Hace varias semanas Luis Santiago me
preguntó, ¿puedes hacer un artículo para el blog del Teléfono?, le conteste que
sí, e inmediatamente me dijo ¿para cuándo? Yo le respondí, tendremos que
esperar que sople el espíritu de la Navidad.
Aquí os presento el resultado de esa
inspiración.
Dice un estribillo de un villancico popular “Porque
en esta tierra ya no hay caridad”.
La caridad o como se conoce en el mundo laico
la solidaridad, se entiende como la actitud de quien obra desinteresadamente,
en favor del prójimo, sin esperar nada a cambio. Es un sentimiento en el que
una persona se ve conmovida por la situación adversa de otro, lo que motiva una
ayuda, de cualquier índole.
Ser caritativo con los demás, es también un
bien espiritual, que puede contribuir al desarrollo de la comunidad. Quizás el
autor del villancico pensó que es imposible construir un mundo donde quepamos
todos, sin alguna forma de práctica caritativa. Sirva este artículo como
reconocimiento, a los compañeros del Teléfono
de la Esperanza, a las personas que se están incorporando al mismo, y las
Hermanas de Hijas de la Caridad de
Colichet (Churriana), para diferenciar dos vocablos que quisiera
desarrollar: “la ayuda a los demás ” y
el “servicio a los demás”.
Las personas que se acercan a nuestra sede del Teléfono, ante el COVID, nos preguntan ¿Cómo puedo ayudar?. Las Hijas de la Caridad, ante el VIH, preguntaron: ¿Cómo puedo servir?
Dos
pandemias de gran mortalidad
Éstas son dos formas de enfrentarse a la
vulnerabilidad del mundo. VIH y COVID, dos pandemias con similares características:
altamente peligrosas, desconocimiento de las mismas y de gran mortalidad.
Los dos vocablos ayudar y servir, tienen el mismo sentido “salir de uno mismo” como
afirma Víctor Frankl: “La puerta de la felicidad se abre hacia fuera, cuanto
más se quiere abrir hacia adentro, más se cierra”.
La Psicología nos avisa que acompañar a otra persona desde la ayuda o el servicio despierta y vivifica las mismas áreas traumáticas del otro, en uno mismo. Nos pone delante de los ojos nuestra misma vida y nos permite visualizar la relación que tenemos con esa parte nuestra que se activa, que por miedo nos la ocultamos.
Descubrir
la motivación
Por este motivo creo que es necesario
realizar un examen de conciencia para descubrir la motivación que lleva a la
acción de ayudar o servir. ¿Qué,
pensamientos y creencias me motivan para realizar dichas actividades? ¿De dónde
brota ese deseo? ¿Espero algo a cambio?
Tenemos que tener en cuenta, que a veces la
motivación de ayudar o servir, ocultan carencias personales. Puedo correr el
riesgo de utilizarlas para posicionarme en un nivel superior al otro o una
forma de alimentar y engordar el EGO a través de reconocimientos.
Como he comentado antes, tanto la ayuda como el servir, tienen un punto en común que sería el acompañamiento a personas en su proceso y creo que la forma de acompañamiento es el punto de inflexión de ambos términos.
Dos
formas de acompañamiento
“El
significado etimológico de la palabra acompañar proviene del sufijo ‘con’ que significa ‘junto
a’ y ‘pañero’ que procede de ‘pan’. Es decir, el vocablo ‘acompañar’ significa
dos personas que comparten el mismo pan. Así por ende, si se comparte el mismo
pan, se comparte la vida, las conversaciones y los desafíos que la vida nos
depare”. (Virginia Ruiz, radiooncóloga).
Y en ese acompañar se produce el milagro, que
en el encuentro con el otro, da como resultado el encuentro con uno mismo, ya
que no somos seres que vivimos, somos seres que convivimos. Descubrimos algo
fuera de nosotros, que de repente, vibra en nuestro interior y despierta algo
desconocido u oculto.
A nuevos retos, Caridad (Himno Hijas de la Caridad)
Ese acompañar compartiendo el mismo pan, es
la forma que utilizaron las Hijas de la Caridad al tomar la decisión de
acompañar la vulnerabilidad de esas personas que la sociedad expulsaba.
“Servimos a la vida, no porque esté dañada, sino porque es sagrada” (Madre
Teresa). Ellas entendieron la vida como misterio sagrado, sin tener miedo a lo
desconocido. Y ese misterio no requería acción, sino atención (acción y
resultado de atender: abrir los ojos y ver al otro). También requiere escucha y
diálogo, que hablemos unos con otros, que compartamos la vida. Por lo tanto, en
presencia del Misterio crecemos no solo en conocimiento sino también en
sabiduría. Ayudar es la base de curar, pero el servir es la base de sanar. Es por esto que servir y
ayudar son artes a desarrollar.
Existe una gran diferencia entre ambos
conceptos:
1. El servicio, es entre iguales, en él se
permite que cada uno asuma la centralidad en su vida, que reconozca la
importancia de comprometerse con la propia salud y crecimiento, que transite en
las experiencias necesarias para el propio aprendizaje.
2. En la relación de ayuda, aunque es muy
parecido, estamos en planos diferentes. Según Carl Rogers precursor de la Psicología Humanista, la persona que
presta la ayuda (en nuestro caso el orientador), tiene una intención: persigue
que la persona ayudada, entre en contacto con sus propios sentimientos, pueda
expresarlos y ganar confianza en sí misma, creándose dos planos: el ayudador y
el ayudado.
Tenemos que tener en cuenta que ambas actividades, necesitan la disposición y la voluntad de actuar, pero asumiendo un riesgo: que la acción pueda o no salir bien. Este riesgo requiere de un buen trabajo con nuestra vulnerabilidad, ya que esta pone en entredicho el control y la seguridad de la que alardeamos.
La
vergüenza
Pero la vulnerabilidad lleva incorporada un
sentimiento oculto, que es muy difícil observarlo: la vergüenza. Ella es la que
nos hace ocultarnos y nos paraliza para no dar el paso a la acción (“no soy lo
suficientemente bueno para ayudar o servir”), nos recuerda que existe algo en
nosotros, que si otros lo ven no seremos dignos de la relación.
Carl Jung definió la vergüenza como “una emoción que se come el alma”. Es una sensación tan profunda y dolorosa, que nos hace creer erróneamente que no merecemos amor. La vergüenza se alimenta del silencio y de la negación. Se alimenta de esconderse detrás de la ‘perfección’, las mentiras, la falsedad, la mediocridad y la quejumbre. La única manera de desenmascarar la vergüenza y quitarnos el yugo asfixiante en el que nos mantiene, es poniéndola en palabras y llevándola a la luz.
Ser vulnerable
Bob
Marley nos anima y dice: “Descubres que ser vulnerable es la
única manera de permitir que tu corazón sienta un verdadero placer que es tan
real que te asusta”. Por ello, tanto el servicio como la ayuda, no van de
vergüenza ni de fortalezas, van de cómo
nos vivimos con nuestras vulnerabilidades.
La vulnerabilidad, más allá de lo que nos han
hecho creer, es un valor psicológico, una cara más de nuestra realidad como
seres humanos que, como tal, merece ser aceptada. Con ella, no solo asumimos
una parte más de nuestro universo emocional, sino que además, facilitamos una
conexión más íntima a la vez que auténtica con todo aquello que nos rodea.
La vulnerabilidad, y esto merece la pena
recordarlo, no es una indisposición, no es falta de fuerza ni de arrojo
personal, sino un recuerdo de que todos somos finitos, mortales y erráticos.
Señala Brené
Brown, profesora e investigadora en la Universidad de Houston, que la
vulnerabilidad es el lugar de nacimiento del amor, la pertenencia, la alegría,
el coraje, la empatía y la creatividad. ¿Por qué asumir entonces que cuando en
un momento dado nos permitimos ser vulnerables, nos sentimos imperfectos para
realizar la ayudar o servir?
Lamentablemente cuando nos obsesionamos en
mostrar siempre a los demás una competencia absoluta, dureza de carácter,
inflexibilidad e incapacidad para asumir errores, somos nosotros mismos los que
nos aislamos de los demás y no soportamos lo que consideramos debilidades.
Por lo tanto, para ayudar o servir, seamos valientes
y aceptémonos con nuestras luces y sombras, con nuestras fortalezas y
debilidades. Y si caemos en cualquier
tipo de error, tengamos el coraje de levantarnos cuando llegue el momento. Como
dice el Papa Francisco: “En el arte
de ascender el triunfo no está en no caer sino en no permanecer caído. No se
permitan permanecer caídos”
A modo de conclusión: para ayudar o servir
aceptemos nuestra vulnerabilidad, porque es la que nos hace humanos, nos dota
de perfección porque somos capaces de aceptarnos a nosotros mismos y a los
demás con toda su riqueza interior.
Por último, recordar las palabras de Pablo de Tarso: “Aunque conociera todos
los misterios y toda la ciencia, si no tengo amor, no soy nada”.
Y yo
añado “ni se puede ayudar ni servir”
Fuente: Personas sabias que han puesto a
disposicion sus conocimientos siendo la forma de este texto realizado por
Carlos López.
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