Felisa del Pazo es una de las orientadoras más veteranas del Teléfono de la Esperanza. Atiende las llamadas de las personas con problemas desde el año 1977. Felisa es religiosa de la orden de la Sagrada Familia, llegó a Málaga procedente de Madrid donde ya había sido directora de colegios en 1975. Se incorporó al colegio de ‘El Monte’ como tutora de Bachillerato y en ese centro escolar, muy cercano a la sede del Teléfono de la Esperanza, conoció al padre de una alumna, Salvador Rodríguez de Tembleque, una de las personas del grupo fundador de la asociación. Decidió incorporarse al voluntariado del teléfono y no lo ha dejado desde hace cuatro décadas.
¿Cómo era el Teléfono de la Esperanza a finales de los años 70?
No se pedían cursos para hacer la orientación. Se venía con la formación que tuviera cada uno y nos daban charlas sobre Psicología, consumo de drogas y otras formativas. Había un trabajador social, un religioso pasionista que tenía un contacto directo y cálido con todo el mundo. Celebrábamos una misa y luego nos quedábamos charlando.
¿Se perciben muchas diferencias entre el tipo de problemas que exponían las personas en aquella época y ahora?
Ha variado el tema familiar. Ahora hay más problemas familiares y más soledad. También hay más llamadas para pedir información sobre los cursos y estos enriquecen mucho a las personas. Cuando te piden hacer un curso, preguntas, entras en relación y evalúas un poco si a esa persona le vendrá bien una entrevista. Hoy hay mucho enriquecimiento humano, pero muchos no nos conocemos. Se ha perdido familiaridad.
¿Cómo es la coordinación de los orientadores?
Antes era más difícil la coordinación entre los voluntarios. Ahora tenemos un grupo de WhatsApp y nos ponemos en contacto rápido. Si alguien no puede hacer su turno de escucha, otro se le ofrece enseguida. Hay más facilidad para solucionar problemas y crea conocimiento de unos y otros, del grupo. Hay mucha más formación y así se ayuda a los orientadores a formar a los demás. El coordinador manda el acta de la reunión a los que no asisten a la reunión de coordinación.
¿Qué problemas son frecuentes entre los llamantes hoy día y cuales se repetían más antes?
Siempre ha habido soledad, pero la soledad se convierte hoy día en una ansiedad enorme, en deseo de no vivir. Incluso se da la soledad dentro de la propia familia. Antes llamaban hijos drogadictos que le pegaban a sus madres. Ha aumentado el conocimiento del Teléfono de la Esperanza y lo valora, las personas reaccionan de forma muy positiva.
¿Qué aporta su formación y experiencia de vida como religiosa a la atención por teléfono?
El Teléfono de la Esperanza es aconfesional. Son las personas las que tienen fe o no. Si una persona me dice que la fe la mantiene con fuerzas, la apoyo. Si no, no menciono nada. Se trata de respetar los valores que tenga la persona, cualquier persona. Son importantes valores como el perdón, la esperanza, la acogida, saber olvidar y empezar de nuevo. Los valores evangélicos se pueden y se viven muy bien a través del Teléfono de la Esperanza. Sin valores cristianos y valores humanos.
¿Por qué siempre llaman más mujeres que hombres?
Al hombre le cuesta más hablar de temas emocionales, pero llama más para temas más fuertes como rupturas o no poder atender a sus hijos. La mujer habla más de su intimidad. Ahora dicen que llaman muchos hombre por temática suicida.
¿Se reciben muchas llamadas relacionadas con los problemas económicos?
Bueno, la gente llama por problemas psicológicos y a ellos de añaden los económicos. Lo que si me llama la atención es que actualmente hay muchas llamadas en las que las personas se quejan de sufrir malas relaciones en el trabajo. Se quejan de que no cuentan con ellas en situaciones cotidianas: no les hablan, no toman café con ellas o se ríen de esa persona.
¿Cuál es la actitud que debe tener un orientador para atender a las personas que quieren confiarle sus problemas?
La persona que coge el teléfono tiene que estar en paz y bien, aunque tenga sus cosas personales. Si no es así, transmites tus problemas al otro. Es muy importante atenderle con empatía, es decir, ponerte en el lugar el otro. Me encanta cuando acaba la llamada y me dicen “muchas gracias, me he sentido mejor”. Algunas veces siento frustración, cuando noto que cuelga sin haber acabado de hablar lo que tenía que hablar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario