José Portillo
Orientador y coordinador de talleres del Teléfono de la Esperanza
¿Consiste la felicidad en que podamos disfrutar de la vida, en que podamos vivir autorealizándonos constantemente, o ambos aspectos son cruciales para que podamos considerar que somos felices?
El filósofo Arístipo, que vivió el siglo III antes de Cristo, afirmó que el sentido de la vida consiste en la experimentación del nivel máximo de placer y felicidad que cada cual pueda vivir (principio hedónico).
Sigmund Freud llegó a creer que la salud
mental es dependiente de la satisfacción de los instintos.
Para Aristóteles, quienes deseen ser
felices, tienen que vivir un ciclo de autorrealización constante (principio de
eudaimonía).
La vida es mucho más que la simple
satisfacción de necesidades y placeres. El sentido de la vida, según el citado
filósofo, consiste en adquirir el compromiso de desarrollar y realizar la
propia naturaleza. A este respecto, la Psicología cognitiva nos enseña que
cuando dejamos de esforzarnos por mejorar algún aspecto de la vida, empezamos a
debilitarnos en el citado campo. A modo de ejemplo, si alguien deja de
esforzarse para superar la timidez, le sucederá que la misma se le hará más
grande y, por consiguiente, más difícil de afrontar. Considero que los dos
caminos existentes para que podamos alcanzar la felicidad citados en este
artículo no son excluyentes, así pues, necesitamos alimentarnos, pasear,
relacionarnos, descansar y, entre otras muchas cosas, también necesitamos
dedicarles tiempo a las actividades que consideramos placenteras, que nos hagan
superarnos al realizarlas.
Tocar un instrumento
musical o aprender un idioma, no solo han de asociarse a la posibilidad de
trabajar, pues también producen placer y estimulan capacidades que si no las
trabajamos, no podremos usarlas en nuestro beneficio.
La autorrealización nos
incita a vivir superando retos, mientras la satisfacción de necesidades y placeres nos hace disfrutar de cortos
espacios de nuestro tiempo.
La autorrealización nos
impulsa a superar la frustración de la que podemos ser víctimas en cada ocasión
que nos equivocamos, y fortalece nuestra paciencia, en el sentido de que
intentamos conseguir lo que deseamos tantas veces como sean necesario hasta que
lo hacemos nuestro, fortaleciendo nuestra autoconfianza y autoeficacia.
Cuanto más
desarrollamos antiguas y nuevas capacidades al superar retos, expresamos con
más libertad nuestras emociones placenteras, mientras prolongamos en el tiempo
la satisfacción de vivir aprendiendo.
Vivir un proceso de
aprendizaje constante nos estimula el placer en cada ocasión que hacemos un
nuevo descubrimiento.
El aprendizaje que adquirimos nos hace
adentrarnos en un mundo desconocido que estimula nuestra curiosidad por
conocerlo. Por ejemplo, mis conocimientos del cristianismo me hicieron percibir
el mundo como un pueblo que ha de observar una conducta análoga, mientras que
la Filosofía y la Psicología me han enseñado que cada cual actúa partiendo de
las percepciones que tiene sus vivencias y de como percibe el mundo.
La apertura a nuevas ciencias y culturas
nos induce a escuchar a los demás como quizás antes no hemos sabido hacerlo. Las
nuevas percepciones también nos inducen a expresarnos de un modo diferente, consecuente
de nuestros nuevos descubrimientos.
Vivir autorealizándonos nos convierte en el centro y
el motor de nuestras vidas. Vivir satisfaciendo placeres nos hace esclavos de
la moda, del qué dirán los demás respecto de nosotros, y de muchas adicciones cuyo fin es destruirnos.
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