martes, 5 de septiembre de 2017

Consolar el dolor de los familiares de suicidas


Hijos de padres suicidas
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Ana M. Manrique Mateo
Psicóloga voluntaria en el Teléfono de la Esperanza

Si la muerte por enfermedad, o accidente, de tráfico o cualquier otro, dejan a los familiares sumidos en el dolor, prolongándolo a veces con sufrimiento, cuando la muerte del ser querido es por suicidio, la dimensión y el tiempo de duelo es muy distinto en tiempo, evolución y resolución. Y ayudar en esos momentos es complicado, hay que hacerlo de forma muy personalizada.
Hay muchos factores intervinientes, vínculos, edad, creencias, cercanía, posición funcional del fallecido dentro de la familia...Vamos a centrarnos en los miembros más jóvenes que pierden a un ser querido por suicidio.
Hij@s, herman@s, niet@s.... Estos miembros son los más frágiles y vulnerables. Se enfrentan a temprana edad a una de las experiencias más dolorosas de la vida. Sienten el abandono, algo que siempre es traumático en edades tempranas y en la adolescencia.
Dejar que hablen o dibujen sus experiencias, responder con naturalidad a sus preguntas, intentar que entiendan el suicidio como una situación mental, desligando la condición de padre, madre, abuel@, herman@, amig@ y los vínculos emocionales que esa función familiar desempeñaba el fallecido, es liberador para ellos.
Es importante ir separando la muerte del ser querido del momento del cómo murió. En estas edades, coexisten el riesgo de imitación y el miedo íntimo que sienten de que algún otro miembro allegado actúe de igual forma.
Hemos de cuidar las palabras, utilizar los términos precisos, con amable claridad, para evitar el rechazo o la negación, así ellos podrán expresar los sentimientos que de otra forma guardarán y desatarán mecanismos impulsivos o de angustia. Si han presenciado el acto o escuchado narrar el acontecimiento, hablar de hechos de la vida del fallecido es muy importante, para diferenciar su vida de su forma de morir. Iremos poco a poco dando sentido a esos acontecimientos e introduciendo el agradecimiento de haber vivido con esa persona y el privilegio de haber pasado esos momentos junto a ellos.
Es un proceso lento, pero ha de ser lento para introducir la serenidad y aceptación en estos jóvenes. Este proceso es a veces difícil en la propia familia, por el hecho de estar elaborando cada uno su duelo y los más jóvenes quedan relegados tendiéndose a no hablar delante de ellos, creyendo que así olvidan, o no sienten. De esta forma ellos enquistan recuerdos, frases oídas al vuelo, momentos en los que se les aparta, silencios que se hacen en su presencia.
Algo importante es hablar con ellos de sus momentos de descanso, de sus horas de sueño... Es este un hecho a tener en cuenta en las familias, si los más pequeños piden dormir junto a alguien es bueno que lo hagan. Con los adolescentes a veces es más difícil, por esto es más necesario, buscar que alguien de su confianza les haga fácil conversar, ser escuchado, a su ritmo, expresando las explicaciones que buscan, su dolor insoportable, su angustia aturdidora, su rompimiento con el ritmo de la vida, su vergüenza difícil de sobrellevar. Su realidad rota.
En los adolescentes hay también que escuchar su ira, su decepción, su enfado, su desamor-amor, su desamparo, su culpa... Dejar deslizar estos sentimientos a través de las palabras hasta intuir su alivio es necesario. Haciendo fluir las palabras sin cortes que hagan difícil retomar el relato.
Acompañarlos, si lo desean, en los ritos funerarios, en los momentos nuevos, desconocidos para ellos, que generan estas situaciones.
A veces si esto ocurre en pleno curso lectivo, respetar el momento de su vuelta al instituto tanto en tiempo como en forma. Suelen buscar la huida, el no afrontamiento, el encuentro con sus compañeros. Aunque en ocasiones son los iguales los que les hacen normalizar situaciones.
Se preguntan qué ha ocurrido, qué han hecho ellos para que haya ocurrido este suceso en un familiar suyo, y recuerdan situaciones de enfrentamiento a las que dan un sentido negativo, a veces confuso, y engendran el sentimiento de culpa suponiendo su responsabilidad en la decisión de ejecutar los hechos. Sólo escuchándoles podremos aliviar esto y descubrir con ellos otro modo de ver las cosas, de pensar.
Como vemos son muchos los aspectos que el suicidio de un familiar provoca en los jóvenes, es difícil hacerles comprender que, que amemos a una persona no significa que seamos responsables de su actos. Pero toda esta elaboración es lenta y complicada, lo es en duelos normales, y en duelos por suicidio hay muchos escollos diferentes que solventar.
Historias y situaciones de adolescentes con esta problemática, están en el día a día del Teléfono de la Esperanza. Saber escucharlos es vital en estos momentos.
Procurar ir haciendo un relato amable y agradecido de hechos y situaciones vividas con la persona que perdieron, recordar situaciones afables, únicas y personales, que les hagan día a día retener esto, distinguiéndolo claramente del cómo falleció.
Aceptar y reconocer su sufrimiento nos hará no precipitar ni acortar artificialmente su duelo.

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