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Lola Muñoz Donate
Orientadora del Teléfono de la Esperanza de Málaga
En mi largo recorrido, como orientadora del Teléfono de la Esperanza de
Málaga, he podido observar que las llamadas que se dan con más frecuencia y las
que más me llaman la atención son las que se originan por una mala gestión de
las emociones.
Uno de los principales problemas del ser humano es que no sabe relacionarse
con sus propias emociones. Las teme, las rechaza, las reprime, se aferra a ellas…,
pero jamás las observa con distancia, y por eso, le pueden. Solo abriéndonos a
sentirlas, podemos dejar de sufrir por lo que sentimos. Nosotros no somos la
emoción, somos el ser que la experimenta. Tomar consciencia de ello nos ayuda a
relacionarnos con nuestras emociones de manera más natural y fluida.
Hay una diferencia entre sentir una emoción y sufrirla. Se puede sentir
miedo, ira, tristeza, sin sufrir.
Solo con el hecho de aceptarla, ya damos un gran paso. Cuando se deja de luchar contra ella, cuando no nos juzgamos por la emoción, y sobre todo, no la reprimimos, cuando respiramos y nos abrimos a sentir lo que estamos sintiendo, haciendo las paces con uno mismo.
Citando a Shkyamuni Buda, el dolor es inevitable, pero el sufrimiento
es opcional.
El sufrimiento es la diferencia entre lo que se siente y lo que queremos
sentir. Cuando no hay lucha es porque no pretendemos sentir algo diferente a lo
que estamos sintiendo.
Para sanar el dolor hay que dejar de luchar contra él. Aceptando y
observando lo que sucede dentro de nosotros.
Cuando luchamos contra una emoción desagradable la perpetuamos. Es como si
una parte de nosotros, luchara contra otra parte de nuestra que ya se siente
dolorida. Esta batalla ocurre dentro de uno mismo.
Tenemos que establecer una relación pacífica y de amor con aquellas
emociones que surjan en nuestro interior.
Gestionar una emoción tiene que ver más con abrazarla que con rechazarla. Solo al abrirnos a sentir lo que sentimos podemos dejar de sufrir por la emoción.
Imaginemos que nuestro interior es una fiesta y la emoción es un invitado
molesto. ¿Qué pasaría si nos permitiéramos disfrutar de la fiesta aun con el
invitado molesto?
Le estaríamos quitando poder sobre nosotros, el invitado dejaría de
controlar nuestro interior. Sería una manera buena de hacernos cargo de nuestro
bienestar, decidiendo disfrutar de la vida...
Como he señalado al principio, mi misión como
orientadora, más que aconsejar es escuchar y empatizar con la persona que
llama pidiendo ayuda. Además, en ocasiones, tengo que recurrir a hacerle ver
desde otra perspectiva su problema. Es como abrirles puertas, que les permitan
ver desde otro nivel de conciencia, que estando en un momento de oscuridad no
son capaces de ver.
Les hablo de la importancia de la meditación,
de la observación. Que sientan desde el corazón, dejar la mente a un lado, ya
que los pensamientos influyen en nuestras emociones. Ni nuestros pensamientos,
ni nuestras emociones tienen por qué dominarnos. En ese espacio esta nuestra
libertad.
Entre el estímulo y la respuesta hay un
espacio, ahí está la felicidad.
Las emociones están ahí no solo para
sufrirlas, nuestro organismo considera que es adecuado también sentirlas.
De ahí la importancia de la meditación, tomar
consciencia de nuestro cuerpo, de las sensaciones en nuestro interior, tomar
consciencia de nosotros, y no perdernos en la historia que nos contamos acerca
de la realidad, y sobre todo no engancharnos a la historia subjetiva que
nuestra mente crea compulsivamente.
Saber más de las emociones básicas:
El
miedo. Ser valiente, no es no tener miedo, si no saber
gestionarlo.
La
tristeza, no quiere que nos hundamos, si no que ahondemos en
nosotros.
La
ira,
muestra que todo enfado esconde un temor.
La
alegría, vivir en paz conlleva dejar de reaccionar en
automático.
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