jueves, 11 de agosto de 2022

Enfermedad en la vejez y su entorno cercano

 

                                           http://enfermedadealzheimer.blogspot.com/



José Miguel Arocena

Voluntario del Teléfono de la Esperanza

En el artículo anterior, establecía alguna de las características en las que se sustenta tanto el concepto de enfermedad  como su vivencia.  Cuales eran las sensaciones y cual era también el rasgo que a esas sensaciones le conferían ese particular carácter que diferencia la enfermedad de otras situaciones más o menos parecidas pero que no lo son. Y también a modo de resumen y escueta concreción, de cómo el ser conscientes de la cercanía y la presencia de esta en nuestras vidas, podía también ayudarnos, sin miedos y con confianza, a gestionar su presencia y a vivir de otro modo su encuentro.

Pero si sabemos de algún periodo de nuestras vidas donde esto se pone en evidencia de una manera absoluta y sin retorno, ese es el de la vejez. El paso del tiempo expresado sin florituras ni adornos, en estado puro y con toda su carga. Un periodo que afecta al propio individuo a la vez que envuelve y lo conecta con las personas de su entorno.

Este periodo de la vida es de una intensidad emocional y de aprendizaje realmente notables porque a las características ya conocidas de dependencia, fragilidad, limitaciones, dolor, pérdida de la intimidad, miedos diversos, frustración etc, se le unen otras no menos importantes.

Se pueden mencionar muchas pero me centrare en solo dos o tres.

La vivencia del tiempo

Observar cómo los periodos de tiempo en los que normalmente ocurren las cosas se ven alterados. Asistimos a grandes cambios en espacios relativamente muy cortos de tiempo y con frecuencia sin retorno. Que exigen un gran esfuerzo de adaptación al que lo sufre pero que simultáneamente plantean  dificultades de aceptación y de adaptación también  a las personas que constituyen el entorno. Algo que nos habla de la fragilidad pero también de la resiliencia, de la capacidad de adaptación de la aceptación.

Paralelamente se agranda el papel de actores que podrían estar “dormidos”. Y hablo de la importancia y del valor de los apoyos sociales tanto por parte de los poderes públicos (Ley de Dependencia) como de otros. Aunque en mi caso, uno de esos grandes valores emergentes que me han parecido decisivos y muy importantes, son la figura de los hermanos. Personas que han compartido un mismo espacio físico y afectivo pero que casi en su totalidad lo han hecho con experiencias y vivencias diferentes entre ellos. Personas con puntos de vista diferentes en un momento tan sensible, obligadas a confluir en la toma de  decisiones, algunas  muy complejas y dolorosas, que a veces inciden sobre  la propia autonomía y soberanía de la persona a la que se está tratando de cuidar.

¿Cómo se gestiona por parte de estos actores, los sentimientos de culpa, las “cuentas pendientes” no resueltas, etc  que cada uno de ellos arrastra en sus vidas? Porque aunque se esté actuando  sobre el mismo ser, muy probablemente no se está ayudando a la misma “persona”. Y este proceso sin la armonía y el entendimiento necesarios y deseables, viene a añadir más confusión y más dolor a lo que de por sí ya lleva mucho de esto. Y a la inversa cuando el entendimiento, la escucha la generosidad, la renuncia etc, fluyen, se facilita y hace fluido todo este difícil tiempo.

Pero este tiempo es fundamentalmente una experiencia vital. Algo que tenemos que vivir cada uno y que es distinto de unos a otros.

La importante cercanía física

Perdí a mi madre hace ahora cuatro meses y medio. Los últimos tiempos, los largos últimos tiempos que la he tenido cerca, físicamente cerca, han sido muy importantes para mí. He llegado a la conclusión de que ella, que me dio la vida al nacer, en realidad e incluso con su marcha nunca ha dejado de dármela.  Con una madre, solo se convive en clave de vida, como una especie de nacimiento permanente y continuo. Las circunstancias externas y también las internas de las que inevitablemente estas rodeado, tan son solo parte de un escenario. Algo así como el cauce de un rio  cuya única posibilidad es la de abandonarse y dejarse arrastrar por ese ímpetu, por esa “clase práctica de vida” que es una madre.

Agradecimiento, vida y amor

Durante sus últimas etapas, su capacidad comprensiva así como el soporte verbal que tenía, apenas daba para repetir hasta el infinito, dos o tres ideas. Pero eso tampoco fue un obstáculo. Al fin y al cabo ella supo comunicarse conmigo cuando me alumbro y yo era incapaz de articular palabra alguna. El círculo de la vida me retrotraía a mis inicios. Pero a la inversa. Y me abrí y descubrí su fina y delicada piel a la que acaricié incansable agradeciendo que me envolviera con ese impagable regalo. E incorpore a mi paisaje diario sus silencios, sus periodos de ausencia, sus miedos (y los míos), como el pan nuestro de cada día que aquel árbol tan lleno de vida me daba y me estimulaba bajo su fresca sombra para seguir buscando sin límites. En mi encuentro con ella me había quedado sin la palabra pero había redescubierto su piel, su olor, el calor de sus gastadas manos, su belleza contraída. Y agradecía a diario que estuviera ahí. Porque entre la enfermedad y la vejez tenemos un inimaginable mundo por descubrir, nuevo, cambiante pero a la vez, sencillo y acogedor. Donde solo hay presente, agradecimiento, vida y amor.  La vivencia de este periodo con la atención y la escucha que merece es una lección de vida. Y solo tenemos que estar atentos y en disposición de recibir ese regalo. Abandonar nuestras resistencias y nuestras estrecheces. Vivir la plenitud del momento desde la confianza plena hacia lo que allí esta ocurriendo. Sentir cada encuentro en clave de compasión (es decir al mismo paso, al compás como dicen los flamencos). Y finalmente dar espacio para que la última palabra sea simplemente ¡!gracias!!, ¡!te quiero!!.

   

1 comentario:

Iñaki dijo...

Bella mi madre y bello tú, Jose Miguel...¡Gracias, te quiero!