José
Portillo tiene 40 años, es ciego y desde 2014 presta su servicio voluntario como
orientador en el Teléfono de la Esperanza de Málaga. Llegó al teléfono con
problemas, como muchas personas, pero también con una larga experiencia laboral
y muchas inquietudes personales. Trabajó en la hostelería, como vendedor de la
revista de discapacitados ‘7 días’ y cuenta con la formación de un máster
especializado en coaching.
¿Cuándo
contactaste con el Teléfono de la Esperanza la primera vez?
Allá por el año 2000 o 2001, necesité ayuda y vine. La
psicóloga me comentó que había cursos y talleres que me podían venir bien, pero
no pude hacerlos porque en esa época trabajaba 16 horas al día. Trabajaba
vendiendo el cupón y luego en la casa hacia las tareas administrativas. Me
dediqué a mi trabajo porque no podía pedir horas libres en la ONCE.
Y volviste a
hacer los cursos de formación para el departamento de orientación
Sí, vine hace unos cinco años porque me había quedado
con la curiosidad de hacerlos. Mi mujer
también hizo la formación.
¿Qué te
aportó la formación como orientador?
Me sentí acogido desde el principio. Pude ver que
experimentaba cosas nuevas, creencias
nuevas y veía las cosas desde puntos de vista muy diferentes. Para mí fue una
gran ayuda. En la vida no todo son normas. Yo tenía una formación católica y
estaba muy aferrado a las normas. Tenía que hacer las cosas porque eran un
deber. Hoy soy más flexible.
¿Cómo fue tu
incorporación a los turnos de orientación? ¿Recuerdas alguna llamada que te
impactara especialmente?
Empecé los viernes a mediodía, luego pasé a la tarde,
hice turnos largos, suplencias y pasé al turno de mañana que es el que hago
ahora. Recuerdo la llamada de una niña de 11 años que me contó que su madre se
había ido y colgó. No veo el teléfono y no pude tener más contacto con ella. No
supe si tenía familia o que necesitaba.
¿En qué tipo
de problemas has tenido que dar orientación a los llamantes?
He atendido a personas que han sufrido ideaciones
suicidas, malos tratos, pobreza extrema, procesos de duelo y muchos casos de
soledad.
¿Qué
respuesta les das en cada caso?
En los casos de pobreza extrema, le explico a la
persona que ser pobre no es algo de lo que tenga que avergonzarse. Es una cosa
que algunos hemos vivido y es cuestión de llamar a muchas puertas hasta
superarlo. Les facilito los teléfonos de atención de ONGs que pueden atenderle.
Cuando hay un caso de malos tratos, ves como la mujer necesita expresar lo que
probablemente no le cuenta a nadie para no verse juzgada y, además, tiene la
autoestima por los suelos. Se les deja que lloren, suelten el dolor y la rabia
y se les dice dónde pueden recibir ayuda. Cuando se trata de ideaciones
suicidas, los contacto con nuestra psicóloga especializada y los atiende
personalmente. Hay personas que están agobiadas por un problema, ven la
solución y desaparece esa idea. En las situaciones de duelo, se les contacta
con un psicólogo y se recomienda asistir a nuestro taller de duelo. La mayoría
de las veces, ellos mismos escuchan sus sentimientos y ven como superarse.
¿El hecho de
ser ciego, dificulta o sirve para la escucha?
Desde el primer momento no fue una dificultad, todo lo contrario, fue un empujón. He pasado
dificultades en la vida y he ayudado a la gente. Ayudando me tomo mis píldoras
de optimismo. Me enriquece. Aquí he aprendido que si no estoy lleno de lo
mejor, no puedo ayudar.
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