Por Antonio Badillo. Psicólogo y voluntario en el Teléfono de la Esperanza
Las enseñanzas filosóficas orientales contienen teorías psicológicas, de la misma forma que en las teorías psicológicas occidentales se reflejan visiones ontológicas. En ambas se expresa una psicología perenne, que tiene conceptos universales expresados por sistemas culturales muy diversos. El dominio de estas psicologías orientales abarca estados de conciencia de los cuales Occidente sólo ha tomado conocimiento recientemente. Un elemento central de estas enseñanzas es la desidentificación de la personalidad propia –ego- considerándolo como un aspecto más del ser, con el que el individuo puede identificarse pero sin que sea necesario que lo haga.
¿A qué llamamos estado de conciencia? Es la construcción de eso que llamamos realidad, que es un conjunto de percepciones hechas con la participación imprescindible de nuestro cerebro-mente. Sin la acción creativa del cerebro, la realidad que creemos conocer no existiría como tal. Desde cada estado de conciencia, el mundo se nos presenta como diferente; no se trata de que el mundo sea así, sino de que se ve o se construye así. El estado de conciencia caracterizado por la identificación con el propio ego y con sus contenidos mentales, es el estado de conciencia egoico. Es el estado de conciencia predominante en la actualidad.
En abhidhamma, la psicología budista clásica, se recogen los factores malsanos que se interponen en el camino de una evolución psicológica sana. El principal de ellos es un factor cognoscitivo, un discernimiento erróneo, una “falsa visión”-maya- que hace que el objeto de la percepción (el mundo) sea mal percibido. Este factor distorsionador de la cognición es la identificación exclusiva con el ego – shi xin, tomar al ego por maestro- según la tradición taoísta.
Las distorsiones principales del estado de conciencia egoico son:
Un sentimiento de insatisfacción, de insuficiencia y de falta de plenitud, de imperfección, que se convierte en el motor de la existencia de la persona, unido a la intención de reparar esa imperfección en el transcurso del tiempo, en el futuro, lo que fomenta una ambición desmedida, que lleva a la persona a no saber cuándo tiene que detener sus conductas apetitivas. El efecto gratificante de los logros conseguidos cada vez será menor y la soñada satisfacción total nunca llega. Esta forma de vivir crea una relación conflictiva con el tiempo psicológico, un estado disociado de conciencia repartido entre los recuerdos deformados del pasado y las fantasías quiméricas sobre el futuro, que desprecia el presente y lo toma como un simple trámite en pos del futuro soñado que se pretende alcanzar.
Un elevado nivel de sufrimiento. Como dice el aforismo budista “donde hay apego hay sufrimiento” el ego sufre porque se resiste a abandonar su configuración de la realidad preferida, y cuando la realidad no acata sus planes, se siente dolido. A más resistencia, mayor sufrimiento.
La conceptualización del individuo como una entidad separada del resto del entorno, del resto de seres y de la propia naturaleza en general. Esta segregación es artificial, creada por el ego.
El estado de presencia es una experiencia de conciencia que combina en el individuo dos condiciones aparentemente incompatibles: actividad y relajación –wu wei, quietud creadora-. Las características más importantes de este estado de conciencia son: no identificación exclusiva con el ego, vivir abiertamente en el presente, aceptación, serenidad y un sentimiento de vinculación y de pertenencia con otros seres humanos y con la Naturaleza.
El estado de conciencia egoico no es sólo una cuestión de salud psicológica personal, también lo es social, ya que está produciendo grandes niveles de sufrimiento a toda la Humanidad. La insatisfacción, el sentimiento de separación del resto de seres y de la naturaleza, y la dificultad que tienen las personas que viven en la conciencia egoica para detener sus conductas agresivas y apetitivas causan conductas violentas y acumulación inmoderada de poder y de dinero, que están llevando a cometer enormes abusos sobre otros seres humanos y sobre la naturaleza. Las consecuencias de estos abusos son grandes desequilibrios en el planeta, que se hacen visibles en forma catástrofes naturales, contaminación, guerras, fanatismo, migraciones incontroladas y crisis económica.
La mente humana, aún siendo lo suficientemente poderosa como para crear técnicas de manipulación a gran escala de la naturaleza, no está demostrando tener poder suficiente para comprender ni asumir la responsabilidad de lo que está siendo manipulado y destruido. Confundimos nuestro poder con sabiduría porque nuestro supuesto dominio sobre la naturaleza es un engaño, ya que presupone que somos algo aparte, y en realidad no hacemos otra cosa que atacarnos a nosotros mismos: no tenemos existencia separada fuera de ella. La evolución, ese juez implacable que dicta sentencia en los plazos largos, hace tiempo que dejó de ser una cuestión puramente biológica y física para convertirse además en una cuestión cultural y psicológica. En opinión de místicos, físicos y filósofos, la Humanidad se encuentra en una encrucijada evolutiva que puede dirigirla hacia un nuevo estado de conciencia que supere el actual y haga posible la superación de los dilemas que actualmente nos asolan. Estamos corriendo pues una carrera que puede terminar en el autodescubrimiento o en la autodestrucción. De nosotros depende que termine en un estado de presencia reveladora a nivel individual y social.
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