sábado, 20 de julio de 2013

Las relaciones humanas vistas a través de la Física Cuántica: Dinámicas Relacionales (I)



Antonio Badillo
Psicólogo y voluntario en el Teléfono de la Esperanza

Las relaciones nos transforman, nos hacen como somos. Lo que somos tiene mucho que ver con la clase de interacciones que mantenemos. Como si de un campo de fuerzas se tratara, el equilibrio interdependiente que se establece entre las emociones, sensaciones y pensamientos de cada una de las personas que toman parte en la relación condiciona sus conductas. En nuestras relaciones somos como las partículas de un campo cuántico: condensaciones puntuales de esta energía relacional que se va diluyendo en el conglomerado de sentimientos y creencias de las personas que toman parte en la relación. En nuestras relaciones, por tanto, no siempre somos iguales a nosotros mismos.
Muchas de nuestras relaciones son como un juego de roles que se desarrolla en torno a convenciones sociales: en ellas nuestra expresión se corresponde mucho más con lo que hacemos y con lo que se espera de nosotros que con lo que somos. En esta clase de interacciones casi nunca ocurre nada significativo, son estáticas y casi permanentes, con poco significado y mucho equilibrio y estabilidad, nos sirven para sobrevivir pero no para crecer y expandirnos. La negatividad es más frecuente en estas relaciones superficiales.
Esta clase de relaciones se corresponden bien con el paradigma de la física antes del siglo XIX. La unidad, la reversibilidad, la permanencia, la traslación aunque no la transformación, eran los ejes centrales de la visión del mundo hasta entonces. La física cuántica del siglo XX dio al traste con los principios clásicos y empezó a vislumbrar incertidumbre, movimientos azarosos en la naturaleza y relaciones de indeterminación, promoviendo una nueva mirada para divisar lo que existe que pone en cuestión muchos principios que creíamos inamovibles.
Si bien la mayoría de nuestras interacciones se corresponden con este modelo superficial, por suerte también establecemos otras relaciones más intensas, en las que lo que sucede nos afecta mucho más, nos conmueve, nos hacen disfrutar más pero también, en muchas ocasiones, nos provocan mayor dolor cuando surgen conflictos o se rompen. Por ser precisamente más intensas, son también más frágiles e inestables.
Este tipo de relaciones intensas se ajusta también a principios generales. Estas relaciones, en sus fases iniciales, generan simpatía y atracción entre las personas en relación, pero llega un momento en que la frecuencia de la interacción y la intensidad de los afectos se detienen en un punto. Esto sucede porque a medida que aumenta la frecuencia de interacción y la comunicación de más partes del sí mismo de cada persona, aumentan también las dificultades de sincronización y se producen mayores desajustes. Cuando intensificamos la intimidad parece que surgen más puntos de discrepancia.
El surgimiento de la termodinámica y su concepto de entropía entronizó la tendencia de los sistemas a su degradación irreversible, al paso del tiempo y a la imposibilidad de volver atrás. Algunos ven en la termodinámica una metáfora para explicar la tendencia a que se degraden nuestras relaciones afectivas más intensas.
El primer principio absoluto de la termodinámica dice que la energía ni se crea ni se destruye, sino que se transforma. Seguramente todos podemos recordar relaciones en las que el amor fue convirtiéndose en odio o rabia, y después en indiferencia, distanciamiento y mínima intensidad emocional. Había una energía poderosa que manteniéndose cambio de signo positivo a negativo y luego fue disipándose.
El segundo principio de la termodinámica dice que la entropía del mundo tiende al máximo: la energía se disipa de manera irreversible en el universo y cada sistema, cuando evoluciona, se vuelve más caótico y desordenado que el anterior. Desde el marco de la entropía es posible comprender por qué nuestras relaciones humanas más intensas llegan a un punto en que se deterioran y ya nos resulta imposible volver atrás.

Si estamos condicionados por las relaciones que mantenemos, si nuestras relaciones más intensas nos ofrecen  posibilidad de expansión, transformación y crecimiento personal ¿qué podemos hacer para contrarrestar la tendencia a la degradación irreversible de estas relaciones? ¿cómo podemos seguir disfrutando de ellas y enriqueciéndonos durante más tiempo? ¿estamos abocados al pesimismo en lo referente a nuestras relaciones afectivas más intensas?

1 comentario:

Anónimo dijo...

Qué maravilla de dos artículos. Muchas muchísimas gracias. Me ha ayudado a comprender procesos que solo venía vislumbrando (y padeciendo) hace tiempo. A través de él también abro un nuevo capítulo en la comprensión de mis relaciones y, por tanto, en ellas mismas. Gracias. Muchísimas gracias