martes, 18 de agosto de 2015

Inteligencia emocional en los jóvenes


Foto: www.blocjoanpi.blogspot.com

Esperanza Muñoz Valderrama.                                       Coordinadora en el Teléfono de la Esperanza de Málaga

Desde que este término invadió los medios y se hizo popular, se anuncia  en multitud de cursos y conferencias, siendo objeto de una gran demanda por parte de una sociedad que va adquiriendo cierta cultura en temas de índole psicológica.

Sin embargo, se puede caer en el peligro de querer aprender de esta terminología, simplemente para “utilizarla”  a la hora de relacionarse con otras personas. Algo así me contaba un muchacho con quien charlaba en confianza. Me decía que conocer de estos temas, producía gran atracción en el sexo opuesto y le ayudaba a “ligar”. En aquel momento sentí tristeza porque en lugar de usar este conocimiento para su crecimiento personal, buscaba utilizarlo para aprovecharse de él.

A Dios gracias, se trata de un caso aislado porque los jóvenes, cuando tienen la ocasión de analizar  y comprender sus emociones, se muestran deseosos de aprender a manejarlas, ya que son conscientes de la felicidad o infelicidad que les producen.

¿Qué es la inteligencia emocional?
Podemos decir que inteligencia emocional es la habilidad para tomar conciencia de las emociones propias y ajenas y la capacidad para regularlas.

La persona joven tiene muy reciente sus vivencias infantiles y, por tanto, en teoría tendría que serle más fácil descubrir cuales han sido las experiencias y las emociones desencadenadas por ellas. Sin embargo, hemos de tener en cuenta que la percepción de estas emociones, hace sentir al exterior como un enemigo del que debe protegerse, y al hacerlo va elaborando una serie de defensas, digamos como especie de capas, que se van superponiendo y lo van alejando del ser auténtico e inocente que en principio era. Esta percepción del exterior como enemigo hace que nos pongamos a la defensiva y estemos dispuestos al contra-ataque casi de continuo. Esto sería actuar desde el “ego”, el miedo de perder algo ó de no conseguirlo.

No somos lo que nos pasa
Podría servirnos el pensar, que la persona, nosotros, hemos tenido una experiencia, pero no somos la experiencia. Podemos mirarla con cierta distancia, y no identificarnos con ella, observarla, ver las emociones que ha desencadenado y preguntarnos qué nos recuerda. Quizás podamos descubrir de donde viene realmente y recordemos alguna situación en que vivimos algo parecido, y que en aquel momento de nuestra vida no comprendimos.  

Somos seres nacidos para sentir, y las emociones se producen en un espacio de relación con otros. En la etapa de la adolescencia y juventud, las relaciones son especialmente importantes. Se necesita el apoyo de amigos, se busca pareja, y se produce un distanciamiento natural de los padres en aras de una mayor autonomía y búsqueda del propio camino.

En este proceso, es de vital importancia el concepto que se tiene de sí mismo. Este se ha ido construyendo según la información que del exterior se ha ido recibiendo. Llegada la edad adulta es necesaria una gran reflexión para descubrir cuanto hay de auténtico en esta imagen que tenemos de nosotros mismos, y cuanto se debe a lo que otros han dicho de nosotros, siendo necesaria la vuelta a la conexión con el ser completo que somos y del que tanto nos queda por descubrir.

El manejo de nuestras emociones es de vital importancia para nuestro “estar” en el mundo. Ante un estímulo, a veces, casi inmediatamente, se produce una respuesta.

¿QUÉ PODEMOS HACER PARA MANEJAR LA SITUACIÓN, SIN QUE SEA ÉSTA LA QUE NOS MANEJE A NOSOTROS?

  1. Pararnos, respirar y serenarnos.
  2. Tomar conciencia de la emoción.
  3. Aceptar y permitirnos tener esa emoción.
  4. Darnos cariño.
  5. Soltarla y dejar ir.
  6. Actuar o no actuar

El control o gestión de las emociones, nos lleva a convertirlas en oportunidades de crecimiento.
Si no tolero o reconozco mis emociones, difícilmente podré reconocer las de los demás.

Cada emoción que sentimos, tiene mucho que enseñarnos sobre nosotros mismos, y por tanto sobre los demás seres humanos, con los que tenemos mucho en común.

Trabajo interior de la persona.
Si percibo el mundo que me rodea: compañeros, amigos, familia, conocidos…como una amenaza,  y ante un comentario, gesto, hecho, lo interpreto como un ataque a mi persona, estaré en situación de experimentar muchas emociones del tipo: ira, celos, envidia, rabia, miedo… Estas emociones me estarán mostrando que hay mucho que trabajar en mi interior y qué camino he de seguir. Son emociones que me sirven para ayudarme a descubrirme.

Ante un estímulo exterior, puedo darme cuenta de que lo que percibo, quizás no sea la realidad, sino una visión desde mi perspectiva.  El otro no es mi enemigo, sino alguien a quien le pasa algo parecido. Así podré dejar fluir mis emociones, sin reprimirlas, comprendiéndome mejor y sin juzgarlas.


Si los jóvenes y todos nos  entrenamos  en esta “disciplina”, estaremos  trabajando por la paz, y de seguro, disminuiría el nivel de agresividad que por desgracia vemos tan a menudo.

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