Hasta hace unos meses la isla de Lesbos apenas era conocida por algunos turistas que visitan Grecia. El gran éxodo humano de las guerras y conflictos en Siria, Irak y Afganistán la ha colocado en el centro del foco mediático. Allí llegan cada día cientos de hombres, mujeres y niños que apenas encuentran el apoyo de un puñado de voluntarios para reponerse de un duro y peligroso viaje y emprender un largo camino a pie, por las montañas hasta alcanzar los lugares de acogida de las organizaciones humanitarias.
A varios miles de kilómetros, en los despachos de Berlin o Bruselas donde se deciden las políticas que desarrollan el gran mercado interior o las relaciones exteriores, los líderes se enrocan en cumbres, reuniones y contactos multilaterales en los que confluyen diversos intereses. La llegada de cientos de miles de refugiados a Europa ha entrado en esa lógica de procesos lentos y deliberaciones sembradas de desconfianzas entre estados cicateros.
La respuesta a la crisis humanitaria atravesó un periodo vergonzoso de discusión sobre el reparto de cuotas y ahora parece que se ha dispersado en iniciativas puntuales en estados como Alemania y Austria con una contestación interior creciente. De fondo, los zarpazos del terrorismo solo han servido para echar leña al fuego de la desconfianza pagando las familias de inmigrantes y refugiados el injusto precio del rechazo.
La crisis humanitaria está lejos de acabar, como ha indicado Acnur. Solo en la primera quincena de enero de 2016 han muerto 56 personas en el Mediterráneo, según la Organización Internacional para las Migraciones. Las organizaciones humanitarias siguen exigiendo a la UE que habilite vías legales para que los refugiados no tengan que arriesgar sus vidas en el mar.
La sociedad, la gente de a pie se sensibliza con los recién llegados y, como en su día hicieron los habitantes de Lampedusa, o siguen haciendo las organizaciones humanitarias junto a las valla de Ceuta y Melilla, responde con acogida fraternal a los desesperados. Ahora, en la lejana Lesbos, la estimulante novedad solidaria la protoganizan varios grupos de reporteros conmovidos al ver la llegada familias con niños ateridos por el frío.
Llegaron a Lesbos como periodistas y fotógrafos pero a su regreso a España seguían con la cabeza en las playas griegas a las que llegan lanchas cargadas de refugiados a diario. Allí acuden solo voluntarios y no hay rastro de las autoridades europeas ni griegas. "Volví y no podía dormir", cuenta la periodista Elena Herreros que ha lanzado Welcome to Lesbos, un proyecto para ayudar a los refugiados a pie de playa cuando llegan a la isla. Ahora ella y tres compañeros serán los voluntarios. Otra iniciativa similar, Refugee Care, ha sido puesta en marcha por seis reporteros gráficos de medios alternativos.
Estos reporteros y voluntarios critican la inacción institucional. "Miles de personas ponen en marcha su solidaridad constructiva para sustituir a estados incapaces de garantizar la seguridad y la vida", apuntan desde Refugee Care. Elena Herreros apunta que "Grecia está desbordada" y demanda más apoyo de sus socios comunitarios. "Es una vergüenza decir desde Alemania y otras instituciones europeas que se está gestionando mal".
En ese confin de las fronteras europeas se está ejerciendo un periodismo cercano, empático con las personas y comprometido con los derechos humanos. Son hijos naturales de Ryszard Kapuscinski. El gran reportero polaco explicó en 'Los cínicos no sirven para este oficio' que "si se es buena persona se puede intentar comprender a los demás, sus intenciones, su fe, sus intereses, sus difucultades, sus tragedias. Es una cualidad que en Psicología se denomina "empatía". Una forma natural y sincera de compartir el destino y los problemas de los demás.
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