Fernando Albuerne López
Psicólogo y voluntario del Teléfono de la
Esperanza
«M» se arranca a hablar: una torrentera sin más
lógica que el sentimiento, el intuirse depositaria de una historia que contar.
Casi no recibe visitas, pero imagina visitantes. Perviven miedos de siempre,
acampan viejas querencias, ahora deformadas y fantasmas de inusitado realismo.
La confusión gana terreno, y su pensamiento se
disuelve vertiginoso. Pero también la alegría salta a sus ojos, la sorpresa a
su cara, la gratitud a sus besos. En lugar esencial, sus rezos: reza sola, a su
ritmo, y con los suyos, al compás posible: cada día más breve, más inocente,
más menudita. La vida declina implacable y a la vez mansa. Recoge la familia
los últimos retazos de su existir: como nunca abre su “libro” y les permite
mirar, escuchar, sentir. La inocencia ha regresado, ya definitiva.
Tiempo
privilegiado para acariciar su candor de nueva niña, lista para viajar a la
otra orilla, persuadida que un gran amor le espera, aunque a veces le
impresione doblar la esquina.
¿Qué hacer cuando, soltando amarras, los mayores
avanzan mar adentro entre la niebla?
Se alejan
apenas viéndonos, hablan sin casi conocernos, extienden su mano sin sujetarnos,
aunque acaso tratemos de retenerlos.
No conozco otro idioma que el del corazón, otra
lógica que la del amor, otro lazo que la libertad. Es hora de acompasarse a su
paso más que empeñarse en ubicarlos en el aquí y ahora; de acoger sus
sentimientos más que pasarlos por el filtro rígido del raciocinio; en sentirlos
más como sujetos que como objetos pensantes; acompañarlos como personas y no
solo cuidarlos como enfermos. Sugiero ahora algunas indicaciones para mantener
una buena comunicación con nuestros mayores.
1. Siéntese frente a él/ella, a su mismo nivel: captará mejor su atención y le dará seguridad;
escúchele con los ojos intensamente (el lenguaje no verbal nos desvela más que
el verbal).
2. Llámele por su nombre, háblele suave y
pausado, hágalo como al adulto que
es, sin paternalismos (no comprenderá la letra, pero lo que es la “música”…).
3. Gesticule sin brusquedad, que palabra y
ademán coincidan, muestre
tranquilidad, no tenga prisas (acompañamiento y cuidado caminan por las veredas
del sosiego y la parsimonia).
4. Acarícielo, tóquelo (el tacto alcanza donde otros registros no llegan), según él/ella lo acepte; no discuta, dígale las cosas en positivo y evite el “no”.
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