Psicólogo y voluntario en el Teléfono de la Esperanza
Las relaciones nos transforman, nos hacen como somos. Lo que
somos tiene mucho que ver con la clase de interacciones que mantenemos. Como si
de un campo de fuerzas se tratara, el equilibrio interdependiente que se
establece entre las emociones, sensaciones y pensamientos de cada una de las
personas que toman parte en la relación condiciona sus conductas. En nuestras
relaciones somos como las partículas de un campo cuántico: condensaciones puntuales
de esta energía relacional que se va diluyendo en el conglomerado de
sentimientos y creencias de las personas que toman parte en la relación. En
nuestras relaciones, por tanto, no siempre somos iguales a nosotros mismos.
Muchas de nuestras relaciones son como un juego de roles que
se desarrolla en torno a convenciones sociales: en ellas nuestra expresión se
corresponde mucho más con lo que hacemos y con lo que se espera de nosotros que
con lo que somos. En esta clase de interacciones casi nunca ocurre nada
significativo, son estáticas y casi permanentes, con poco significado y mucho
equilibrio y estabilidad, nos sirven para sobrevivir pero no para crecer y
expandirnos. La negatividad es más frecuente en estas relaciones superficiales.
Esta clase de relaciones se corresponden bien con el
paradigma de la física antes del siglo XIX. La unidad, la reversibilidad, la
permanencia, la traslación aunque no la transformación, eran los ejes centrales
de la visión del mundo hasta entonces. La física cuántica del siglo XX dio al
traste con los principios clásicos y empezó a vislumbrar incertidumbre, movimientos
azarosos en la naturaleza y relaciones de indeterminación, promoviendo una
nueva mirada para divisar lo que existe que pone en cuestión muchos principios
que creíamos inamovibles.
Si bien la mayoría de nuestras interacciones se corresponden
con este modelo superficial, por suerte también establecemos otras relaciones
más intensas, en las que lo que sucede nos afecta mucho más, nos conmueve, nos
hacen disfrutar más pero también, en muchas ocasiones, nos provocan mayor dolor
cuando surgen conflictos o se rompen. Por ser precisamente más intensas, son
también más frágiles e inestables.
Este tipo de relaciones intensas se ajusta también a
principios generales. Estas relaciones, en sus fases iniciales, generan
simpatía y atracción entre las personas en relación, pero llega un momento en
que la frecuencia de la interacción y la intensidad de los afectos se detienen
en un punto. Esto sucede porque a medida que aumenta la frecuencia de
interacción y la comunicación de más partes del sí mismo de cada persona,
aumentan también las dificultades de sincronización y se producen mayores
desajustes. Cuando intensificamos la intimidad parece que surgen más puntos de
discrepancia.
El surgimiento de la termodinámica y su concepto de entropía
entronizó la tendencia de los sistemas a su degradación irreversible, al paso
del tiempo y a la imposibilidad de volver atrás. Algunos ven en la
termodinámica una metáfora para explicar la tendencia a que se degraden
nuestras relaciones afectivas más intensas.
El primer principio absoluto de la termodinámica dice que la
energía ni se crea ni se destruye, sino que se transforma. Seguramente todos
podemos recordar relaciones en las que el amor fue convirtiéndose en odio o
rabia, y después en indiferencia, distanciamiento y mínima intensidad
emocional. Había una energía poderosa que manteniéndose cambio de signo
positivo a negativo y luego fue disipándose.
El segundo principio de la termodinámica dice que la
entropía del mundo tiende al máximo: la energía se disipa de manera
irreversible en el universo y cada sistema, cuando evoluciona, se vuelve más
caótico y desordenado que el anterior. Desde el marco de la entropía es posible
comprender por qué nuestras relaciones humanas más intensas llegan a un punto
en que se deterioran y ya nos resulta imposible volver atrás.
Si estamos condicionados por las relaciones que mantenemos,
si nuestras relaciones más intensas nos ofrecen
posibilidad de expansión, transformación y crecimiento personal ¿qué
podemos hacer para contrarrestar la tendencia a la degradación irreversible de
estas relaciones? ¿cómo podemos seguir disfrutando de ellas y enriqueciéndonos
durante más tiempo? ¿estamos abocados al pesimismo en lo referente a nuestras
relaciones afectivas más intensas?
1 comentario:
Qué maravilla de dos artículos. Muchas muchísimas gracias. Me ha ayudado a comprender procesos que solo venía vislumbrando (y padeciendo) hace tiempo. A través de él también abro un nuevo capítulo en la comprensión de mis relaciones y, por tanto, en ellas mismas. Gracias. Muchísimas gracias
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