Esperanza Muñoz
Coordinadora del programa 'Entre amigos' del Teléfono de la Esperanza
“Dime como
reaccionas ante las ofensas que recibes, y te diré quién eres”, dice Francesc
Torralba en su pequeño libro: 'El Perdón'. Desde luego, en
nuestra vida cotidiana tenemos muchísimas oportunidades de practicar esta
disposición humana, que va en relación directa con la madurez y capacidad de
amar de la persona.
“El perdón,
no es el fruto de una casualidad. Es un acto humano, expresión de la más
profunda libertad, una manifestación de la creatividad. No acontece de una
manera instintiva o mecánica. Es consecuencia de un esfuerzo, de un acto
deliberado y porfiado de la voluntad que ha sido capaz de superar el orgullo
herido”.
Podemos
reflexionar sobre nuestra disposición, y sobre las oportunidades que este
tiempo estival nos ofrece para ponerlo en práctica.
Hay que
decir que situaciones, ofensas, heridas muy graves, han de ser tratadas de
forma que puedan salir de nuestro inconsciente. La rabia y la ira que
originaron acciones pasadas y como las percibimos, fueron quizás reprimidas,
sin que le hayamos prestado la atención necesaria para que puedan curar y
sentirnos liberados de ellas. En este caso, lo mejor es hacer este trabajo
acompañados por alguien (un profesional o amigos) que nos ayude a
encauzarlo adecuadamente.
Los componentes
de la ofensa
El principal
motivo para perdonar, es liberarnos de los efectos debilitadores de la rabia y
el rencor crónicos. Emociones muy fuertes, que desgastan nuestra energía de
muchas maneras. Esta rabia y rencor, son en realidad sentimientos superficiales
que tapan otros más profundos, y que tantas veces, nos negamos a ver: el deseo
de ser reconocidos, amados, mirados, valorados.
Pero
analicemos cuáles son los componentes de la ofensa.
La ofensa:
es el agravio, el objeto que ha desencadenado nuestro malestar, la piedra que
sentimos que el otro lanza contra nosotros. O la ausencia de una acción que
esperábamos (por omisión).
No existen
barómetros o sistemas objetivos que puedan medir la herida que la ofensa causa
en el interior de una persona. Algunas se olvidan fácilmente, pero otras quedan
enquistadas en el universo mental, como un veneno que lo contamina todo. Una
ofensa mal asumida, puede aflorar en cualquier momento.
Pero
podríamos preguntarnos: ¿la misma ofensa dirigida hacia una persona u otra,
provoca la misma reacción? Es obvio que no. Por tanto, podríamos decir con
Francesc Torralba: “La ofensa está íntimamente ligada a la epidermis, la
sensibilidad moral individual”.
El ofendido
Es una
persona que ha tenido una historia, unas experiencias, muchas de ellas
satisfactorias, otras muchas desagradables. Al vivir estas experiencias, ha
asumido una serie de aprendizajes, de ideas sobre sí mismo y sobre el mundo que
le rodea y su interpretación. En la medida en que vivamos al mundo y a los
seres con los que nos relacionamos, como hostiles, como que quieren
arrebatarnos algo que poseemos, y por tanto tengamos la necesidad de defendernos
al vernos amenazados, así reaccionaremos ante la auténtica o supuesta ofensa.
“Una persona
madura, es aquella que es capaz de integrar las ofensas con una determinada
flexibilidad; esforzándose al máximo para que le afecten lo menos posible”
De ahí la
famosa frase: “No ofende quien quiere, sino quien puede”
“El hombre
más libre es aquel que sabe liberarse de las ofensas y vivir relajadamente su
relación con los demás. Esta libertad exige una independencia interior, y una
distancia crítica hacia el mundo”.
Es decir, no
podemos vivir dependientes de las expectativas que nos hacemos sobre lo que
“deben” darnos los amigos, la pareja, los hijos, los padres… De esta forma, nos
ofenderemos fácilmente al no obtenerlos. Si, por el contrario no esperamos nada
de los otros y lo que recibamos, lo aceptamos como un regalo, nuestra
satisfacción será mayor.
Para poder
hacer esto, tendremos que trabajar en varios sentidos:
Reconocer
nuestras propias necesidades. Previamente, estaría bien que depuráramos si son
tales necesidades o responden a impulsos no meditados para tapar vacíos que
tenemos sin elaborar.
Pararse a
observarlas y sin juzgarlas, comprender que son eso: “nuestras”, y por tanto
para que el otro pueda (si quiere) satisfacerlas, tendrá que conocerlas. Lo
contrario supondría (ingenuamente) que adivinen lo que queremos o pero aún que
creemos que los que nosotros necesitamos, es también exactamente lo que el otro
necesita.
Esto exige
una buena comunicación por nuestra parte.
“Para
conocer bien a una persona, hay que observar la manera con que encaja las
ofensas que ha sufrido y como las depura en su vida social”.
El ofensor
Digamos que
es posible vivir sin ofender, si se tiene mucha sensibilidad, atención en el
trato y respeto hacia los demás. Claro que el que esta persona exquisita no
ofenda, puede no depender de ella, sino de la hipersensibilidad del ofendido,
que según su grado de madurez y seguridad puede interpretar de cualquier forma
el mensaje recibido.
Si el
ofensor no tuvo intención de ofender, todo podría aclararse con una simple
conversación. Pero esto no siempre es posible. El pudor, a veces una falsa
humildad, o un hiper-yo, hacen imposible cualquier aclaración, sino que se da
por supuesta la mal intención sin oportunidad de réplica. En este caso el
ofensor, no sufre en absoluto o sí, si es sensible al malestar del otro. Pero
desde luego quien se lleva la peor parte, es el ofendido, que sin causa
aparente tiene su desazón interior.
Actitud del
ofensor para obtener la reconciliación
Ante una
ofensa, el ofensor puede experimentar vivencias desazonadoras vinculadas al
dolor, el remordimiento, la pena, la culpa. Pero el perdón genuino no se otorga
por estas razones, sino al adquirir conciencia del sufrimiento del ofendido, es
decir, se haga consciente del mal que ha causado. Esta conciencia está
alimentada con la prudencia y la humildad y lleva a una acción doble:
Confesión
ante uno mismo y con la persona agredida. Esto conlleva la voluntad de asumir
las consecuencias según la vivencia del otro y el respeto a su veredicto, es
decir, a su voluntad de aceptar en ese momento, la disculpa, o no.
Esta
confesión, no es una mera información, sino un mensaje verbal, que tiene la
intención de devolver su dignidad a la persona a quien se ha pisoteado. Aunque
realmente la pérdida de dignidad depende del receptor (no lo llamo ahora
ofendido), cuya dignidad no podrá arrebatarle nadie, si él/ella así lo estima.
Con la
petición de perdón, se completa finalmente la confesión. Ante una petición de
perdón sincera, al ofendido se le presentan dos opciones vitales:
Otorgar el
perdón, o no concederlo.
Al conceder
el perdón, se puede caer en 2 errores:
Apresurarse
sin dar importancia a sus propias emociones y sentimientos, y por tanto sin
respetarse a sí mismo/a, esto provocará que la herida pueda abrirse de nuevo en
otro momento. El proceso del perdón, tiene su tiempo, según la magnitud de la
ofensa.
Caer en la
mezquindad de querer que el otro se humille una y otra vez, a la espera de ser
perdonado cuando su voluntad decida. Nada más lejos de la lógica del perdón,
que es fruto maduro de un alma sensible y generosa.
Bibliografía:
'El perdón' de Francesc Torralba
'Perdonar, una decisión valiente que nos traerá la paz interior' de Robin
Casargiana
El próximo martes 22 de agosto, publicaremos la segunda parte de esta
reflexión sobre el perdón con el título 'El perdón. Consecuencias de la ofensa en la relación'.
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