Las vacunaciones, toques de queda, hospitalizaciones y muertes provocadas por la pandemia del coronavirus han cedido gran parte de su espacio a una noticia que ha irrumpido con fuerza para liderar la actualidad en la última semana; la toma del poder en Afganistán por el siniestro grupo de los talibanes.
El miedo se han instalado entre los afganos, que recuerdan el terror que vivieron veinte años atrás cuando los talibanes implantaron la terrible ley sharia, basada en una interpretación extremista del Corán, cambiando radicalmente sus vidas para llevarlos a una especie de burbuja medieval. La represión inundó las relaciones personales, el trabajo y el ocio. Las mujeres fueron las más afectadas porque se les prohibió salir a la calles solas, estudiar y trabajar. Ahora temen regresar a ese pasado. Algunas valientes se manifiestan en las calles y en las televisiones contra el retroceso que se avecina. Vuelven el miedo y el dolor a un país que ha estado en guerra desde que los soviéticos lo invadieron en 1979, sufriendo ahora el abandono de las potencias occidentales. Como suele ocurrir, la población civil y, entre ellos los más débiles, pagan la mala gestión de los líderes políticos.
En medio de ese oscuro panorama, no es extraño que miles de personas, familias enteras con sus hijos, intenten salir del país y hasta lleguen a entregar a sus pequeños a los soldados americanos para que los alejen de Afganistán.
Los países occidentales intentan evacuar a decenas de miles de compatriotas y afganos que han colaborado en lo que fue un intento fallido de implantar un sistema democrático.
Pero no solo los gobiernos, lastrados por su falta de información y previsión, trabajan para salvar personas, la sociedad civil se mueve para que muchos que han sido amenazados tengan una vida libre y digna. En España, el periodista Antonio Pampliega, que estuvo secuestrado 299 días por Al Qaeda en Siria y ha escrito dos libros sobre Afganistán, ha activado con éxito una rápida operación para conseguir la salida del país musulmán de su amiga Nilofar Bayat, capitana del equipo afgano de baloncesto paralímpico y Rachid, su marido.
Nilofar está en silla de ruedas por el impacto de un misil en su casa cuando tenía solo dos años. Su marido también sufre una discapacidad. En sus mensajes pidiendo ayuda, Nilofar explicaba desde Kabul: "Hago deporte, voy a la oficina (trabaja para Cruz Roja Internacional). Tengo una vida ocupada y segura. Tenía muchas cosas de las que sentirme orgullosa para las que vivir y ser feliz. Estoy preocupada por los logros que voy a perder".
El viernes la pareja de afganos llegó al aeropuerto de Torrejón de Ardoz en el segundo vuelo de repatriación del Gobierno de España. Dejan atrás la incertidumbre y el miedo gracias a las acción comprometida y decidida de un grupo de personas formado por el periodista Antonio Pampliega, la también periodista Paloma del Río, el presidente del club de baloncesto Bidaideak Bilbao, Txema Alonso, el presidente de la Federación Española de Baloncesto, Jorge Garbajosa, y la deportista paralímpica Gema Hasen-Bey.
Nilofar ha aceptado la acogida del club vasco que ha tenido un noble gesto de generosidad con ella y su marido. Ojalá la empatía y la solidaridad broten en muchos sectores de las sociedades occidentales para acoger de forma estable y a través de vías seguras garantizadas por los gobiernos a todas las personas que quieren huir de las amenazas y el miedo.
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