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Carlos López
Coordinador de talleres del Teléfono de la Esperanza
Dialogar, del griego “dia-logos”, significa el encuentro entre dos logos o
pensamientos que buscan alcanzar una idea mejor o superior. Es el encuentro:
voluntad con conocimiento y amor, en busca de lo mejor de uno mismo para poder
compartirlo con los demás. Hay verdadera “escucha”, pues va más allá de la
empatía o ponerse en el lugar del otro: hay concordia. ('El arte de
conversar y dialogar'. Autor:
Javier Saura).
El diálogo es como una partida
de tenis. Generalmente en nuestros diálogos con los otros, confrontamos ideas, creencias, valores, opiniones,
estilos de vida y pautas de comportamiento. Y a medida que se desarrolla el
dialogo, se modifican las percepciones y las actitudes que vamos teniendo y en
consecuencia se modificamos los comportamientos y asumimos nuevas decisiones y estratégias sobre el uso de los recursos que nos van surgiendo. Resumiendo: el dialogo
define el ámbito de convivencia de los que dialogan, constituyendose
momento a momento.
De lo que se deduce que sólo aprendemos a través de vivencias cuando estas nos son significativas, cuando algo nos mueve cuando algo nos provoca la emoción.
“Las emociones son centrales en nuestra vida. impactan en nuestra memoria porque recordamos mejor aquello que nos conmueve” (Facundo Manes, neurólogo). Nos transformamos en la convivencia porque todo el tiempo estamos en continuo cambio, somos sistemas dinámicos, nuestra fisiología cambia a lo largo del día, todos somos distintos de como éramos cuando nos levantamos por la mañana. Resulta que una cosa dicha aparentemente sin mucha consecuencia, de pronto nos damos cuenta que tiene consecuencias porque uno reflexiona o la mira de nuevo en el silencio o en conversación con algún amigo.
Y porque nos vamos a
transformar de todos modos, comprobaremos que
vamos a ir por un lado o por el otro según la circunstancia en la cual
nos encontremos, por ejemplo según lo que
escuchemos en la radio en la mañana nos
conmueva o puede que nos enoje, puede
que nos encante o que nos sea indiferente. En todos los casos vamos a surgir un cambio distinto porque eso va a guiar esta
continua transformación en la cual nos encontramos y esto está pasando todo el
tiempo.
Las actitudes de algunos de los caminos por los que optamos, nos pueden llevar a tener conflictos con los demás. El conflicto surge cuando las ideas, valores o actos de distintas personas están en contraposición, generando un desequilibrio o malestar. Si yo estoy en una situación que me resulta amenazante y quiero conservar algo que me es propio y no quiero perderlo, por ejemplo, quiero conservar mi opinión, quiero conservar la dignidad, quiero conservar el respeto por mí mismo a cualquier coste, ese cualquier coste significa que no me importa lo que les pase a los otros.
Todos tenemos ciertas ideas o creencias básicas que queremos conservar, y sobre las cuales no deseamos reflexionar. La reflexión nos llevaría a preguntarnos desde uno mismo. La única manera de no estar atrapado en un ideología o creencia es tener un espacio reflexivo siempre abierto en función de algunos propósitos humanos, sociales o éticos. Por ejemplo si nos preguntasemos: ¿me gusta el vivir que estoy viviendo o no me gusta?. Cuando uno se hace esa pregunta le cambia la emoción. Cuando uno se hace esa pregunta que es reflexiva, uno ya está en otro lugar, uno ya no puede volver al lugar de donde salió porque ya se hizo la pregunta, ya no es inocente y amplió la conciencia. Podemos decir que “si” para conseguir que así mis amigos me quieran. ¿Para qué?, para qué me acojan aunque se que ese vivir que estoy viviendo yo no lo quiero, lo quiero para que me acepten pero yo en mi realidad no lo quiero. Cuando me doy cuenta de esto, puedo ampliar mi conciencia y lo que me queda seria cambiar mi modo de vivir, porque si soy consciente de algo que me hace daño que no lo quiero tengo que cambiar. Si reflexionamos siempre vamos a ser libres para el conocer, porque vamos a ser capaces de mirar dónde estamos y ver si nos gusta o no nos gusta nuestra vida.
Si no reflexionamos, podemos
caer en un fanatismo, en un ámbito de autoridad que queremos que sea absoluta para que el otro obedezca. Puedo
preguntarme ¿me gustó decir lo que dije o hacer lo que hice o no, me
gustó las consecuencias de lo que dije o hice?. ¿estamos dispuestos a
reflexionar sobre cualquier sistema fundamental? Si la respuesta es afirmativa
entonces tenemos la oportunidad de
seguir siendo seres humanos respetuosos capaces de colaborar, de
construir un mundo legítimo con otros seres humanos y la única solución será mirar desde donde estamos diciendo lo que estamos diciendo.
La frase que generalmente utilizamos
cuando entramos en conflicto con el otro suele ser: "Es que no me
escuchas”. Por lo tanto, el escuchar es uno de los factores
significativos del dialogo y, curiosamente, de la resiliencia y, por tanto,
escuchar y ser escuchado desarrolla en mí -también en el otro- fortalezas
afectivas y potencia la autoestima de quienes dialogan. Para que exista una
verdadera escucha, el otro ha de ser recibido
voluntariamente por mí y yo ser
recibido voluntariamente por el otro. Entonces, habrá
dialogo y por lo tanto escucha. En ese dialogo, uno y otro, cumplirán alternativamente ambos
roles. Ambos serán “admitido” y “admitiente”.
Desde la escucha activa, podemos correr un riesgo si no la sabemos manejar bien, ya que se puede hacer una escucha activa y aun así, podemos estar interpretando lo que escuchamos. Corremos el riesgo de colocar en el otro nuestros significados que tenemos de lo que nos dice y, entonces, no estamos escuchando, estamos interpretando. Cuando interpretamos, lo hacemos desde una cierta verdad, desde una cierta realidad y cierta objetividad, la nuestra. Es decir, al interpretar, lo hacemos desde una objetividad y esta nos aleja de considerar al otro como un legítimo otro, en el convivir. La consecuencia de esto es que, el otro no siente que le estamos dando un lugar en la vida. Se siente cuestionado, descalificado y tiene la sensación de que no es escuchado. Cuando esto pasa, el otro no tiene los elementos necesarios para legitimarse, su autovaloración es menor y sus fortalezas quedan relegadas a un segundo plano.
Si somos consciente desde dónde estamos analizando el dialogo, podremos considerar que existe un escuchar adecuado sólo si el otro es un “admitido” para nosotros y, a su vez, somos “admitido” por él, y esto implica soltar nuestras certezas y nuestros principios, implica quedar sin los andamios que me sujetan sin los andamios en los que yo me afirmo, yo conmigo y con lo que pienso. En resumen, solo puedo dejar aparecer al otro escuchándolo desde donde el otro dice lo que dice y no desde nuestros principios.
El filósofo Erasmo de
Rótterdam dice "sólo el hombre nace en un estado que por mucho tiempo le
obliga a depender totalmente de ayuda ajena. No sabe ni hablar, ni andar, ni
buscarse la comida, sólo implorar asistencia berreando para que de ahí podamos
deducir que se trata del único animal nacido exclusivamente para la amistad,
que principalmente madura y se refuerza con la ayuda mutua. Por eso la
naturaleza ha querido que el hombre reciba el don de la vida, no tanto por
sí mismo, como para orientarlo hacia el amor, para que entienda bien que está
destinado a la gratitud y la amistad".
Nuestro origen es de seres amorosos que hemos nacido en la confianza de ser amados de ser queridos y no de ser traicionados. Salimos del útero biológico al útero cultural. En el útero biológico estamos calientitos y somos alimentados según lo que le toca vivir a la madre, pero despues salimos al útero cultural y a veces tenemos la suerte de que nos acogen, nos nutren, nos amen, nos quieran y otras veces no tenemosesa posibilidad.
Como escribe el Biologo
Maturana “Sin amor, sin aceptación del otro junto a uno, no hay
socialización, y sin socialización no hay humanidad. En este ambito cuando
hablo de amor no hablo de un sentimiento ni hablo de bondad. Cuando
hablo de amor hablo de un fenómeno biológico, hablo de la emoción que
especifica el dominio de acciones en las cuales los sistemas vivientes
coordinan sus acciones de un modo que trae como consecuencia la aceptación
mutua, y en la aceptación donde se construyen los fenómenos sociales.”.
Por lo tanto, la convivencia
en conversaciones es dar vueltas juntos,
en nuestros haceres y emociones. Esto nos debe llevar a ver en el rostro del
otro no a un competidor sino a aquel que configura un mundo conmigo, haciéndonos
responsables de ello.
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