martes, 25 de agosto de 2020

Vulnerables: infancia, adolescencia y jóvenes


Foto: https://www.elsoldepuebla.com.mx/


Ana Manrique
Psicóloga del Teléfono de la Esperanza

En mi artículo 'Vulnerables o respetables', dedicado a los ancianos, prometí hablar del grupo de población dee menos edad que en circunstancias muy especiales ha vivido la situación de confinamiento y vive la actual pandemia.
Seguro que hemos conocido, oído o sabido del acontecimiento de algún nacimiento durante estas  circunstancias, bebés que han abierto sus ojos a un mundo que se presentaba diferente para nosotros, pero que será su mundo de ahora en adelante para ellos. Un nacimiento en estos momentos es transcendente. Y mucho.
Estos bebés llegan al seno de familias con progenitores más o menos  jóvenes. Y darán sus primeros pasos, pronunciaran sus primeras palabras, aprenderán sus primeros hábitos con ellos.
Sabemos que antes de la pandemia, buena parte de esta población “más o menos joven” se enfrentaba a problemas de adaptación social, de proyección de futuro, de transición de conceptos, de aceptación de límites, de control de impulsos, de adicciones no sólo a substancias que alteran estados de conciencia, sino a hábitos o conductas que son insanas para su salud mental o emocional.
Y también, ya antes de la pandemia, los profesionales se preocupaban de cómo la sociedad ha generado estímulos materiales-socio-económicos, excesivamente apetecibles para los jóvenes, sin haber tenido en cuenta su formación para su uso y disfrute. Tantos y tan diversos estímulos desde la infancia, sin adultos preparados para guiar sus límites y control, han saturado a nuestros jóvenes con una sobreinformación, que ha producido en ocasiones un colapso en sus mentes. Un considerable porcentaje de esta población joven (infancia, adolescencia y jóvenes sin preparación) han pasado el confinamiento expuestos a través de las tecnologías a todos estos estímulos. Sin nadie que les proteja, a veces en soledad, agravando así sus hábitos de alimentación y sueño.

Necesitamos acercarnos a esos jóvenes, a esos niños, a esas familias que asisten atónitas a trastornos de comportamiento de sus hijos y  que, tanto unos como otros, tienen infinitas preguntas y sentimientos sin responder. Escucharlos con atención y apertura de nuestras mentes, sin miedos, para generar en ellos la confianza suficiente, que les transmita con consciencia y sentido común, la forma de manejar  los cambios que se avecinan en una economía menos consumista, y la adaptación con sus propias herramientas a la “nueva normalidad” en la que vivirán.   Así sabrán por ellos mismos, dar la pincelada humana y compasiva, que cada decisión o conducta necesite, y puedan desenvolverse con la plenitud y seguridad para enriquecer sus vidas.
Ayudémosles a dejar de sentirse vulnerables, torpes o sin recursos efectivos para tomar la rienda de sus vidas.

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