martes, 23 de agosto de 2016

Las conversaciones pendientes crean inestabilidad



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Santiago Martínez. Psicólogo en el Teléfono de la Esperanza

En mis sesiones de acompañamiento a las personas me encuentro a menudo con que tienen un bloqueo en su vida porque hay ciertos temas que temen plantear. Son conversaciones pendientes. Las van posponiendo porque el mero hecho de pensar en ello les provoca malestar y un nudo en el estómago. Como resultado, la comunicación no fluye.
Las conversaciones pendientes generan inestabilidad. La mayoría de las veces, detrás de una conversación pendiente están las expectativas incumplidas. Y, para plantear el diálogo, es importante hacerlo desde un espacio de aprecio, amor y consideración. Nos cuesta conversar cuando la relación es fuente de frustración y de resentimiento, entonces se hace difícil establecer el diálogo. Por ejemplo, plantear lo siguiente generaría actitudes defensivas y de justificación: “Siempre estás fuera. Ya no me quieres. No te importo. Ya no te apetece estar conmigo. Nunca tienes tiempo para prestarme atención”. Este planteamiento expresa un reproche, un juicio. De hecho, las quejas son peticiones encubiertas. En vez de pedir lo que uno quiere y explicitarlo, uno se lamenta, creando malestar y no diciendo con claridad lo que necesita. En cambio, en la misma situación, podemos plantearnos lo siguiente: “Últimamente te veo poco, pasas muchos días fuera y, cuando estás aquí, llegas siempre muy tarde. Me gustaría tener más tiempo para compartir, para expresar lo que sentimos, para escucharnos y estar juntos. Si no dedicamos tiempo a nuestra relación, esta dejará de tener sentido. ¿Cuán importante es nuestro vínculo para ti?”. Este planteamiento ofrece posibilidad de diálogo.
Uno de los factores clave a la hora de cuidar las relaciones radica en hablar de los temas que nos interesan con las personas que nos importan. Estar presentes y disponibles para dialogar y aclarar es esencial. Si alguien le plantea una queja, considere que usted es importante para esa persona. Si no le interesara, sencillamente no se molestaría en exponerla, no le dedicaría tiempo. En vez de huir o reaccionar a la defensiva ante un reproche, intentemos considerar: ¿qué quiere realmente la otra persona?, ¿qué petición o necesidad encubierta existe?, ¿cuál es la expectativa que no se le ha cumplido? A veces, en lugar de ser claros y abiertos diciendo lo que nos gustaría, reprochamos y recriminamos.
Lo cierto es que no siempre se aplica el dicho popular de hablando se entiende la gente. A veces es lo contrario y las palabras complican nuestra comprensión. Nuestra presencia, es decir, nuestra atención plena en las conversaciones, es esencial para establecer vínculos saludables. Solo estando muy presentes podemos percibir los gestos, las posturas y el lenguaje no verbal. 

También es útil narrar lo que a uno le ocurre, lo que siente. Es importante compartir en primera persona, sin culpabilizar al otro. Explicar que esto me pone triste o que aquello me hace sufrir. Lo expongo para que el otro lo sepa, pero no le culpo ni le obligo a cambiar de comportamiento. Al narrar desde el yo, dejo un espacio para que el otro me comprenda y sepa cómo me influye su comportamiento. En vez de decir “me haces sufrir”, le digo: “Cuando actúas así, sufro. Quizá no comprendo por qué actúas así y me gustaría entender mejor tu intención”. En vez de culpar –“no me informaste, me rechazaste”–, hablemos desde otro espacio: “Cuando no me comentas las cosas, me da la sensación de que ya no me quieres y me pongo triste. Para mí es importante que me informes”. Son pequeños giros en el lenguaje que nos abren espacios para el diálogo y para explorar las oportunidades de fortalecer nuestros vínculos.

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