martes, 15 de agosto de 2017

El perdón. Ofendido y ofensor (1)





Esperanza Muñoz

Coordinadora del programa 'Entre amigos' del Teléfono de la Esperanza



“Dime como reaccionas ante las ofensas que recibes, y te diré quién eres”, dice Francesc Torralba en su pequeño libro: 'El Perdón'. Desde luego, en nuestra vida cotidiana tenemos muchísimas oportunidades de practicar esta disposición humana, que va en relación directa con la madurez y capacidad de amar de la persona.
“El perdón, no es el fruto de una casualidad. Es un acto humano, expresión de la más profunda libertad, una manifestación de la creatividad. No acontece de una manera instintiva o mecánica. Es consecuencia de un esfuerzo, de un acto deliberado y porfiado de la voluntad que ha sido capaz de superar el orgullo herido”.
Podemos reflexionar sobre nuestra disposición, y sobre las oportunidades que este tiempo estival nos ofrece para ponerlo en práctica.
Hay que decir que situaciones, ofensas, heridas muy graves, han de ser tratadas de forma que puedan salir de nuestro inconsciente. La rabia y la ira que originaron acciones pasadas y como las percibimos, fueron quizás reprimidas, sin que le hayamos prestado la atención necesaria para que puedan curar y sentirnos liberados de ellas. En este caso, lo mejor es hacer este trabajo acompañados por alguien (un profesional o amigos) que nos ayude a encauzarlo adecuadamente.

Los componentes de la ofensa
El principal motivo para perdonar, es liberarnos de los efectos debilitadores de la rabia y el rencor crónicos. Emociones muy fuertes, que desgastan nuestra energía de muchas maneras. Esta rabia y rencor, son en realidad sentimientos superficiales que tapan otros más profundos, y que tantas veces, nos negamos a ver: el deseo de ser reconocidos, amados, mirados, valorados.
Pero analicemos cuáles son los componentes de la ofensa.
La ofensa: es el agravio, el objeto que ha desencadenado nuestro malestar, la piedra que sentimos que el otro lanza contra nosotros. O la ausencia de una acción que esperábamos (por omisión).
No existen barómetros o sistemas objetivos que puedan medir la herida que la ofensa causa en el interior de una persona. Algunas se olvidan fácilmente, pero otras quedan enquistadas en el universo mental, como un veneno que lo contamina todo. Una ofensa mal asumida, puede aflorar en cualquier momento.
Pero podríamos preguntarnos: ¿la misma ofensa dirigida hacia una persona u otra, provoca la misma reacción? Es obvio que no. Por tanto, podríamos decir con Francesc Torralba: “La ofensa está íntimamente ligada a la epidermis, la sensibilidad moral individual”.

El ofendido
Es una persona que ha tenido una historia, unas experiencias, muchas de ellas satisfactorias, otras muchas desagradables. Al vivir estas experiencias, ha asumido una serie de aprendizajes, de ideas sobre sí mismo y sobre el mundo que le rodea y su interpretación. En la medida en que vivamos al mundo y a los seres con los que nos relacionamos, como hostiles, como que quieren arrebatarnos algo que poseemos, y por tanto tengamos la necesidad de defendernos al vernos amenazados, así reaccionaremos ante la auténtica o supuesta ofensa.
“Una persona madura, es aquella que es capaz de integrar las ofensas con una determinada flexibilidad; esforzándose al máximo para que le afecten lo menos posible”
De ahí la famosa frase: “No ofende quien quiere, sino quien puede”
“El hombre más libre es aquel que sabe liberarse de las ofensas y vivir relajadamente su relación con los demás. Esta libertad exige una independencia interior, y una distancia crítica hacia el mundo”.
Es decir, no podemos vivir dependientes de las expectativas que nos hacemos sobre lo que “deben” darnos los amigos, la pareja, los hijos, los padres… De esta forma, nos ofenderemos fácilmente al no obtenerlos. Si, por el contrario no esperamos nada de los otros y lo que recibamos, lo aceptamos como un regalo, nuestra satisfacción será mayor.
Para poder hacer esto, tendremos que trabajar en varios sentidos:
Reconocer nuestras propias necesidades. Previamente, estaría bien que depuráramos si son tales necesidades o responden a impulsos no meditados para tapar vacíos que tenemos sin elaborar.
Pararse a observarlas y sin juzgarlas, comprender que son eso: “nuestras”, y por tanto para que el otro pueda (si quiere) satisfacerlas, tendrá que conocerlas. Lo contrario supondría (ingenuamente) que adivinen lo que queremos o pero aún que creemos que los que nosotros necesitamos, es también exactamente lo que el otro necesita.
Esto exige una buena comunicación por nuestra parte.
“Para conocer bien a una persona, hay que observar la manera con que encaja las ofensas que ha sufrido y como las depura en su vida social”.

El ofensor
Digamos que es posible vivir sin ofender, si se tiene mucha sensibilidad, atención en el trato y respeto hacia los demás. Claro que el que esta persona exquisita no ofenda, puede no depender de ella, sino de la hipersensibilidad del ofendido, que según su grado de madurez y seguridad puede interpretar de cualquier forma el mensaje recibido.
Si el ofensor no tuvo intención de ofender, todo podría aclararse con una simple conversación. Pero esto no siempre es posible. El pudor, a veces una falsa humildad, o un hiper-yo, hacen imposible cualquier aclaración, sino que se da por supuesta la mal intención sin oportunidad de réplica. En este caso el ofensor, no sufre en absoluto o sí, si es sensible al malestar del otro. Pero desde luego quien se lleva la peor parte, es el ofendido, que sin causa aparente tiene su desazón interior.

Actitud del ofensor para obtener la reconciliación
Ante una ofensa, el ofensor puede experimentar vivencias desazonadoras vinculadas al dolor, el remordimiento, la pena, la culpa. Pero el perdón genuino no se otorga por estas razones, sino al adquirir conciencia del sufrimiento del ofendido, es decir, se haga consciente del mal que ha causado. Esta conciencia está alimentada con la prudencia y la humildad y lleva a una acción doble:
Confesión ante uno mismo y con la persona agredida. Esto conlleva la voluntad de asumir las consecuencias según la vivencia del otro y el respeto a su veredicto, es decir, a su voluntad de aceptar en ese momento, la disculpa, o no.
Esta confesión, no es una mera información, sino un mensaje verbal, que tiene la intención de devolver su dignidad a la persona a quien se ha pisoteado. Aunque realmente la pérdida de dignidad depende del receptor (no lo llamo ahora ofendido), cuya dignidad no podrá arrebatarle nadie, si él/ella así lo estima.
Con la petición de perdón, se completa finalmente la confesión. Ante una petición de perdón sincera, al ofendido se le presentan dos opciones vitales:
Otorgar el perdón, o no concederlo.
Al conceder el perdón, se puede caer en 2 errores:
Apresurarse sin dar importancia a sus propias emociones y sentimientos, y por tanto sin respetarse a sí mismo/a, esto provocará que la herida pueda abrirse de nuevo en otro momento. El proceso del perdón, tiene su tiempo, según la magnitud de la ofensa.
Caer en la mezquindad de querer que el otro se humille una y otra vez, a la espera de ser perdonado cuando su voluntad decida. Nada más lejos de la lógica del perdón, que es fruto maduro de un alma sensible y generosa.

Bibliografía:

'El perdón' de Francesc Torralba

'Perdonar, una decisión valiente que nos traerá la paz interior' de Robin Casargiana 


El próximo martes 22 de agosto, publicaremos la segunda parte de esta reflexión sobre el perdón con el título 'El perdón. Consecuencias de la ofensa en la relación'.

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