Francisco García López
Orientador en el Teléfono de la Esperanza
Acabo de ver en Movistar tres episodios de 'Otros Mundos', un programa de televisión dirigido por Javier Sierra sobre el Camino de Santiago, el primero de los cuales tiene por título 'La casualidad no existe'. Me dispongo a escribir, a petición de Luis Santiago, la persona que dirige el blog “El tiempo de la esperanza” del Teléfono de la Esperanza de Málaga, sobre mi experiencia en el último año y pico, desde que comenzó la pandemia, como orientador en el Teléfono de la Esperanza. Intentaré ser fiel a la verdad.
Si he de ser veraz, los últimos meses antes de la pandemia fui colaborador apenas nominalmente porque sólo hacía una noche al mes. Tuve otras ocupaciones que me impidieron hacer más turnos. Recuerdo el mes de marzo del año pasado como si fuese ayer, como un mal sueño: mi excedencia de un mes en mi lugar de trabajo, mi ida a Madrid, el confinamiento, el fallecimiento de mi tío (mi segundo padre) por COVID y mi perplejidad ante una situación tan nueva.
En junio de 2021 hemos tenido una paella los compañeros orientadores en la casa de una orientadora en Alhaurín de la Torre y también recordamos el mes de marzo del año pasado. Mencionaba Julia, la subdirectora del Teléfono de la Esperanza, la enorme casualidad de que la centralita del Teléfono de la Esperanza se hubiese cambiado pocos días antes del confinamiento, lo que nos permitió atender llamadas, desde nuestro domicilios, en un momento en el que éramos casi indispensables.
Recuerdo también el primer turno de noche que tuve que hacer a los pocos días del fallecimiento de mi tío y cómo José Antonio, el organizador de los turnos, me decía que no hacía falta que lo hiciese si no me encontraba bien. Pero pensé que mi tío Pepe me quería ahí, fuerte, haciendo algo que sé hacer bien y de lo que él estaba orgulloso. Y todo fue bien.
Recuerdo también las llamadas de esos meses, la de una chica de una localidad que se había quedado completamente sola en casa con su perro, recuerdo la de otra señora que se había quedado también completamente aislada y que sollozaba y vimos en el aprendizaje de idiomas (el italiano en este caso) como una forma de comunicarse y de mantenerse activa.
Recuerdo también haber escrito unas líneas sobre mi experiencia como orientador en esos meses y ahora, pasado un año y pico, me reconozco y no me reconozco en las mismas. Yo, el de entonces, quizás no sea exactamente el mismo. Recuerdo haber escrito sobre la "resiliencia", que es la capacidad que tenemos innata de resistir a la adversidad y que también puede ser aprendida. A este respecto decía que había una lectura que aconsejaba a los llamantes durante este periodo de encierro colectivo cuyo título es “El hombre en busca de sentido”, de Víctor Frankl, un libro que se introduce en el sufrimiento del Holocausto para lanzar un mensaje extraordinariamente positivo sobre la lo capacidad humana para superar la adversidad. Como decía este autor: "Cuando ya no podemos cambiar una situación, tenemos el desafío de cambiarnos a nosotros mismos".
En esas líneas decía que yo animaba a los
llamantes, en una primera fase a que aceptasen su situación y a que se traten a
sí mismos con compasión. También a que intenten mejorar el diálogo interior que
tienen consigo mismos para no hacerse más daño, como si estuviesen tratando con
el niño que en un momento fueron. El propio Epicteto, hace ya miles de años,
nos hacía reflexionar sobre ese diálogo interior: "No son las cosas que nos
pasan las que nos hacen sufrir, sino lo que nosotros nos decimos sobre esas
cosas". Aunque el mismo filósofo griego decía que "en cuanto a todas las cosas
que existen en el mundo, unas dependen de nosotros, otras no", como parece ser
el caso del COVID 19.
Y recuerdo haber terminado esas líneas citando a diferentes técnicas que utilizaba para reestructurar durante las llamadas y otras dinámicas para elaborar un plan de acción. Y terminaba con el psicólogo canadiense Jordan Peterson, que nos animaba a dar una versión mejor de nosotros mismos.
Versión 2ª. El orientador de junio del 2021.
Me sigo reafirmando en lo de las casualidades
y en el destino. En enero mi cuerpo me dijo que necesitaba un descansito y
estuve dos meses y una semana de baja. A finales de esta baja me activé más
horas como orientador dado que ya no necesitaba tanto tiempo para mí mismo.
Recuerdo una mañana una llamada de una madre cuya hija se había quedado en casa
y que tenía ideas suicidas. Le habían pasado el número de teléfono nuestro y me
decía si su hija podía llamarnos. Y hablé con la adolescente y una compañera
psicóloga también la atendió a los pocos minutos.
Y recuerdo también, unos meses después, otra
llamada de una joven de una capital andaluza a la que habían dado en Salud
Mental nuestro número de teléfono y que estaba subida a una azotea con la
intención de acabar con su vida. Y se aferró a la vida. Y se le ofreció un
seguimiento desde el Teléfono de la Esperanza de su ciudad.
El que ha vivido ese momento mágico, el de saber que hay alguien que se aferra a tu vida gracias a ti, a tu tranquilidad, a tu sentido del humor, a la serenidad que te da ser miembro de un equipo como el nuestro, sabe que hay pocos momentos en la vida tan gratos como esos. Como decía Borges, si la vida de un hombre se pudiese reducir a un instante, yo elegiría a esos momentos en los que he sentido esa dicha de ayudar a estas personas.
Versión 3ª. El orientador y formador.
Como dicen los jóvenes, "un marrón", o una
situación complicada. Las muchachas que estaban haciendo el 'Prácticum' de
Psicología en nuestra sede querían comprobar "in situ" cómo se atendía una
llamada y me pidieron que fuera a la sede a atender llamadas durante cuatro
fines de semana seguidos por las mañanas con diferentes estudiantes de
psicología. En un primer momento tuve miedo porque pensaba que ellas, como
futuras psicólogas, podían mirar con ojo crítico mi labor como orientador pero
no fue así. Fue un aprendizaje mutuo y pude aprender de ellas lo de la "terapia
de la aceptación y el compromiso", lo del "locus de control interno o externo",
lo del ASMR para dormir, lo de las terapias de última generación y diversas
técnicas de reestructuración.
Pero lo fundamental fue verme identificado a mí mismo, a ese casi niño que era yo a mis 22 años cuando empecé a atender el Teléfono de la Esperanza. A esos miedos primerizos, esos sudores, esa incertidumbre, esa ingenuidad y esa esperanza de esos años.
Conclusión: la casualidad no existe
Pues es un "spoiler" en toda regla. Termina
Javier Sierra su mini-serie sobre el Camino de Santiago dirigiéndose al niño
que fue pidiéndole que le ayude a tomar decisiones acertadas y recordándonos
que las casualidades no existen. A ese niño que tengo en el perfil de mi foto
del Whatsapp, a ese post-adolescente que cogía con miedo sus primeras llamadas le
pido que me ayude a tomar decisiones adecuadas. Todo y nada es casualidad pero,
si fuese todo, voy a permitir que las casualidades pasen.
Gracias a Luisa, Kristina, Míriam y a todas
las psicólogas de las que tanto he aprendido en tan pocos días. Y gracias a la
gran casualidad que es haberme encontrado al Teléfono de la Esperanza en mi
vida. Y voy a cuidar a ese niño, a ese orientador primerizo que fui y que me
han recordado estas psicólogas jóvenes que me he encontrado en mi camino, en
calle Hurtado de Mendoza, en una bocacalle del Camino Nuevo.
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