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Ana Manrique
Psicóloga del Teléfono de la Esperanza
En mi artículo 'Vulnerables o respetables', dedicado a los ancianos, prometí hablar del grupo de población dee menos edad que en circunstancias muy especiales ha
vivido la situación de confinamiento y vive la actual pandemia.
Seguro
que hemos conocido, oído o sabido del acontecimiento de algún nacimiento
durante estas circunstancias, bebés que han abierto sus ojos a un
mundo que se presentaba diferente para nosotros, pero que será su mundo de
ahora en adelante para ellos. Un nacimiento en estos momentos es transcendente.
Y mucho.
Estos
bebés llegan al seno de familias con progenitores más o menos jóvenes. Y darán sus primeros pasos,
pronunciaran sus primeras palabras, aprenderán sus primeros hábitos con ellos.
Sabemos que antes de la pandemia, buena parte de esta
población “más o menos joven” se enfrentaba a problemas de adaptación social,
de proyección de futuro, de transición de conceptos, de aceptación de límites,
de control de impulsos, de adicciones no sólo a substancias que alteran estados
de conciencia, sino a hábitos o conductas que son insanas para su salud mental
o emocional.
Y
también, ya antes de la pandemia, los profesionales se preocupaban de cómo la sociedad ha generado estímulos
materiales-socio-económicos, excesivamente apetecibles para los jóvenes, sin
haber tenido en cuenta su formación para su uso y disfrute. Tantos y tan
diversos estímulos desde la infancia, sin adultos preparados para guiar sus
límites y control, han saturado a nuestros jóvenes con una sobreinformación,
que ha producido en ocasiones un colapso en sus mentes. Un considerable
porcentaje de esta población joven (infancia, adolescencia y jóvenes sin
preparación) han pasado el confinamiento expuestos a través de las tecnologías
a todos estos estímulos. Sin nadie que les proteja, a veces en soledad,
agravando así sus hábitos de alimentación y sueño.
Necesitamos acercarnos a esos jóvenes, a esos
niños, a esas familias que asisten atónitas a trastornos de comportamiento de
sus hijos y que, tanto unos como otros, tienen infinitas preguntas y sentimientos sin
responder. Escucharlos con atención y apertura de nuestras mentes, sin miedos,
para generar en ellos la confianza suficiente, que les transmita con
consciencia y sentido común, la forma de manejar
los cambios que se avecinan en una economía menos consumista, y la
adaptación con sus propias herramientas a la “nueva normalidad” en la que
vivirán. Así sabrán por ellos mismos,
dar la pincelada humana y compasiva, que cada decisión o conducta necesite, y
puedan desenvolverse con la plenitud y
seguridad para enriquecer sus vidas.
Ayudémosles a dejar de sentirse vulnerables,
torpes o sin recursos efectivos para tomar la rienda de sus vidas.
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