Javier Urra
Dr. en Psicología y Dr. en Ciencias de la Salud
Psicólogo Forense
Académico de Número de la Academia de Psicología de España
Esta
pandemia nos ha cambiado la forma de vivir, y aun la forma de morir. Estamos rodeados
de percepción de soledad, de abandono, de desarraigo, y es que la angustia,
la
impotencia deviene en sintomatología ansiosa.
En
las terribles circunstancias actuales, entre el diagnóstico y la muerte cuando
esta se produce, el tiempo que transcurre es muy breve. Por lo tanto, no cabe
interiorizar, no cabe anticipar el duelo. El contacto prohibido, la despedida
imposible, dificulta la asunción, la elaboración, de la toma de conciencia de
una terrible realidad inevitable.
Nos
cabe un dificilísimo trabajo interno para conectar ambos corazones, para
transmitir aun en la distancia tanto amor como dolor por la pérdida. Pero
plantéese y si el que
hubiera
muerto es usted, ¿cuánto sufriría la persona que tanto quiere y a la que hoy
tanto añora?
Nos
enfrentamos a un duelo diferido, a un duelo por tanto patológico, intenso, prolongado,
asociado como no, a depresión y angustia.
El
duelo, el duelo ordinario pasa por distintas fases: la primera es de shock,
ante la muerte genéricamente se piensa “no puede ser”, “no me lo creo”. La
segunda fase es la de la ira, la cólera contra el mundo, contra la injusta
vida, o proyectada dicha ira contra los demás o contra uno mismo. En este caso
en el que nos encontramos, quizás contra los políticos por no haber prevenido,
contra quien contagió, incluso contra uno mismo por haber salido a la calle y
contagiarse. La tercera fase es la denominada de tristeza o melancolía, un dolor
intenso, continuado, agudo por la pérdida. Y la cuarta es la fase de aceptación,
buscando, y a veces encontrando, un sentido a la vida, que incluye, como no, la
muerte.
Las
emociones precisan ser compartidas, y más cuando son de duelo por los seres queridos.
Y en estas circunstancias no se está pudiendo hacer. La verdad, precisamos formalizar
el adiós. La pandemia desnuda nuestras debilidades, precisamos en ocasiones
llorar y hacerlo a veces en velatorios, funerales, y es que no poder
acompañarnos
va contra nuestro ser. Es por ello, que el duelo se dificulta.
El
velatorio tiene entre otras funciones la asimilación de la pérdida, iniciar la desvinculación,
además, permite algo muy importante: el soporte que se recibe de otros seres
queridos. Esta pandemia impide a quien se muere y a sus seres queridos acompañarse,
despedirse. El duelo se prolonga, el estrés acompaña, la ansiedad, la depresión
hacen aparición. Sentirse desprovisto de apoyo deviene en un trastorno por estrés
postraumático.
Considero
que una vez superemos la pandemia, será muy aconsejable realizar actos formales
de despedida.
Y es
que el recuerdo de que un familiar querido muerto sin sus seres, los que
quisieran haberle acompañado, puede atormentar gravemente y durante toda la
vida a una persona. Es difícil entender el dolor, el sufrimiento de quien se
sabe morir recluido en unidades de aislamiento, alejado de los suyos y sin
posibilidad alguna de contacto.
La
muerte cuesta mucho de asumir y elaborar, aun más cuando no se la ve, cuando no
se la toca, cuando no se la acompaña. Los rituales, los símbolos son muy
importantes
para
los seres humanos, pues necesitamos cuidar a los seres queridos aún más allá de
la vida. Velar un féretro, ver al fallecido nos permite elaborar reflexiones,
sentimientos,
pensamientos,
perdones, un recurso de elaboración, de afrontamiento. Por cierto, no dejemos a
los niños al margen, tenga en cuenta que se enteran y que sufren.
Es
importante que los sanitarios transmitan a los familiares el acompañamiento
hasta el último momento y la lucha por salvarle la vida. También es muy
importante la atención
de
los trabajadores sociales, aportando un teléfono de contacto donde poder llamar
y resolver dudas. Y el seguimiento psicológico, aun telefónico a los 3 meses, a
los 6 y a los 12.
No
neguemos el dolor, no evitemos el sufrimiento, pues más se patologizará el
duelo. La palabra, la palabra como vehículo que une las emociones de las
personas. Y llegados a este punto, quizá, nos quepa despedirnos ante una
fotografía, una música, un objeto de gran significado. Y decir todo lo que se
estime de palabra, o por escrito, sin
culpabilidades,
sin prisas, verbalizando, aflorando el componente espiritual.
Las
videoconferencias pueden, aunque no desde la proximidad, no desde el piel con
piel, desde el contacto, pero las videoconferencias pueden facilitar que
familiares y amigos íntimos transmitan recuerdos y palabras de cariño. Permitirá
verse, acompañarse, llorar juntos.
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