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Ana M. Manrique Mateo
Psicóloga voluntaria en el Teléfono de la Esperanza
Si la muerte por
enfermedad, o accidente, de tráfico o cualquier otro, dejan a los familiares
sumidos en el dolor, prolongándolo a veces con sufrimiento, cuando la muerte
del ser querido es por suicidio, la dimensión y el tiempo de duelo es muy
distinto en tiempo, evolución y resolución. Y ayudar en esos momentos es
complicado, hay que hacerlo de forma muy personalizada.
Hay muchos factores
intervinientes, vínculos, edad, creencias, cercanía, posición funcional del
fallecido dentro de la familia...Vamos a centrarnos en los miembros más jóvenes
que pierden a un ser querido por suicidio.
Hij@s, herman@s,
niet@s.... Estos miembros son los más frágiles y vulnerables. Se enfrentan a
temprana edad a una de las experiencias más dolorosas de la vida. Sienten el
abandono, algo que siempre es traumático en edades tempranas y en la
adolescencia.
Dejar que hablen o
dibujen sus experiencias, responder con naturalidad a sus preguntas, intentar
que entiendan el suicidio como una situación mental, desligando la condición de
padre, madre, abuel@, herman@, amig@ y los vínculos emocionales que esa función
familiar desempeñaba el fallecido, es liberador para ellos.
Es importante ir
separando la muerte del ser querido del momento del cómo murió. En estas
edades, coexisten el riesgo de imitación y el miedo íntimo que sienten de que
algún otro miembro allegado actúe de igual forma.
Hemos de cuidar las
palabras, utilizar los términos precisos, con amable claridad, para evitar el
rechazo o la negación, así ellos podrán expresar los sentimientos que de otra
forma guardarán y desatarán mecanismos impulsivos o de angustia. Si han presenciado el acto o
escuchado narrar el acontecimiento, hablar de hechos de la vida del fallecido
es muy importante, para diferenciar su vida de su forma de morir. Iremos poco a
poco dando sentido a esos acontecimientos e introduciendo el agradecimiento de
haber vivido con esa persona y el privilegio de haber pasado esos momentos
junto a ellos.
Es un proceso lento,
pero ha de ser lento para introducir la serenidad y aceptación en estos
jóvenes. Este proceso es a veces difícil en la propia familia,
por el hecho de estar elaborando cada uno su duelo y los más jóvenes quedan
relegados tendiéndose a no hablar delante de ellos, creyendo que así olvidan, o
no sienten. De esta forma ellos enquistan recuerdos, frases oídas al vuelo,
momentos en los que se les aparta, silencios que se hacen en su presencia.
Algo importante es
hablar con ellos de sus momentos de descanso, de sus horas de sueño... Es este
un hecho a tener en cuenta en las familias, si los más pequeños piden dormir
junto a alguien es bueno que lo hagan. Con los adolescentes a veces es más
difícil, por esto es más necesario, buscar que alguien de su confianza les haga
fácil conversar, ser escuchado, a su ritmo, expresando las explicaciones que
buscan, su dolor insoportable, su angustia aturdidora, su rompimiento con el
ritmo de la vida, su vergüenza difícil de sobrellevar. Su realidad rota.
En los adolescentes hay
también que escuchar su ira, su decepción, su enfado, su desamor-amor, su
desamparo, su culpa... Dejar deslizar estos sentimientos a través de las
palabras hasta intuir su alivio es necesario. Haciendo fluir las palabras sin
cortes que hagan difícil retomar el relato.
Acompañarlos, si lo
desean, en los ritos funerarios, en los momentos nuevos, desconocidos para
ellos, que generan estas situaciones.
A veces si esto ocurre
en pleno curso lectivo, respetar el momento de su vuelta al instituto tanto en
tiempo como en forma. Suelen buscar la huida, el no afrontamiento, el encuentro
con sus compañeros. Aunque en ocasiones son los iguales los que les hacen
normalizar situaciones.
Se preguntan qué ha
ocurrido, qué han hecho ellos para que haya ocurrido este suceso en un
familiar suyo, y recuerdan situaciones de enfrentamiento a las que dan un
sentido negativo, a veces confuso, y engendran el sentimiento de culpa
suponiendo su responsabilidad en la decisión de ejecutar los hechos. Sólo
escuchándoles podremos aliviar esto y descubrir con ellos otro modo de ver
las cosas, de pensar.
Como vemos son muchos
los aspectos que el suicidio de un familiar provoca en los jóvenes, es difícil
hacerles comprender que, que amemos a una persona no significa que seamos
responsables de su actos. Pero toda esta elaboración es lenta y complicada, lo
es en duelos normales, y en duelos por suicidio hay muchos escollos diferentes
que solventar.
Historias y situaciones
de adolescentes con esta problemática, están en el día a día del Teléfono de la
Esperanza. Saber escucharlos es vital en estos momentos.
Procurar ir haciendo un
relato amable y agradecido de hechos y situaciones vividas con la persona que
perdieron, recordar situaciones afables, únicas y personales, que les hagan día
a día retener esto, distinguiéndolo claramente del cómo falleció.
Aceptar y reconocer su
sufrimiento nos hará no precipitar ni acortar artificialmente su duelo.
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