José María Jiménez Ruiz
Vicepresidente de la Asociación Internacional del Teléfono de la Esperanza
Nada
conforta más a un ser humano que la experiencia de sentirse escuchado. Quien
tiene a su lado alguien en quien poder depositar sus cuitas, sus temores, sus
esperanzas o sus ilusiones… puede considerarse afortunado. Sencillamente porque
sólo así se siente reconocido, sólo así toma conciencia de que tiene alguna
relevancia para el otro, únicamente así espanta los fantasmas de creer que, es
para los demás, alguien absolutamente irrelevante.
A
caballo entre el siglo IV y III antes de Cristo vivió Zenón de Citio, filósofo
notable que fundó la escuela estoica en torno al año 300. Había nacido en Citio
o Ciceo en Chipre, pero fue en Atenas donde desarrolló su vida intelectual.
Dice de él Diógenes Learcio que se tomó 20 años de reflexión antes de atreverse
a hablar en la famosa puerta, al noroeste del Ágora, donde, según la tradición,
se reunían los poetas de la época. No es extraño que hombre tan prudente nos
legara una sentencia digna de la mayor consideración: “Se nos han dado dos
orejas y una sola boca para que escuchemos el doble de lo que hablamos”.
No
parece que tan sensato consejo sea demasiado practicado. La mayoría de la gente
hablamos mucho más de lo que escuchamos. Quizá porque no resulta fácil
empatizar con el otro, olvidarse, siquiera por algunos momentos, del torbellino
de ideas que pueblan nuestra mente y ponerse en disposición de acoger, desde la
proximidad emocional y el respeto intelectual, los mensajes que nos hacen llegar
las personas que nos rodean. No, no es fácil escuchar… De hecho, una de las
quejas más frecuentes de quienes asisten a terapias o participan en grupos de
desarrollo personal es que no se sienten escuchados. Verdaderamente escuchados
por sus maridos o mujeres, por sus hijos, por sus padres, o por quienes se dicen
sus amigos.
Día de la Escucha
Para
responder a esa realidad, La Asociación Internacional del Teléfono de la
Esperanza instituyó “El día de la escucha” que se celebra cada año el día 27 de
marzo. En esa fecha se organizan, en todas las ciudades donde está presente,
actividades y conferencias que pretenden concienciar a la población de la
importancia que tiene para los seres humanos la experiencia de sentirse
acogido, la experiencia de que quienes le rodean sepan descifrar esos mensajes
que nacen del propio yo, encapsulados, una veces, en palabras y, otras, en
actitudes, en gestos o en silencios.
Desde su misma fundación, el Teléfono
de la Esperanza mantiene una línea, permanentemente abierta, de atención
especializada que trata de estimular en los llamantes sus capacidades de
afrontamiento de las crisis por las que pueda estar atravesando. Desde una
escucha activa y respetuosa, en la que son formados y entrenados, los profesionales
que prestan su colaboración en el servicio de orientación telefónica, tratan de
establecer con los usuarios un clima de aceptación y confianza que les permita
explorar sus propios sentimientos y conectar con sus verdaderas necesidades.
Tratan de que la persona desconocida que está al otro lado de la línea
telefónica se sienta escuchada, no juzgada, comprendida, no criticada,
aceptada, no evaluada. Porque en el Teléfono de la Esperanza se tiene la
certeza de que haciéndolo así, las personas serán capaces de descubrir los
recursos personales de que disponen para afrontar, con las mayores garantías de
éxito, las dificultades por las que atraviesan. El 60% de los llamantes
considera que su demanda ha sido satisfecha mediante la orientación que se les
ha brindado a través del teléfono. El 40% restante es invitado a acudir a las
diversas sedes para ser atendidos por los expertos más adecuados en función de
la problemática que presentan o derivados a otros servicios cuando sus
necesidades o demandas especiales así lo aconsejan. Y un amplio 90% manifiestan
gratitud porque se han sentido acogidos, escuchados. Han tenido la
reconfortante experiencia de que alguien ha sabido contactar con su mundo
interior desde el respeto y la comprensión.
Millones
de llamadas han sido atendidas durante los 50 años que cumplirá el próximo mes
de octubre el Teléfono de la Esperanza. Ninguna es igual a otra y, por otra
parte, todas se parecen. Son de personas que sufren, que se sienten solas, que
no saben a dónde acudir, que no cuentan con una oreja amiga que las escuche,
que perciben en el invisible hilo que los une al Teléfono de la Esperanza una
especie de cordón umbilical que los liga a la vida. El Teléfono, desde una
respetuosa escucha activa, pretende ayudarles a reflotar las fortalezas de las
que se creen huérfanos, ofrecerse como un modesto amplificador de los mensajes
más limpios que nacen en las partes más sanas del propio yo. Porque sentirse
escuchado es como recibir un voto de confianza, sentirse reconocido, aceptado,
respetado. Y sólo en un contexto de esa naturaleza, puede el ser humano
reconciliarse consigo mismo y encontrar destrezas que le permitan sanar sus heridas, desarrollar
sus capacidades y crecer psíquicamente sano y emocionalmente feliz.
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