www.superaelduelo.com
José Portillo
Orientador del Teléfono de la Esperanza
He escrito este trabajo con el deseo de ayudar a
quienes viven un proceso de duelo a no perder la esperanza de poder superarlo.
La descripción de los procesos de duelo la he obtenido de mis vivencias
personales, y estando en contacto con cientos de personas que han tenido alguna
pérdida dolorosa, y me han transmitido sus sentimientos al narrarme sus miedos
y sus dudas.
Llamamos duelo a un dolor, a una reacción natural ante
una pérdida. La única manera de superar nuestros duelos consiste en expresarlos
cuantas veces nos sea necesario hacerlo, teniendo interlocutores que estén
dispuestos a escucharnos, aunque repitamos muchas veces las mismas vivencias.
Es ilógico en el caso de que fallezca uno de nuestros familiares desear que lo
sepulten pronto para leer nuestro libro preferido, irnos a un centro comercial
o ver un partido de nuestro deporte favorito. Expresar nuestros sentimientos relacionados
con los duelos que hemos vivido es una experiencia sanadora, pero el hecho de
retenerlos puede enfermarnos psíquica y físicamente.
Dado que algunos duelos nos producen dolores muy
intensos, podemos llegar a creer que jamás nos será posible superar los mismos.
La sociedad que nos enseña a ocultar los sentimientos que erróneamente nos hace
creer que son negativos, que durante décadas nos ha inculcado que las mujeres
sienten y que los hombres piensan, en ciertas circunstancias nos enseña que supuestamente el
tiempo lo cura todo. Ello puede instarnos a ocultar nuestros sentimientos, al
creer erróneamente que el tiempo aliviará el padecimiento que nos caracteriza.
Las emociones constituyen una fuente energética que podemos gestionar, y que
jamás podremos controlar tal como lo hacemos con las actividades que
realizamos. Si expresamos nuestros sentimientos la citada energía actuará fuera
de nosotros, y, si no los expresamos, actuará en nuestro interior,
probablemente, somatizándonos.
Diferentes
tipos de duelo
Mucha gente cree que un duelo es solo el dolor producido
por un fallecimiento, pero existen otros duelos, de los que cito algunos
ejemplos a continuación:
-La pérdida de una posesión considerada muy valiosa.
Perder una posesión que nos ha costado un gran esfuerzo conseguir y que tiene
un gran valor sentimental para nosotros, constituye un duelo.
-La pérdida de una gran ilusión. Comprendemos a
quienes tienen la experiencia del fallecimiento de sus familiares y a quienes
pierden sus viviendas, pero no se nos hace tan evidente el dolor de quienes
desean tener un hijo que nunca nace, o se ven forzados a abandonar un proyecto
al que le han dedicado tiempo, ilusión, trabajo, esfuerzo y dinero.
-El divorcio. La ruptura de una relación conyugal es
un duelo muy difícil de superar para muchas personas que son dejadas, hasta que
no matan la esperanza de recuperar a sus cónyuges. Aun estando las dos partes
de acuerdo a la hora de divorciarse, la ruptura puede constituir un duelo
doloroso y complicado.
-La pérdida de una amistad. Aunque a mucha gente le gusta
vivir una misma rutina durante bastantes años, la vida es cambiante. La pérdida
de un gran amigo es un duelo, aun cuando la misma se produce como consecuencia
de un cambio de creencias y actitudes de quienes toman la decisión de romper
sus relaciones de amistad.
-El síndrome del nido vacío. Bastantes mujeres
consagran todas las horas de los días que viven al cuidado de sus familiares.
Cuando sus hijos se independizan, se encuentran con el hecho de que no tienen
en qué ocupar el tiempo que les consagraron a los tales, y necesitan aprender a
amarse y a valorarse para ser felices, vivir en las mejores condiciones y estar
mentalmente sanas, para aportarles lo mejor de sí mismas a aquellos con quienes
se relacionan.
-La pérdida del trabajo. Las mujeres que pierden el
trabajo, al tener la costumbre de llevar a cabo sus actividades domésticas
cotidianas, pueden superar su duelo fácilmente, pero no les sucede lo mismo a
los hombres que viven exclusivamente consagrados a sus actividades laborales.
-Un accidente grave inesperado o una cirugía
mutiladora. La pérdida de un miembro del cuerpo constituye un duelo muy
doloroso.
El duelo por fallecimiento es el más doloroso de todos. Yo me vi obligado hace muchos años a vender una vivienda que me gustaba mucho, pero tengo un techo bajo el que vivo. Cuando tenía once años falleció mi hermana Lucía con siete años de edad y padeciendo varias enfermedades, y no podré recuperarla. A pesar de ello, cuando fallecen familiares nuestros con quienes no hemos establecido vínculos muy fuertes, puede sernos más dolorosa la pérdida de bienes materiales que la muerte de los tales.
Intensidad
del dolor y procesos de duelo
Todas las pérdidas son dolorosas, y la intensidad del
dolor depende de nuestros sentimientos con respecto a quienes fallecen o a los
bienes que perdemos. Creemos lógico el hecho de pensar que es más doloroso el
fallecimiento de un familiar que la pérdida de un bien material, pero ello no
sucede en todos los casos.
¿Cuáles son los fallecimientos más dolorosos?
Los
fallecimientos más traumáticos son los suicidios de hijos de quienes sus padres
no se percatan que sufren por ningún motivo y destacan sobresalientemente en
todo lo que emprenden, pero, a pesar de lo expuesto, para cada cuál, el
fallecimiento más doloroso, es el que ha vivido. Un día después de que
sepultaran a mi hermana Lucía, se me acercó uno de mis amigos de siete años
llorando. Cuando le pregunté qué le sucedía, me dijo que lo suyo, comparado con
lo mío, no tenía importancia. Estreché a mi amigo entre mis brazos y lo traté
afectuosamente hasta que me dijo que se le había muerto su perrita. Yo le dije
que él estaba triste por su perrita porque la amaba, y que yo echaba de menos a
mi hermana porque también la amé mucho, y, ya que no podíamos hacer nada para
que volvieran su perrita ni mi hermana, decidimos pasar la tarde jugando.
Aquella fue una tarde de juego de las más entrañables que recuerdo haber
vivido.
Quienes han estudiado el duelo han dividido el mismo en distintos procesos por los que solemos pasar sin seguir el orden establecido por los expertos en la materia. Esto significa que un día cualquiera podemos despertarnos y experimentar una sensación de alivio al pensar que por fin logramos levantarnos sin tener la necesidad de llorar al recordar a nuestro familiar fallecido, pero, horas después, podemos volver a llorar amargamente, o podemos sentir rabia contra alguien de quien pensamos que no trató debidamente al citado familiar que se nos murió.
Veamos los diferentes procesos de duelo
-La
negación. Este proceso de
duelo se inicia apenas nos percatamos de que ha sucedido lo que no podemos
evitar. Quisiéramos despertar de esa pesadilla, pero, por intenso que sea
nuestro deseo, no podemos modificar la realidad.
-La
ira. En el caso de los
fallecimientos, podemos sentir rabia contra los doctores que atendieron a
nuestros familiares, contra nuestros familiares y amigos de quienes pensamos
que no trataron adecuadamente a quienes fallecieron, contra nosotros porque
deberíamos haber sido mejores familiares con ellos, y contra el Dios de quien
se nos ha dicho infinidad de veces que es amor, cuyos designios no
comprendemos, y, cuanto más queremos entenderlos porque no creemos que es malo,
sus ministros más nos dicen que son incomprensibles para nosotros, indicándonos
que no nos comprenden, y que nos falta inteligencia.
-La
negociación. Si perdemos una
posesión valiosa, quizás podremos tener otra similar con el paso del tiempo, y,
en el caso de que ello no suceda, podemos aprender que como personas somos más
valiosas que los bienes materiales. La negociación puede ser productiva en
muchos duelos porque consiste en equiparar nuestras pérdidas a las razones que
tenemos para seguir viviendo, pero, en el caso de la muerte de quienes amamos,
junto a los procesos de negación que se prolongan más de un mes, puede requerir
de la intervención de un terapeuta que ayude a evitar la prolongación
innecesaria de dichos procesos, y la aparición de enfermedades mentales.
-La
tristeza profunda. Cuando en una
balanza ponemos el dolor producido por nuestros duelos y las razones que
tenemos para vivir, y la balanza se inclina por la intensidad del dolor,
vivimos la tristeza profunda, la cuál es más dolorosa aún que el proceso de
negación. La buena noticia que les tengo a quienes viven este proceso de duelo,
consiste en que el mismo es la antesala del proceso de aceptación.
-La
aceptación. Cuando aceptamos el
hecho de que nuestros familiares fallecidos no vendrán a nuestro encuentro y
comprendemos que nuestra tristeza no nos impide ser felices, el dolor es
soportable, en cuanto deja de ser una carga insufrible. Cuando integramos el
dolor a nuestra vida, el mismo se hace presente, pero no nos impide ser felices
junto a quienes amamos. Un paso posterior consiste en sentir gratitud hacia el
dolor, ya que lo aceptamos porque amamos. No amamos para sufrir, ya que la
espiritualidad nos enseña que la muerte es parte de la vida, y nuestros seres
queridos que no están físicamente con nosotros, viven en nuestros corazones,
porque los recordamos.
1 comentario:
Que interesante artículo, vuelves a compartir con nosotros una parte de tú vida, con ejemplos muy didácticos y constructivos, gracias José por tú generosidad y por la ayuda que nos prestas.
Publicar un comentario