Beatriz Martínez
Orientadora del Teléfono de la Esperanza
He de decir que escuché esta palabra, por
primera vez, ante una terrible y durísima situación personal y en lo que ha
sido mi vida hasta ahora, ha cobrado realmente sentido.
La vida es un viaje apasionante, con muchos
retos, con situaciones adversas, dolorosas, con sufrimiento y cuando aprieta,
frente a la alternativa de “tirar la toalla” o desmoronarnos, tenemos la de
remontar o recuperarnos.
¿Qué es la resiliencia?
El término como tal procede de campos tan
dispares como la ingeniería, la física o la metalurgia y se refiere a la “capacidad
de los materiales de recobrar su forma original después de haber sido sometidos
a algún proceso de presión deformadora”.
De
ahí se extrapola a campos como la psicología, la educación e incluso a la empresa;
a individuos y a grupos.
“Es una capacidad universal que permite a una
persona, grupo o comunidad prevenir, minimizar o superar los efectos
perjudiciales de la adversidad” (The International Resilence Proyect, Canadá
1996).
Es necesario distinguir entre resiliencia y resistencia.
Podemos “resistir” ante una adversidad,
llevar a cabo una oposición ante algo externo, sin llegar a rompernos, aguantar
estoicamente. Pero toda lucha, enfrentamiento o pelea genera sufrimiento,
resignación y victimismo. De esta forma podemos salir maltrechos, sin capacidad
de recuperación o superación y con heridas emocionales y/o espirituales.
O podemos ser más flexibles, más activos, con
capacidad de adaptarnos a las circunstancias que nos toque afrontar. Adoptar la
capacidad de empezar de nuevo e incluso de salir fortalecido. Similar a como se
comportan árbol, y junco ante un huracán. Posiblemente el árbol es más fuerte y
más “resistente”, pero será el junco el que se mantenga en pie. Como también al
bambú que le salva su flexibilidad, no su rigidez.
“La Resiliencia es el arte de navegar en los
torrentes, el arte de metamorfosear el dolor, para darle sentido; la capacidad
de ser feliz incluso cuando tienes heridas en el alma. Más que resistir,
consiste en aprender a vivir” Boris Cyrulnik.
Tampoco es una actitud de impasibilidad ante
los problemas. Los problemas nos afectan, por supuesto, pero existe la creencia
o al menos la intuición de que es posible salir de la situación y de que,
aunque no se puede cambiar, sí se es capaz de afrontarla con buena actitud.
Utilizar la resiliencia no consiste tampoco en
ser insensible. Creo que las emociones son poderosas. Vincularse emocional y
personalmente con los problemas, aceptar el dolor y llorarlo, puede ayudar a
hacer acopio de argumentos, emociones y razones para vivir “a pesar de”.
Foto: www.revistaemprende.com |
¿Es posible entrenarla?
Rafaela
Santos, neuropsiquiatra y presidenta desde 2010 del Instituto
Español de Resiliencia, concluye que sí, que se puede aprender y fomentar. Todo
ello, como concluye en sus investigaciones, gracias a que no es exclusivamente
un recurso psicológico, sino que se basa en una “respuesta neuronal adaptada”
que se puede modelar (neuro-modelación).
Según explica Santos, podemos ante una
situación adversa, enviar al cerebro distintas informaciones. El cerebro, a la
vista de estas informaciones, atenderá la situación como un problema o
como un reto. Ante el problema se activa el miedo, se segregan
cortisol y adrenalina, que nos preparan para la huida, la lucha o el stress (la
resistencia de la que hablábamos más arriba). Si lo interpreta como un reto,
se segregan otras sustancias como la oxitocina por ejemplo y se desarrollan
actitudes de confianza y bienestar, encaminándonos hacia una “actitud
resiliente”.
¿Cómo podemos cultivarla?
Hay una serie de aspectos personales en los
que podemos trabajar:
1. Seguridad
personal. Confianza en uno mismo. Autoestima. El amor a uno mismo está muy relacionado con el amor
que sienten los demás hacia nosotros, con la forma en que nosotros lo
percibimos y en el amor que sentimos por los demás. El amor compartido va
construyendo nuestra seguridad. Crear y fomentar ambientes llenos de amor
aumentan nuestra autoestima y nuestra seguridad. Saberse parte de un todo, ser
conscientes de que desde nuestro sufrimiento podemos ayudar, constituye en
muchas ocasiones una poderosa razón para seguir.
2. Desapego
de las situaciones. Cuanto más nos apegamos a una situación
adversa, más vulnerables nos sentimos. Ser capaz de mirarla desde la distancia,
verla desde distintas perspectivas, nos puede ayudar a entenderla y gestionarla
mejor. Puede ayudarnos a no mantener la situación o su representación en
nuestra mente (incluso en sueños), a no prolongar el sufrimiento en el tiempo.
3. Optimismo.
Pensar bien sobre el futuro. No dejarnos llevar por pensamientos negativos. ¡Todo
va a salir bien! Un buen aliado sería el sentido del humor que nos ayuda a
relativizar las situaciones. Y ¡¡como no!! divertirse (cada uno
según su gusto), también ayuda a aprender el arte de vivir.
4. Educar
la fuerza de voluntad, planteándonos objetivos realistas, claros,
sin abandonarnos a la inacción. Para ello es muy útil vivir de forma consciente
y ordenada aquellas situaciones que nos tambalean. Tomar cierto autocontrol de
forma deliberada y evitar esa tendencia a huir de la dificultad y abandonarse.
Al final la voluntad de que el deseo de transformación se ejecute está, un poco
en nuestras manos de cara a la obtención de un propósito de vida significativo.
5. Saber
pedir ayuda. En nuestra sociedad a veces entendemos que
pedir ayuda es síntoma de debilidad. Ante una situación difícil es vital
reconocer nuestros puntos fuertes y débiles y para estos últimos saber que
pedir ayuda será la mejor forma de que no nos bloqueemos. Todos tenemos un
círculo de confianza, una referencia de donde o a quién acudir para pedir ayuda
o simplemente ser escuchados. Es una ayuda valiosísima para abarcar un proceso
de adaptación y transformación positiva.
La resiliencia en tiempos de pandemia.
En estos tiempos que vivimos podemos
preguntarnos cómo se ha puesto a prueba nuestra capacidad de resiliencia.
Si mi seguridad personal está condicionada
por las relaciones interpersonales, el confinamiento, sin lugar a dudas ha
podido influir negativamente. Nos hemos visto forzados al aislamiento y esto ha
podido generar inseguridades. Pero un confinamiento físico no debería ser
confinamiento social. Hemos seguido fomentando (y debemos seguir haciéndolo)
las relaciones sociales (reinventándonos). Debemos cuidarlas contribuyendo así
a crear ese clima amoroso que refuerza nuestra autoestima y que es como hemos
visto más arriba clave para fomentar la resiliencia.
Aceptemos la realidad y en vez de apegarnos
al sufrimiento reflexionemos sobre cuestiones como estas:
¿Con
esto que está pasando qué podemos hacer? ¿Qué hacemos ahora ante esta
situación, ante esta perdida? Ayudar a una actitud resiliente no enfocar la atención en lo que he
perdido, sino en lo que me queda.
Con lo que tenemos, con lo que se nos permite
hacer ¿cómo puedo reinventarme? ¿De qué recursos personales, fortalezas puedo
hacer uso?
¿Qué hemos aprendido o estamos aprendiendo de
la situación?
¿Cuántas personas se han solidarizado ante el
sufrimiento ajeno y han sacado lo mejor de ellos mismos?
¿De cuántas cosas hemos sido capaces de
reconocer el valor al echarlas en falta?
¿Cuántas habilidades y destrezas hemos
improvisado para relacionarnos?
¿De cuántas pequeñas cosas hemos podido o podemos
aprender a disfrutar?
Démonos cuenta que en la respuesta a estas
preguntas están las claves para una actitud resiliente.
Ahora que sabemos más de lo que significa resiliencia y que, incluso reconozcamos
en nosotros mismos fortalezas resilientes en algún momento de nuestras vidas.
Como curiosidad quizás entendamos mejor la elección del presidente francés
Enmanuel Macron, del nombre con el que bautizó la operación que moviliza el
ejército para la ayuda y el apoyo de la población y de los servicios públicos
para afrontar la pandemia: “Resilience” (Resiliencia).
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