José Portillo, orientador del Teléfono de la Esperanza |
José Portillo
Orientador del Teléfono
de la Esperanza
Hay un teléfono que es
atendido 24 horas al día durante los 365 días del año. "Teléfono de
la Esperanza, dígame", son las palabras que escuchan los llamantes en
cada ocasión que un orientador atiende cada una de sus llamadas. Los
orientadores trabajamos arduamente para desconectarnos de nuestros
problemas y ocupaciones con el fin de abrirnos a la aceptación y a la
comprensión de quienes inician tímidamente el relato pormenorizado de sus
dificultades, y nos narran sus secretos, confiando en quienes les atendemos
sin usar el modo de manos libres ni auriculares. Sabemos que pegar el
teléfono a la boca y el oído crea ese clima de intimidad en el que se
pueden transmitir los más grandes secretos, sabiendo que jamás
serán difundidos, tal como ocurre cuando dos personas se hablan al oído.
¿Para qué llaman miles de personas todos los años al Teléfono de la Esperanza para hablar con desconocidos, teniendo la oportunidad de desahogarse con sus familiares y amigos?
¿Para qué llaman miles de personas todos los años al Teléfono de la Esperanza para hablar con desconocidos, teniendo la oportunidad de desahogarse con sus familiares y amigos?
Vivimos en una sociedad
que dispone de muchos medios de comunicación, en la que paradójicamente
la soledad se ha convertido en una plaga. Unos no se desahogan con sus
familiares y amigos porque temen ser ignorados e incomprendidos, y otros no lo hacen para evitarles sufrimiento a quienes más aprecian. Hay quienes no se desahogan con sus familiares y amigos porque muchos de estos tienen ganas de darles soluciones y recetas para resolver sus problemas, pero nuestros llamantes no quieren que les resuelvan sus problemas, muchos saben cómo hacerlo, lo que desean es contar lo que les sucede y lo que sienten. Esperan que alguien los comprenda aunque no estén de acuerdo con ellos, y que no los juzguen.
La depresión es la enfermedad del "yo malherido". ¿Quién no se ha resistido durante todos los años de su vida a culpar a los demás por ser causantes de sus sufrimientos? ¿Conocemos el caso de alguien que cuenta miles de veces sus sufrimientos con la esperanza de sentir algo de alivio en alguna ocasión, y que aun sintiéndose aliviado poco después de narrar sus desdichas recupera el nivel de ansiedad inicial con el que comenzó su relato? Estos y otros problemas caracterizan a nuestros llamantes habituales, los cuales son acompañados a través del hilo telefónico, por quienes los acogemos cuando no pueden gestionar sus emociones por no haber sido entrenados para ello o por sus enfermedades
familiares y amigos porque temen ser ignorados e incomprendidos, y otros no lo hacen para evitarles sufrimiento a quienes más aprecian. Hay quienes no se desahogan con sus familiares y amigos porque muchos de estos tienen ganas de darles soluciones y recetas para resolver sus problemas, pero nuestros llamantes no quieren que les resuelvan sus problemas, muchos saben cómo hacerlo, lo que desean es contar lo que les sucede y lo que sienten. Esperan que alguien los comprenda aunque no estén de acuerdo con ellos, y que no los juzguen.
La depresión es la enfermedad del "yo malherido". ¿Quién no se ha resistido durante todos los años de su vida a culpar a los demás por ser causantes de sus sufrimientos? ¿Conocemos el caso de alguien que cuenta miles de veces sus sufrimientos con la esperanza de sentir algo de alivio en alguna ocasión, y que aun sintiéndose aliviado poco después de narrar sus desdichas recupera el nivel de ansiedad inicial con el que comenzó su relato? Estos y otros problemas caracterizan a nuestros llamantes habituales, los cuales son acompañados a través del hilo telefónico, por quienes los acogemos cuando no pueden gestionar sus emociones por no haber sido entrenados para ello o por sus enfermedades
mentales, y esperamos
que llegue el día en el que se atrevan a superar sus bloqueos, y a
afrontar sus miedos, en la medida que les sea posible.
Algunos llamantes que nos contactan la primera vez, cuelgan el teléfono apenas oyen las voces de quienes les atendemos, por miedo a no ser comprendidos. Segundos después de colgar el teléfono, se arman de valor y llaman al Teléfono de la Esperanza, esta vez para pedir ayuda, dado que la soledad, la ansiedad y el miedo a no superar sus dificultades, son más fuertes que el miedo al rechazo de quienes atendemos sus llamadas. Durante el transcurso de las llamadas, hablan de sus dificultades, descubren que son aceptados y comprendidos, y, en el caso de que requieran ser orientados, les sugerimos un abanico de
posibilidades, las cuales les ayudarán a pensar, a ordenar sus ideas y, en ciertas ocasiones, a resolver parte de sus problemas.
Entiendo que la misión de un orientador consiste en meterse en la piel de aquellos a quienes ayuda, evitando ponerse sus zapatos. Comprendemos a quienes ayudamos y empatizamos con ellos escuchándolos y reforzándolos positivamente para que resuelvan sus problemas. También les preguntamos cómo resolvieron situaciones pasadas similares a las que les preocupan en el presente, porque en el interior de sí mismos tienen el mejor y más completo libro de autoayuda que jamás podrán leer, aunque quizás aún no han profundizado en su interior, por miedo a afrontar el dolor de experiencias pasadas traumatizantes no superadas. Orientar a los necesitados de ayuda tiene sentido mientras que los orientadores creamos en la resiliencia de quienes están dispuestos a superar todos los obstáculos que les impiden ser felices. La vida nos induce a afrontar nuestros miedos suavemente, y, según pasa el tiempo, nos presenta circunstancias más difíciles que nos hacen pensar en la necesidad que tenemos de superarnos a nosotros mismos. Llega el día en, el que decidimos ser y sentirnos mejor, y es en esas circunstancias cuando necesitamos voces motivadoras que nos recuerden que miremos a nuestro interior sin miedo, pues solo allí encontraremos las respuestas que necesitamos para superarnos a nosotros mismos.
Algunos llamantes que nos contactan la primera vez, cuelgan el teléfono apenas oyen las voces de quienes les atendemos, por miedo a no ser comprendidos. Segundos después de colgar el teléfono, se arman de valor y llaman al Teléfono de la Esperanza, esta vez para pedir ayuda, dado que la soledad, la ansiedad y el miedo a no superar sus dificultades, son más fuertes que el miedo al rechazo de quienes atendemos sus llamadas. Durante el transcurso de las llamadas, hablan de sus dificultades, descubren que son aceptados y comprendidos, y, en el caso de que requieran ser orientados, les sugerimos un abanico de
posibilidades, las cuales les ayudarán a pensar, a ordenar sus ideas y, en ciertas ocasiones, a resolver parte de sus problemas.
Entiendo que la misión de un orientador consiste en meterse en la piel de aquellos a quienes ayuda, evitando ponerse sus zapatos. Comprendemos a quienes ayudamos y empatizamos con ellos escuchándolos y reforzándolos positivamente para que resuelvan sus problemas. También les preguntamos cómo resolvieron situaciones pasadas similares a las que les preocupan en el presente, porque en el interior de sí mismos tienen el mejor y más completo libro de autoayuda que jamás podrán leer, aunque quizás aún no han profundizado en su interior, por miedo a afrontar el dolor de experiencias pasadas traumatizantes no superadas. Orientar a los necesitados de ayuda tiene sentido mientras que los orientadores creamos en la resiliencia de quienes están dispuestos a superar todos los obstáculos que les impiden ser felices. La vida nos induce a afrontar nuestros miedos suavemente, y, según pasa el tiempo, nos presenta circunstancias más difíciles que nos hacen pensar en la necesidad que tenemos de superarnos a nosotros mismos. Llega el día en, el que decidimos ser y sentirnos mejor, y es en esas circunstancias cuando necesitamos voces motivadoras que nos recuerden que miremos a nuestro interior sin miedo, pues solo allí encontraremos las respuestas que necesitamos para superarnos a nosotros mismos.
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