sábado, 10 de enero de 2015

CON OTRAS GAFAS / Envidia cochina



El director búlgaro Svilen Simeone 


Manolo Montes
Periodista y orientador del Teléfono de la Esperanza

Esta es la reacción que se produce en mi mente cada vez que me siento a  escuchar y contemplar el concierto de Año Nuevo que se emite desde Viena el primer día del año. Lo vengo presenciando desde que tengo uso de razón y disfruto de un receptor de televisión. Primero en blanco y negro, después en color y, finalmente, con un sonido Dolby estéreo. Sigue sonando lo mismo de bien.
Salvo la presencia de bellas damas orientales ataviadas a la usanza tradicional con los kimonos de gran lujo; las caras, los gestos y los aplausos desacompasados durante la Marcha Radetzky de los espectadores, parecen que son los mismos desde tiempos inmemoriales. Si no fuera porque conozco a alguien que ha estado allí, me creería que ponen muñecos articulados. 
Tuve la suerte de vivir una velada inmejorable en Viena, hace años, con una cena en un restaurante ubicado en un sótano -que en su día fue una antigua prisión-, donde te puedes comer el escalope vienés mientras suena una cítara que desgrana la melodía de “el tercer hombre”. Pero comer allí, de haber disfrutado del concierto, debe ser lo más.
La buena noticia de hoy nos la han proporcionado nuestras hijas. Nos han regalado unas entradas, en el mejor sitio, para asistir al concierto de Año Nuevo en el Cervantes. Una auténtica maravilla dentro de las posibilidades de un país en crisis. Los intérpretes: la Strauss Festival Orchestra, cuatro bailarines excelentes del Festival Ballet Ensemble y una soprano serbia, Katarina Simonovic. Todos dirigidos por el búlgaro Svilen Simeonov. Las deficiencias en el concierto, que fueron algunas, no vienen al caso. Lo hicieron lo mejor que supieron y pudieron. Pero la voluntad de agradar fue mucha. Tuvimos un 'Ave María' bastante bien interpretada, un sorprendente 'Peces en el río', entonada mucho mejor por el público que por los músicos y nuestra marcha Radetzky para terminar.
El pasado sábado cambié Viena por Málaga; el Danubio Azul por el Guadalmedina seco; el teatro vienés por el Cervantes (también tuvimos nuestros orientales y mucho público extranjero); la orquesta de la Ópera de Viena por los voluntariosos músicos que nos deleitaron con su interpretación; Zubin Mehta por Svilen Simeone (un simpático y orondo director que empatizó extraordinariamente con el público); y, finalmente, el escalope por el pescaíto frito. 
La plaza de la Merced repleta, las calles de Málaga maravillosamente iluminadas y el brazo acogedor de mi Ani me quitaron para siempre la envidia cochina. 'La vida es bella' y '¡Qué bello es vivir!', mis películas de culto, se hicieron presentes en mi imaginación este tercer día del 2015. Un año que presiento extraordinario. Como todos.


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