sábado, 26 de diciembre de 2009

La escucha nocturna de Joaquín Carranza

El tiempo de la esperanza se viste de Navidad estos días. A través de los cristales de mi ventana, veo las ramas del limonero moverse acunadas por ráfagas de viento. Después de una tregua de un par de horas, el agua cae mansamente. Constante, sin pausa. El ambiente invita a la reflexión. Los orientadores del teléfono saben mucho de reflexión y de escucha Uno de ellos, Joaquín Carranza, ha venido a éste espacio virtual, pero cálido y cercano, para ofrecernos su experiencia personal después de cubrir varios turnos de noche, esos en los que los voluntarios reciben los SOS de las personas que no concilian el sueño, asediados por lo nubarrones de la soledad y el vacío. Lo que sigue es la interesante aportación de Joaquín.


Duermevelas en escucha

Tras 3 años de pausa he querido volver al Teléfono de la Esperanza, y me he atrevido con algo que apenas había hecho en mis 10 años de servicio a la causa: los turnos de noche. Las pocas experiencias que había tenido hasta entonces las recordaba difícilmente soportables, con una sala que había que ‘airear’ antes de que llegara el orientador de las mañanas.

A tenor de mi recuerdo, estuve negociando los ‘premios’ que iba a darme ante la perspectiva de una noche en duermevela. Antes del turno he decidido parar todo esfuerzo y concederme al menos tres horas de reposo de sofá, en los que hasta desconecto mi teléfono personal.

También decidí que este duro turno merecía premios posteriores, y así los sábados por la mañana, normalmente dedicados a deberes, han comenzado a llenarse de los mejores pequeños placeres: desayunos en un bar, tranquilos paseos por el centro sin más rumbo que el de dejarme llevar por la moto, y un fin de fiesta comprando delicatessen en el Mercado Central.

Ya tenía decididos muchos premios indirectos, los que suele conceder este voluntariado, y no había comenzado a hacer los turnos. Pero una vez que me había dado permiso para esas compensaciones, había que afrontar el turno.

Cuesta salir recién cenado para dejar la casa propia, y llegar a la sede. Pero todo desaparece al llegar a la sala de orientador de noche, cuando uno tiene esa sensación que le ha valido el mote de la ‘suite’: una sala aislada de ruidos, con aire acondicionado y baño internos.

Esta sede además ‘rebota’ su majestuosidad en el voluntario: si ya desde los primeros años teníamos la sensación de pertenecer a una asociación ‘patanegra’, ahora además esto se transmite también en sus instalaciones.

Una sede que parece haber mudado hasta los espíritus históricos. Mudado o asistido a los cursos de Crecimiento personal que ya se dan en la sede, y desistan de asustar crujiendo las vigas. Asombra ver como esta casa tenebrosa ha conseguido convertirse en una fortaleza que atesora constructivos sentimientos. Ya no necesito la pértiga del toldo que usábamos antes para acercarme de noche a la moderna cocina, sino que cada vez bajo los escalones con el orgullo de pertenecer a una asociación con estas instalaciones.

Si no fuera por las llamadas, esto va teniendo la impresión de una agradable excursión. Pero luego vienen las llamadas, las clásicas llamadas del necesitado de noche que se ha desvelado pero tampoco puede pensar con claridad. Me valgo entonces de toda la preparación previa para que no me convenza de que la vida no vale la pena. Mi almohada, libros con fotos optimistas, la TV y el Internet de la suite hacen el resto. Y entonces la mejor compensación está en la perspectiva que consigo tomar frente a mis mínimos problemas, al espejo que pretendo limpiar para reflejar bien los suyos, a la riqueza que produce en el llamante un contacto en intimidad con el que sufre. Todo ese servicio que ya sabéis que limpia al voluntario por dentro.

Una apertura a los demás que no concluye en el turno. Porque me sigue impresionando notar cómo, tras años de desconexión, después de cada turno aun me queda el regusto de la apertura al otro. Y los paseos por el Mercado Central inmediatos al turno cobran una nueva riqueza, porque todos los que me rodean comienzan a expresarme sus sentimientos sin palabras: la señora que vive sola, el joven tímido al que no se le entiende al hablar, las burlas entre parejas…. y el espíritu de escucha del Teléfono de la Esperanza trata de infiltrarse, cuando le dejo, en mi rutina semanal, dándome el último premio gordo: la intimidad con los que llevan rodeándome media vida.


4 comentarios:

www.telefonodelaesperanza.org dijo...

Gracias por tu labor, Joaquín. Gente como tú enriquece a todos los voluntarios del Teléfono de la Esperanza.
Un saludo

Anónimo dijo...

QUE GRAN ALEGRIA TENERTE OTRA VEZ EN EL TELEFONO.VEO QUE SIGUES ESCRIBIENDO MARAVILLOSAMENTE.UN FUERTE ABRAZO DE BIENVENIDA, DULCE FDEZ.

Diana dijo...

Saludos desde el teléfono de la esperanza Bogotá, Colombia.

Encarni dijo...

Es difícil expresar los sentimientos, compartir y darles ese valor emotivo en cada palabra. No por parecer un poeta...,que lo eres!
Es difícil por intimarte sin reparo para quizá inconscientemente entrar poco a poco en la sensibilidad de las personas.
Tu relato es mágico.
Tu voluntad enternecedora.
Deseo que en tu "soledad" encantada sigas siendo feliz y ofreciendo aliento.
Gracías.