sábado, 18 de junio de 2016

CON OTRAS GAFAS / La esperanza de Francisco contra la fría Europa


El Papa Francisco lava los pies a 12 refugiados el Jueves Santo de 2016

El lunes 20 de junio se celebra el Día Mundial del Refugiado. Sesenta  millones de personas han abandonado sus hogares huyendo de las persecuciones y las guerras. En pleno siglo XXI, el mundo vive el mayor éxodo desde la Segunda Guerra Mundial, según ACNUR. Los conflictos en África y las guerras en Afganistán y Siria han disparado la cifras de personas que han tenido que dejar sus pueblos y ciudades. Como el impacto de un piedra sobre el agua de un estanque, los huidos han ido formando círculos concéntricos de refugio seguro cada vez más lejos de sus lugares de origen. Primero, los desplazados internos, luego los acogidos en estados limítrofes -4,8 millones de personas acogidas en los países vecinos de Siria- y, en el tercer círculo, la tierra prometida europea. Cientos de miles de familias viajan con sus enseres a la espera de acogida en la Europa del asilo y los derechos humanos. La decepcionante respuesta de los dirigentes de la Unión Europea en septiembre de 2015 fue diseñar frías cuotas de reparto por países hasta un total de 160.000. En abril,  solo se había acogido a 1.145 personas de todas las comprometidas. Han llegado con cuentagotas, sobre todo, si tenemos en cuenta que estamos en el continente más rico y con 500 millones de habitantes. Muy lejos todavía de la acogida generosa de Egipto, Líbano, Jordania y Turquía.
La vieja Europa, bloqueada por la falta de previsión, la burocracia y el miedo de grandes sectores de su población, no ha estado a la altura de esta imparable crisis humanitaria. Hace dos años se redujeron los recursos destinados a operaciones de salvamento en el Mediterráneo. Durante el pasado invierno, el cierre de la ruta de fronteras en Hungría y Macedonia y el acuerdo de devolución de refugiados a Turquía a cambio de 2.000 millones ha dejado a estos en manos de la generosidad del pueblo griego y grupos de voluntarios occidentales desplazados o, lo que es peor, optando por tomar la peligrosa ruta de cruzar el Mediterráneo desde Libia. Crecen los beneficios de los traficantes de seres humanos y el número de muertos. Impotentes, hemos visto la oleada de cuerpos flotando tras naufragar sus precarias embarcaciones. En solo diez días entre mayo y junio se contabilizaron 1.400 muertos.
En medio del panorama descrito, clama la voz del papa Francisco que anuncia la necesidad de una vida digna para todos, denuncia la falta de respuesta en el Parlamento Europeo y se compromete a acciones de acogida concretas. En su visita a la isla de Lesbos, Francisco se llevó a tres familias sirias en el avión de regreso a Roma. Además, ha impulsado un programa de acogida a través de pasillos humanitarios mediante la colaboración en red de entidades católicas con gran experiencia en el trabajo con inmigrantes como San Egidio y las iglesias evangélica y metodista italianas. Un gran proyecto humanitario sustentado sobre la colaboración de diferentes confesiones religiosas que ya trabaja en la inserción de unas 90 familias de refugiados en la ciudad de Roma. El programa pretende llegar a 1.000 acogidos en los dos próximos años. Un modelo de actuación que interpela directamente las conciencias de los mandatarios y la sociedad civil.


“En caso de persecución, toda persona tiene derecho a buscar asilo, y a disfrutar de él, en cualquier país”. Declaración Universal de los Derechos Humanos. 
Artículo 14.


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