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Jesús García Toribio
Psicólogo. Coordinador del Taller de Autoestima
Todos sufrimos la insistencia y hasta el
acoso de la publicidad en todos los medios “para ser felices”. Tenemos la obligación de ser felices y si no nos
sentimos tales, encima nos sentimos fracasados. Los anuncios nos machacan cada
día, si consigo tal coche, seré feliz; si uso tal perfume, mi atractivo será
irresistible, si visto de esta manera, si uso tal adorno seré fascinante, si
sigo esta moda, me admirarán todos. 4 consejos para comer sano, 5 reglas para
triunfar, 3 ejercicios para perder peso, 2 recetas únicas, 1 vida plena de
satisfacción. Compra, ponte, usa, toma, mira, escucha, si quieres ser feliz.
Y se nos pone una cara de tontos al final
del día cuando en el silencio y en la soledad comprobamos que hemos seguido las
normas, los consejos, las reglas, las invitaciones y sugerencias que nos llueven
por todos lados sin alcanzar esa felicidad que nos prometían.
De ahí la obsesión por experimentar lo
nuevo, lo último, sean viajes, amigos, sustancias que me aseguran felicidad.
De ahí la ansiedad porque achaco a mí
mismo, no culpabilizo, por no alcanzar el paraíso prometido.
De ahí el profundo mal sabor de boca, el
hastío y la desesperanza en mí mismo, la frustración, la depresión y la
búsqueda de nuevos estímulos que me motiven, de gurús que me orienten, de
influencers y coachs que me enseñen cómo moverme en esta sociedad para ser
feliz.
El autoengaño
La verdad es que nos han engañado y
seguimos autoengañándonos buscando fuera de nosotros lo que sólo en lo más
íntimo de mí mismo puedo encontrar; la autoestima, la autoseguridad, la
autoaceptación, base de la serenidad y del más íntimo bienestar personal, por
mal que nos vayan las circunstancias.
Este es el radical engaño que hace
infelices a tantos hombres y mujeres en nuestra sociedad, la prolongación del
estado infantil en el que nuestra felicidad dependía de los demás. Como niños
pequeños seguimos buscando a nuestro alrededor quien nos defienda (de nuestros
enemigos, las más de la veces supuestos), quien nos proteja (de peligros, casi
siempre imaginados), quien nos alimente (ante un ansia de afectos nunca
satisfecha), quien nos salve, en definitiva, quien nos haga felices. Y si no
encontramos ese alguien, culpamos al otro, a los demás por no hacernos felices,
seguimos buscando, y nos desesperamos cuando ese alguien está tan cerca de
nosotros: nosotros mismos
Y aquí descubrimos el pensamiento básico
sobre el que podemos empezar a construir nuestra autoestima, nunca está todo
perdido, siempre podemos hacer algo para crecer y mejorar. Podemos desarrollar nuestra autoestima, mejorarla y
acrecentarla, por dañada y débil que esté. Precisamente éste es el objetivo
básico del ‘Taller de Autoestima’
que realizamos en el Teléfono de la Esperanza: tenemos que crecer, para crecer
tenemos que cambiar, aunque el cambio nos pide esfuerzo y superar los miedos.
No nos autoengañemos, cambiar nuestro modo de pensar, de sentir y de actuar,
modos que probablemente llevamos años y años repitiendo, no es un proceso fácil
y rápido. Es un proceso que nos llevará tiempo y esfuerzo, pero que finalmente
pondrá en nuestras manos la responsabilidad de nuestra vida, arrancándonos de
ese mundo infantil en el que dejábamos en manos de los demás (mi familia, mi
pareja, mis amigos, la sociedad…) la tarea de hacernos felices, sin quedar
nunca satisfechos, sin llegar a la madurez del adulto, capaz de soportar las
adversidades que la vida nos plantea a todos, antes o después, sin perder la
serenidad.
Control sobre mi vida
“Para sentirme libre para vivir y digno de
la felicidad, necesito experimentar una sensación de control sobre mi vida.
Esto exige estar dispuesto a asumir la responsabilidad de mis actos y del logro
de mis metas. Lo cual significa que asumo la responsabilidad de mi vida y de mi
bienestar”
(Taller de Autoestima del Teléfono de la
Esperanza).
En definitiva, la autoestima no es algo
que yo pueda recibir pasivamente de otros. Se desarrolla desde mi propio
interior.
“Esperar pasivamente a que suceda algo o
que aparezca alguien que eleve mi autoestima es condenarme a una
vida de frustración” (Ibid.)
Sólo desde una autoestima sana, un autoconcepto
adecuado y una autovaloración
positiva, procesos continuos de crecimiento en los que se afianza mi
madurez, mi serenidad, mi adultez, puedo disfrutar de la vida, pese a los
problemas que puedan sobrevenirme, pues nunca me abandona mi amigo más fiable: yo mismo. Y más todavía, en ese proceso
seré para quienes me rodean no un pobre ser que mendiga afecto y se aferra a
los otros para conseguirlo, sino un individuo abierto, generoso y que transmite
su propia serenidad.
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