Queridos amigos voluntarios:
La medalla concedida por el Ateneo de Málaga el 12 de abril, pone
en valor la trayectoria y el trabajo, durante más de cuarenta años, de tantos
voluntarios que han puesto su amor al servicio de los demás.
Me he sentido orgulloso representar en su entrega, a todos los
voluntarios del Teléfono de la Esperanza, pues sois los verdaderos merecedores
de ella. Sin olvidar a los familiares que ayudan a que realicemos nuestra labor
de voluntariado.
Cuando alguien recibe un reconocimiento por mérito propio, podría
verse tentado a engrandecer su ego, pero en este caso no puedo yo colgarme esta
medalla, sino que tengo que dividirla miles de veces, convirtiéndola en miles
de pequeñas partículas, para entregarlas a todos los miles de hombres y
mujeres que debitéis estar conmigo.
Y la tenemos también que entregar a los que llaman desde tantas
partes del mundo y que acuden a nosotros para ser escuchados y ayudados, porque
sin ellos, sin su humildad y su desesperación confiada, tampoco podríamos
recibirla.
Al principio, a través de la conexión entre dos terminales
telefónicas siempre se producía un encuentro entre una persona sufriendo y otra
intentando ayudarla. Hoy día, el acercamiento y la modernidad han hecho que la
palabra metálica y lineal se transforme en un verdadero contacto humano.
El cable telefónico en espiral de aquel teléfono fijo, se ha ido
convirtiendo en una inmensa red de ondas invisibles que vibran entre todos, que
conectan a la gente desde múltiples lugares cercanos y remotos, y en la que se
solapan, sin distinción, los que necesitan ayuda con los que están ayudando,
los últimos que han llegado con los que estaban desde siempre, los que saben y
entienden con los que están aprendiendo, los que dan con los que piden, y los
que escuchan con los que se desahogan.
Ahora los voluntarios procuramos, cada vez más, escucharnos a
nosotros mismos, y así, a los que solicitan nuestra ayuda también los vamos
enseñando a que se oigan a ellos mismos, y a que acaben conectando con todos
los demás.
Hoy no solo hacemos el recorrido de la voz al oído, sino el de las
manos a los ojos, el de los abrazos a las lágrimas, el de la sonrisa a la
mirada, el de la ilusión a la entrega, el de la soledad a los sueños. Y con
esas innumerables actividades cara a cara, decimos que somos más que un
teléfono.
El Teléfono de la Esperanza ha pasado de ser un aparato
electrónico con números y auricular, a convertirse en un enorme corazón rojo,
compuesto por las fibras de todos los que lo integramos. El sonido de la
llamada se ha transformado en el pulso, a un mismo ritmo, de todos nuestros
latidos. Y la escucha hacia el que lo necesita se ha convertido en un tesoro
interior, cuya apertura nos lleva al maravilloso mundo
de la conciencia, al de los sentimientos, al de las emociones, al de los
valores, al de las fortalezas.
Hoy abordamos los problemas desde dentro, desde lo más íntimo y
profundo, y nos abrazamos desde fuera formando una gran familia de iguales.
Por eso esta medalla va a resonar en todos y cada uno de los que
hemos hecho grande esta institución solidaria, y lucirá con orgullo y
brillo en el pecho de todas las personas que alguna vez hayan pisado, marcado o
descolgado el Teléfono de la Esperanza.
Muchas gracias al Ateneo por esta concesión, y a vosotros por
vuestra entrega solidaria.
Un abrazo.
Juan Sánchez Porras
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