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Carlos López
Coordinador de talleres en el Teléfono de la Esperanza
La vida moderna daña nuestro cerebro porque lo mantiene en
un estado al que no está preparado evolutivamente para hacer frente. En nuestro mundo cotidiano, un problema con la pareja,
correr el riesgo de un negocio o tomar decisiones que nos comprometen, es un
símil de evitar el ataque de un depredador a nuestros antepasados de las
cavernas. Nuestro cerebro está diseñado para sufrir y al mismo tiempo para
evitar peligros, para huir, luchar o adaptarnos.
La visión del mundo en el que
vivimos, desde nuestro cerebro podría hablarnos de dos visiones:
Adaptativa-pasiva. En nuestra sociedad la mayoría de las necesidades básicas
están cubiertas (supermercados, casas, vehículos), por lo que han hecho que
algunas estructuras cerebrales, no se utilicen, modificando la secuencia de
activación y disminuyendo la capacidad de afrontar y resolver desavenencias, es
decir: a más comodidades las neuronas se hacen flojas.
Frenético. Vivimos en un mundo con altas demandas laborales y familiares
y con un ritmo de vida acelerado, lo que supone un desafío constante. Este
estilo de vida “frenético” favorece la aparición de estrés. Se ha demostrado
que hay ciertas áreas como la corteza prefrontal, la amígdala y el hipocampo
que ven reducido su tamaño como consecuencia del estrés crónico. Estas áreas
juegan un papel muy importante en la regulación emocional, la memoria y el
aprendizaje (www.psiquiatria.com).
La consecuencia de estas dos visiones del funcionamiento
del cerebro la resume el doctor D.J. Siegel
diciendo: “cuando los estados de una persona no están integrados, la
angustia hace que esta pueda caer en el caos, en la rigidez o en los dos”.
(Libro Mindsight)
Quienes mantienen un ritmo de vida acelerado
“la mayor parte del tiempo y sin darse cuenta se mueven, piensan y sienten con
el piloto automático encendido”. Fritz
Perls (1976) decía que el hombre moderno vive en un estado de vitalidad
mediocre, que tiene amplias oportunidades de vivir y disfrutar, pero se le ve
vagando sin sentido, sin saber qué quiere en realidad.
Llamó mi atención una noticia que decía “Un grupo de científicos de Cambridge cultivan un
'minicerebro' humano capaz de enviar impulsos para contraer los músculos” (Futuro 21 de
marzo de 2019.)
Cuando acudes al diccionario
(RAE) para ver la definición de “cultivar”, aparecen estas definiciones entre
otras:
·Poner los
medios necesarios para mantener y estrechar el conocimiento, el trato o la
amistad.
·Desarrollar o ejercitar el talento, el ingenio, la memoria.
Esto me suscita la pregunta:
“¿cómo podemos dominar el arte de cultivar
nuestro cerebro en lo que realmente importa en nuestras vidas diarias?”.
Para que haya un crecimiento humano, debe
haber un conocimiento personal profundo. “La tarea a realizar parece ser la
de investigar cómo es uno realmente en su interior, en el fondo” (Maslow, 1973).
Es necesario darnos cuenta de ¿Cómo vivimos?, ¿qué necesitamos?, ¿qué queremos?, ¿qué sentimos?, ¿qué estamos haciendo? y ¿para qué lo estamos haciendo? Y sobre todo ¿de qué forma lo estamos haciendo?
Cómo
vivir bien
El secreto para vivir bien es sentirse
realizado, disfrutar de salud mental y estar en paz con uno mismo y con los
demás. Radica en cultivar una vida coherente, significativa y por encima de todo
una vida con sentido.
Emily
E. Smith en su libro “El Arte de Cultivar una vida con sentido”,
demuestra por qué aspectos como el sentimiento de pertenencia o el propósito
vital redundan en una existencia infinitamente más satisfactoria que la mera
persecución de emociones positivas.
Lo maravilloso de nuestro
cerebro es que, como un músculo, se entrena y es totalmente plástico. De ahí el
concepto de la neuroplasticidad: es la capacidad que tienen de formar y
reformar redes neuronales a partir de nuestras experiencias, es decir, la
habilidad de moldearse con el aprendizaje. Cuando realizamos un cambio
personal, en realidad lo que estamos haciendo es cambiar la forma en que el
cerebro hace sus conexiones.
Para ello, las personas debemos dominar el arte del cultivo cerebral,
que potencie el poder de poner la atención en las cosas verdaderamente
importantes, sin la meritocracia o engorde del ego, fortaleciéndose a sí mismo
y a los que le rodean.
Paciencia, serenidad y presencia
Cultivar
nuestros cerebros es respetar sus tiempos de conexiones a través de la paciencia
(deriva del
término más universal: paz), la aceptación de los acontecimientos a través de la serenidad que nos da la posibilidad de
estar en el mundo de un modo muy distinto. Es poner nuestra atención en lo que realmente importa en el día a día,
es centrar nuestra presencia completa en el momento.
Si cada uno
de nosotros cultivara su cerebro como quien cuida un huerto, visitándolo todos
los días, regándolo con la cantidad exacta, tratándolo con esmero, dándole las
sustancias que necesita, eliminando las malas hierbas, evitándole las plagas
que lo pudieran contaminar, nuestra forma de vivir sería muy diferente. No nos
importaría la validación en los medios sociales, no nos importarían los
gobiernos o sistemas, sólo nos importaría seguir nuestro llamamiento como
humanidad. De esta forma, volveríamos a lo sencillo, a retornar
a la placidez de vivir, a la convivencia con nuestra familia, con nuestros amigos,
al disfrute del sano esparcimiento, a la contemplación de la naturaleza y en
palabras más prácticas, al cultivo del arte de ser feliz.
A modo de conclusión se podría decir que la persona que cultiva con esmero su cerebro y existe de forma propia en esta vida moderna, siempre dispone de tiempo porque él mismo es tiempo.
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