Juan Manuel Martín
Psicólogo. Voluntario en el Teléfono de la Esperanza
Aunque pueda parecer reciente, desde hace más de veinte años y desde la década de los sesenta del siglo pasado en Estados Unidos, se viene hablando en nuestro país, de una forma de maltrato entre iguales que cada cierto tiempo llama a la puerta de la opinión pública, por la denuncia de casos donde un niño o niña es agredido o lo que es peor, se quita la vida, afirmando no soportar el acoso al que se ve sometido por los compañeros de clase, según expresan en cartas de despedida dirigida a sus familiares. A esta situación de maltrato se le ha dado el nombre de “bullying”. Pero:
¿Qué es el
bullying?
El acoso escolar,
al que siguiendo la costumbre de dar nombres anglosajones más descriptivos a
fenómenos sociales se le suele denominar bullying, es un problema
creciente en las aulas y consiste en cualquier forma de maltrato psicológico,
verbal o físico producido entre escolares de forma reiterada, tanto en el aula,
como a través de las redes sociales (ciberacoso). El objetivo mayoritario del bullying es
el de someter y asustar a las víctimas.
Si bien hay expertos que manifiestan que para que
podamos hablar de acoso escolar este tiene que manifestase al menos durante
seis meses, otros afirman que el acoso escolar depende no sólo de la duración,
sino también de la intensidad, por lo que hablar de tiempo, no es del todo
adecuado.
Un indicador objetivo de que el conflicto entre
iguales puede tratarse de acoso escolar, es que la vida normal del niño o
adolescente se vea perjudicada y alterada por este maltrato reiterado. Cuando
la víctima tiene la expectativa de que el maltrato va a producirse de nuevo,
podemos llegar a la conclusión de que este maltrato es acoso escolar.
Los elementos que intervienen en el acoso escolar
son el acosador, la víctima y los observadores.
El acosador (bully: matón) suele
apoyarse en un grupo contra la víctima que se encuentra en
minoría e indefensa, quedándose sola ya que sus amigos y conocidos
no suelen hacer nada ante las agresiones que sufre por miedo a que les ocurra
lo mismo. Los observadores pasivos, legitiman el
acoso. Algunos pueden participar en el mismo como colaboradores y otros
sencillamente observan el proceso sin intervenir.
El acoso escolar sigue un proceso sumatorio y
crece como una bola de nieve cayendo por la ladera de la montaña: se hace cada
vez más grande si no encuentra nada que la detenga. Lo común es que el acoso
inicial sea verbal, para desembocar en el acoso físico.
El ciberacoso puede desempeñar el
papel de caja de resonancia del que se produce en persona o ser el punto de
partida, mediante la distribución de una grabación ofensiva hacia la víctima.
En cualquier caso el ciberacoso amplifica el acoso escolar de manera
exponencial. La víctima ya no solo es acosada en el horario escolar, sino las
24 horas del día. El correo personal, Tuenti, Facebook, Whatsapp,
redes sociales de fácil acceso con el teléfono móvil, se han convertido en
herramientas de uso cotidiano utilizadas a menudo para insultar, ridiculizar y
amenazar a los compañeros.
Datos de una reciente encuesta realizada por Save
the Children, revelan que en España el 1,6% de los niños y
jóvenes sufren acoso escolar de forma constante y un 5,7% lo
vive de forma esporádica. En el año 2015, 1 de cada 10 niños afirmó
haber sufrido en algún momento, acoso escolar. Un informe de 2010 del
Ministerio de educación hablaba de un 4% de los alumnos españoles.
En dicha encuesta, aparecen
por orden de frecuencia, las siguientes situaciones en que los alumnos sufren
acoso: insultos, directos o indirectos, difusión de rumores, robo o
daño en los objetos de su propiedad, golpes, exclusión y amenazas.
Los motivos de los agresores
para justificar el acoso, el ciberacoso o ambos, son: para
gastar una broma, para molestar, como venganza, porque se le tiene manía al
agredido, porque cree haber sido provocado, por sus características físicas,
por su orientación sexual, incluso por sus aficiones: música,
libros, juegos... Pero la respuesta mayoritaria es: no lo sé
¿Existe un perfil
de víctima y acosador?
No es infrecuente asignar al acosado un perfil de
persona solitaria, que siente vergüenza y culpa, aislado con muy pocos amigos
ya que no es popular en el grupo, suele pasar desapercibido, se le considera
tímido y temeroso, nervioso y preocupado, una persona que no sabe poner
límites.
Por otra parte, del acosador se dice que es una
persona agresiva, dominante, desconfiada y sin la capacidad de ponerse en el
lugar de los demás, con poco control emocional y que necesita llamar la
atención constantemente, no sabe resolver los conflictos sin violencia e
incluso sigue la ley del “ojo por ojo”.
No obstante, cualquier niño o
adolescente puede ser víctima de acoso escolar. No existe un perfil
determinado ni de víctima ni de acosador. El proceso de acoso suele
desencadenarse cuando se pone a un niño en el foco de atención del resto del
grupo y otro compañero, o grupo le maltrata física o psicológicamente.
¿Y qué opinan los
propios adolescentes?
Las encuestas que se hacen a los adolescentes,
revelan que la característica principal del acosado es “ser
diferente a los demás”, la timidez, tener algún defecto físico, creerse
inferior, estar solo y no tener amigos, mostrar miedo ante los demás.
Mientras que de los acosadores piensan que
en muchos casos, sufren malos tratos en casa o han visto como sus padres
pegaban a sus madres. Aceptan y validan el pegar a un hijo como la única manera
en la que tienen los padres de hacerse entender. Otros consideran que es una
manera de llamar la atención ante los demás. Califican al agresor como una
persona que por dentro está vacía, alguien que se cree superior y que debe de
tener algún tipo de problema para actuar de esa manera.
MEDIDAS
PREVENTIVAS
Este artículo quedaría incompleto si nos
limitáramos a realizar una descripción del fenómeno y en todo caso, a
lamentarnos de su existencia, culpando a la sociedad actual del mismo. Creo que
es necesario también señalar una serie de medidas de prevención que los
expertos han diseñado con el fin de que este problema sea atajado desde su raíz
para que ni siquiera llegue a producirse.
1. Actuar contra
la violencia:
Mejorando la calidad del
vínculo entre profesores y alumnos.
Condenando toda forma de
violencia y desarrollando opciones a la violencia para evitar que esta se
reproduzca.
Previniendo la intolerancia,
el sexismo, la xenofobia. Salvaguardando las minorías étnicas y a los niños que
no se ajustan a los patrones de sexo preconcebidos.
Rompiendo la conspiración del
silencio: no mirar hacia otro lado. Hay que afrontar el problema y ayudar a
víctimas y agresores.
2. Pautas de
disciplina:
Disciplina para enseñar a respetar ciertos límites.
Es necesario que las normas sean claras y coherentes y ayuda el que hayan sido
elaboradas con la colaboración de todos los miembros de la comunidad escolar.
La impunidad ante la violencia genera más
violencia: la sanción debe contribuir a diferenciar entre agresores y víctimas.
El respeto a los límites mejora cuando se aprenden
habilidades no violentas de resolución de conflictos como la mediación y
la negociación.
3. Relación y comunicación entre familia y escuela.
Uno de los principales factores de riesgo de
violencia, es el aislamiento de la familia, con respecto a otros sistemas
sociales en los que el niño se relaciona. El apoyo social de la escuela a las
familias puede reducir significativamente el riesgo de violencia, porque
proporciona ayuda para resolver los problemas, acceso a información sobre
formas alternativas de resolver dichos problemas, y oportunidades de mejorar la
autoestima.
4. Aprendizaje Cooperativo
Puede ayudar a prevenir la exclusión y la
posibilidad de violencia en las aulas, Trabajando en clase en equipos
heterogéneos, tanto en educación primaria como en secundaria, puede ayudar a:
adaptar la educación a la diversidad, desarrollar la motivación de los alumnos
por el aprendizaje, mejorar la cohesión del grupo y las relaciones dentro de
éste, y distribuir las oportunidades de protagonismo académico.
5. La resolución de conflictos.
Los conflictos forman parte de la vida y son en
muchos casos, motores de progreso pero en determinadas condiciones, puede
conducir a la violencia. Para mejorar la convivencia educativa y prevenir la
violencia, es preciso enseñar a resolver conflictos de forma constructiva; es
decir, pensando, dialogando y negociando. Un posible método de resolución de
conflictos se desarrolla en los siguientes pasos:
- Definir adecuadamente el conflicto.
- Establecer cuáles son los objetivos, y ordenarlos según su importancia.
- Diseñar las posibles soluciones al conflicto.
- Elegir la solución que se considere mejor y elaborar un plan para llevarla a cabo.
- Llevar a la práctica la solución elegida.
- Valorar los resultados obtenidos y, si no son los deseados, repetir todo el procedimiento para tratar de mejorarlos.
En los programas de prevención de la violencia
escolar que se están desarrollando en los últimos tiempos, se incluyen la
mediación y la negociación como métodos de resolución de conflictos
sin violencia.
Ante el eco que ha tomado este
fenómeno en los medios de comunicación, el Ministerio de Educación
ha activado un teléfono de ayuda, atendido por profesionales especializados,
con un servicio de 24 horas.
Además, la fundación ANAR (Ayuda a Niños y Adolescentes en Riesgo)
presta este tipo de ayuda en el 900202010.
Web: Fundación Anar
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