Ana Manrique. Psicóloga en el Teléfono de la Esperanza
Existe en el ser humano una
necesidad innata de conexión consigo mismo.
Este aspecto noético que nos
introduce en el alma y espíritu en relación con la realidad, con lo material
que nos rodea, hace y contribuye a tomar contacto con algo que intuimos, que
está en nosotros y no sabemos definir con exactitud, ya que invade territorios
tan dispares como los sentimientos, la razón, la conciencia o la intuición
misma. Rozar este conocimiento muchas veces nos produce temor, inseguridad, un
vacío.
Estamos muy acostumbrados a
tocar o explicar lo que vemos y creer que fuera de esta realidad material la
existencia de cualquier cosa es absurda, una falacia, una entelequia que
desechamos.
Y una vez desechada, esa
necesidad de conexión consigo mismo de la que hablábamos, queda enterrada pero
viva, ya que sentimos que sigue extorsionando nuestra paz.
Psicológicamente se
convierte este entierro en trastornos más o menos graves, que se sustentan en
miedos, inseguridades, ansiedades,
obsesiones, depresiones… y se muestran en rabias, frustraciones, inhibiciones…
Esta sensación de
descontrol, lleva al deseo de posesión, de regulación, de tener el orden y el
poder sobre todo, incluidas las personas o la propia Naturaleza y la muerte.
Cuando empezamos a
introducir en nuestro espacio interior, la quietud o el silencio, parece que la
calma se establece, y comienza a imperar en nosotros un conocimiento
“desconocido” de lo que antes exigíamos y deseábamos controlar o poseer.
Ese espacio interior, esa
quietud, ese silencio encontrado, a veces sin saber cómo, es el inicio de una
nueva dimensión de vida que, sin duda, establece como por arte de magia el
entendimiento y aceptación de lo que “es”, renovando así nuestro “día a
día”.
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