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Esperanza Muñoz
Coordinadora del programa 'Entre amigos'
en el Teléfono de la Esperanza
Hay ofensas que por proceder de las
personas a las que más queremos, provocan un profundo dolor. Creemos que los
seres amados serán los que mejor nos tratarán y velarán por nuestro bien. Y
ante lo que vivimos como una ofensa, se añade el desconcierto de preguntarnos
qué ha llevado al otro a agredirnos de esa forma o a no hacer lo que
esperábamos de él/ella, siendo tan ciego a nuestras necesidades del momento.
Sin embargo, no debemos olvidar que cada
uno de nosotros se rige por sus propias leyes, prioriza según el momento de la
vida en que se encuentra, y tiene sus propias vivencias, necesidades y
expectativas.
Una ofensa puede tener un componente
trágico, en la medida que hiere una relación, convirtiendo en estéril la
dedicación afectiva anterior. Es como un desengaño que modifica lo que antes
estaba intacto, queriendo recomponerlo, pero que parece imposible conseguir.
Puede hacernos sentir al ofensor como a un
extraño o incluso el mismo ofensor sentirse como un extraño ante la reacción
del ofendido, no sabiéndose bien en algunas circunstancias quien es uno u otro: ofensor u ofendido, indistintamente. En
esta situación, hace falta una importante dosis de comprensión, de serenidad y
ternura, para poder mirar en ambas direcciones, contemplar la posibilidad de que
cada uno tiene una parte de responsabilidad en el conflicto y comprenderse y
perdonarse a uno mismo, a la vez que se perdona y comprende al otro.
El perdón como actitud
“Una historia de guerra cuenta que dos
amigos y soldados fueron apresados y conducidos a un campo de concentración
donde estuvieron 22 meses. Al finalizar la contienda, fueron liberados, se
reincorporaron a su nueva vida y no se volvieron a ver hasta transcurridos 12
años. Entonces, un amigo le preguntó al otro si había superado el odio y
recibió como respuesta que no, que todos los días recordaba, odiaba y no
perdonaba. Y el otro repuso:
Yo, en el mismo día que me liberaron me
liberé de cualquier odio, lo que supone que yo llevo libre 12 años, mientras tú
sigues encadenado”. (Relato de un libro de Javier Urra).
Sin embargo, y pese a las dificultades que
conlleva el perdonar y las distintas circunstancias que lo hacen más o menos
posible; el ser humano tiene una capacidad inmensa para superar las dificultades
y para superarse a sí mismo, cuando parece que todo está perdido.
Es en esta y para esta capacidad de
perdonar trabajamos en esta institución llamada Teléfono de la
Esperanza. Para recuperar el ser perdido o mejor dicho
extraviado que somos y confiando en el poder de superación que se nos ha sido
dado, como capacidad divina, poder llegar a mejorar nuestra existencia y por
extensión la de los que nos rodean.
El perdón, es posible aun cuando no se den
las condiciones expuestas (actitud del ofensor para obtener la reconciliación),
y el ofensor no tenga intención, ni por asomo, de reconocer su ofensa y mucho
menos pedir perdón por ella. O sencillamente, porque no viva o no está en
nuestro medio, como el relato anterior.
El poder de ser felices
Lo más asombroso del poder que tenemos
para elegir ser felices o no: perdonar depende fundamentalmente e
independientemente de la actitud del ofendido.
Tomando palabras textuales del libro:
“Perdonar, una decisión valiente que nos traerá la paz interior” de Robin Casarjian: “El perdón solo
requiere un cambio de percepción, otra manera de considerar a las personas y
circunstancias que creemos que nos han causado dolor y problemas.”
“El perdón es una decisión, la de
ver más allá de los límites de la personalidad de otra persona, de sus miedos,
idiosincrasias, neurosis y errores, la decisión de ver una esencia pura, no
condicionada por historias personales, que tiene una capacidad ilimitada, y
siempre es digna de respeto y amor”.
Quien percibe así al ser humano, siempre
lo sentirá digno de respeto porque ve más allá de sus condicionantes, ve las
posibilidades de esa persona si hubiera podido desarrollar sus potencialidades
originales.
Por tanto, el perdón es una
actitud que supone estar dispuesto a hacernos responsables de nuestras
propias percepciones y de la seguridad de que estas percepciones, a su vez
están condicionadas por nuestras vivencias y la forma en la que las
interpretamos.
Cuando elegimos cambiar nuestra
perspectiva por una visión más profunda, más amplia y abarcadora, podemos
reconocer y afirmar la mayor verdad de quienes somos y quiénes son los demás.
Por tanto, el perdón es una forma de vida,
que nos convierte gradualmente de víctimas de nuestras circunstancias en
poderosos y amorosos co-creadores de nuestra realidad. En otras palabras, es trabajar
para modificar las percepciones que obstaculizan nuestra capacidad de
amar.
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Soltando la tensión
Cuando perdonamos, soltando la tensión de
la defensa, y el ver al otro como al enemigo, solemos tener sentimientos de
paz, amor, apertura del corazón, alivio, expansión, confianza, libertad,
alegría y la sensación de estar haciendo lo correcto.
Este tema tiene mucho más que analizar. Por
ejemplo, discernir bien lo que es y no es perdonar y lo que supone o no el
hacerlo. Podemos estar dispuestos a perdonar a alguien que nos agrede o agredió,
pero esto ni por asomo quiere decir que permitamos que vuelva a agredirnos ni
las conductas que alimentan dicha agresión.
En un tono más suave y por poner un
ejemplo, podemos perdonar a un amigo porque desveló una intimidad que le
revelamos, pero a la vez decidir no volverle a confiar nuestros secretos.
Las vacaciones ponen ante nosotros
multitud de ocasiones para practicar lo dicho. Podemos leer y saborear los
libros que aquí se mencionan, y decidir trabajarlos en el día a día. La
convivencia durante más horas de lo habitual con la pareja, los hijos, la
familia que comparte días con nosotros, amigos, y ciudadanos en general, nos
mostrarán en cuantas ocasiones, las percepciones, deseos, expectativas nuestras
y de los otros, tendrán que llegar a un acuerdo. De nada vale plantearse si
debemos ser los primeros en practicar el perdón, pues debe ser el primero el
que tiene capacidad de hacerlo, lo cual pone en evidencia nuestro auténtico
poder. Éste no es dominar sobre el otro, o llevar la razón, sino el ir
adquiriendo la sabiduría, la templanza y la inteligencia tan traída y llevada
“emocional” como para ser capaces de modificar nuestras percepciones
abriéndonos a las de los que nos rodean. Acaso no eso lo que planteaba el filósofo Eric Fromm,
en su clásico libro ‘El arte de amar’?
Independientemente de cual sea nuestra
historia, única y especial, el perdón contiene la promesa de que encontraremos
la paz que deseamos, la liberación del poder que ejercen sobre nosotros las
actitudes y los actos de otras personas.
Bibliografía:
'El perdón' de Francesc Torralba
'Perdonar, una decisión valiente que nos
traerá la paz interior' de Robin Casargiana
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