Enfermeros en el Vall de Hebrón. Foto: Kim Manresa / La Vanguardia |
Wallid es un bebé de un año que nació condenado a vivir permanentemente medicado. Una malformación congénita en la pared que separa las dos aurículas del corazón le provocó una cardiopatía que, hasta el momento, solo se podía superar mediante cirugía a corazón abierto con el consiguiente riesgo para su vida. Mientras tanto, sus pulmones y su corazón trabajaban sobrecargados lo que le dificultaba la respiración y obligaba a sus padres a mantenerlo ingresado en la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) de un hospital. Sin embargo, un equipo médico dirigido por el cardiólogo Pedro Bertrán, del hospital barcelonés Vall D'Hebrón, ha logrado cambiar el rumbo de la vida de Wallid. Ha implantado en su pequeño corazón un dispositivo elaborado con material flexible y muy poco metal que ha permitido al bebé superar las consecuencias de su cardiopatía y respirar con normalidad. A los cinco días de la intervención le dieron el alta en el centro sanitario y con un año recién cumplido no tiene que tomar ninguna medicación y lleva una vida totalmente normal. El éxito de estos profesionales catalanes se agranda por el hecho de que se trata de la primera vez en el mundo que se implanta un dispositivo de este tipo a un niño tan pequeño. Todo un avance de la ciencia médica al servicio de la vida desde la más tierna infancia.
Este avance no nos debe hacer perder de vista el contexto general mundial en el que nos movemos. Hace solo unas décadas, en 1990, morían cada año en el mundo 12 millones de niños por causas que se puede prevenir y evitar. La ONU incluyó la erradicación de las muertes infantiles como objetivo número 4 de los llamados Objetivos del Milenio y, a día de hoy, este tipo de muertes se ha reducido hasta los 6,5 millones. Con todo, la cifra de 18.000 niños menores de 5 años que mueren cada día en el avanzado y tecnológico siglo XXI, es estremecedora. La investigación médica y científica, como en el caso de Wallid, tiene que ir acompañada de políticas de salud pública que lleguen a todas las capas de la población, incluidos los países más pobres.
Bienvenido sea este dispositivo que ha mejorado la vida de un bebé, pero su auténtico valor será su aplicación a todos los bebés, independientemente de si han tenido la suerte de nacer en un país rico o pobre.
Este avance no nos debe hacer perder de vista el contexto general mundial en el que nos movemos. Hace solo unas décadas, en 1990, morían cada año en el mundo 12 millones de niños por causas que se puede prevenir y evitar. La ONU incluyó la erradicación de las muertes infantiles como objetivo número 4 de los llamados Objetivos del Milenio y, a día de hoy, este tipo de muertes se ha reducido hasta los 6,5 millones. Con todo, la cifra de 18.000 niños menores de 5 años que mueren cada día en el avanzado y tecnológico siglo XXI, es estremecedora. La investigación médica y científica, como en el caso de Wallid, tiene que ir acompañada de políticas de salud pública que lleguen a todas las capas de la población, incluidos los países más pobres.
Bienvenido sea este dispositivo que ha mejorado la vida de un bebé, pero su auténtico valor será su aplicación a todos los bebés, independientemente de si han tenido la suerte de nacer en un país rico o pobre.
Cardiólogos implantan un nuevo dispositivo a un bebé con una cardiopatía
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