sentido pena. Puede que como ocurre tantas veces en la vida, esté activando el recurso que todos tenemos de
olvidar lo que queremos olvidar y seleccionar emociones como las mencionadas más arriba, con
las querríamos preferentemente identificarnos. Pero estoy convencido que el
modo de escuchar que desde el Teléfono de la Esperanza hemos aprendido y
practicamos, nos ayudan a que esos encuentros se realicen no desde el plano de
superioridad o simplemente asimétrico
que la pena o la lástima llevan implícito.
Ya habréis
comprendido que no hablo por igual de todas las llamadas. Los que estamos en
esto sabemos, que sobre todo, aunque no únicamente, me estoy refiriendo a esas
que de una forma genérica denominamos como “interesantes” o “importantes”, y
que en mi caso concreto, curiosamente, coinciden con aquellas que por
diferentes características, provocan que en ocasiones me sienta ”algo perdido”. Con eso lo que quiero decir,
es, que en ocasiones ocurre, que transito “acompañando” al llamante a lo largo
y ancho de la situación que él mismo quiere compartir conmigo, sin que atisbe puerto alguno al que llegar y refugiarme. Sea por mi falta
de experiencia, de conocimientos, de
recursos, por cansancio o porque debe ser así más allá que quiera o no
admitirlo. Aunque también reconozca, que esa “escucha desnuda” es la
que da más sentido al momento. Escucha donde los silencios son los más
enriquecedores y donde se conjuga, a mi entender mejor, la presencia y el
acompañamiento.
Pero volviendo al comienzo. Por que experimento esa sensación de gratitud?
El
mecanismo de pedir
Cuando alguien acuciado por su momento personal toma la decisión de llamarnos lo que activa es el mecanismo de PEDIR. Pedir es identificar en nosotros la carencia, es aceptarla y finalmente expresarla implicando en su petición al otro. Pedir es muy difícil. Porque ya verbalizarlo es complicado y asumirlo tanto más, si además somos conscientes de lo que en realidad y simultáneamente estamos mostrando nuestra debilidad, nuestra vulnerabilidad. Iniciamos una convivencia con un difícil hecho como es admitir la posibilidad de ser rechazados, reconocernos y mostrarnos necesitados, débiles. Un hecho en suma además, que desde su potencia, puede llevarnos a entroncar y a conectarnos de nuevo con muchas de las heridas que consciente o inconscientemente arrastramos desde nuestra infancia. Muchos riesgos, mucha indefensión.
De
una persona a otra
Pero el verbo pedir
lleva inexorablemente adheridos otros verbos como son, dar, rechazar, recibir,
ignorar. Son las dos caras de la misma moneda. No se entiende el uno sin los
otros. El término pedir es un vector que apunta directamente a alguien o a
algo. Va por tanto de un alguien a otro
alguien. Y de tal manera es así, que cuando un alguien me pide directamente, me
siento interrogado e implicado por esa expresa petición en forma de llamada.
Una primera
consideración me lleva a valorar cual es
el modo y desde que posición se ha planteado esa petición.
Formas
de pedir ayuda
Se puede pedir con un
sentimiento de vergüenza, o desde una posición fría y distante. En ambos casos
se estará dejando claro ese mensaje de sometimiento o directamente de
superioridad. Pero cuando la petición se realiza desde la gratitud, lo que me despierta es, “tenemos la
oportunidad de ayudarnos entre nosotros”. Porque cuando el que pide llama, despierta en mi
la posibilidad de realizar también ese trabajo de autoconocimiento, esa
posibilidad de comprender en que parte de mi yo resuena esa petición y por lo
tanto desde donde activar mi respuesta,
sea esta la que sea. Por eso, comprender
bien y aceptar la posibilidad y la
necesidad de dar, siempre desde un ámbito de libertad personal, es, no solo,
una oportunidad de crecimiento personal sino que la práctica y puesta en marcha
del pedir es en sí misma, un importante generador de riqueza personal.
La vida del ser
humano transita desde la dependencia más absoluta con el alumbramiento (y
anterior a este), hasta la indiferencia hierática y rígida del final de la vida
física. Entre ambas se dan también una amplia gama de actitudes, de momentos
personales y colectivos, de oportunidades de encuentros y desencuentros. Pero
los que estamos vinculados a la vida tanto en lo personal como en lo
profesional, sabemos que el mayor de los vínculos existentes entre dos seres
humanos, se escenifica cuando uno de los seres desde su dependencia más
absoluta pide y pide. Pide como si de un grito desde la misma tierra brotara. Y
colegiréis conmigo en que es difícil
encontrar un vínculo más poderoso que el
que mantiene la relación de una madre con su hijo.
Finalmente, y ya
termino, tras el paso del tiempo, y los conocidos vaivenes que toda persona
experimenta, todo termina en la muerte de alguno de esos “alguien”. Nada hay más
autosuficiente que la muerte. Por ello podríamos resumir que pedir y dar son el
binomio que mejor explican la existencia de la vida, de la existencia de oportunidades para el cambio, de posibilitar
el crecimiento en suma. Pero también visto lo visto podríamos afirmar, la difícil e
irreconocible frontera que existe entre pedir y dar. Donde empieza uno y donde
el otro.
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