Esperanza Muñoz Valderrama. Coordinadora en el Teléfono de la Esperanza de Málaga
Desde que este término invadió los medios y se hizo popular, se anuncia en multitud de cursos y conferencias, siendo objeto de una gran demanda por parte de una sociedad que va adquiriendo cierta cultura en temas de índole psicológica.
Sin
embargo, se puede caer en el peligro de querer aprender de esta terminología,
simplemente para “utilizarla” a la hora
de relacionarse con otras personas. Algo así me contaba un muchacho con quien
charlaba en confianza. Me decía que conocer de estos temas, producía gran
atracción en el sexo opuesto y le ayudaba a “ligar”. En aquel momento sentí
tristeza porque en lugar de usar este conocimiento para su crecimiento personal,
buscaba utilizarlo para aprovecharse de él.
A
Dios gracias, se trata de un caso aislado porque los jóvenes, cuando tienen la
ocasión de analizar y comprender sus
emociones, se muestran deseosos de aprender a manejarlas, ya que son
conscientes de la felicidad o infelicidad que les producen.
¿Qué es la inteligencia emocional?
Podemos decir que
inteligencia emocional es la habilidad para tomar conciencia de las emociones
propias y ajenas y la capacidad para regularlas.
La
persona joven tiene muy reciente sus vivencias infantiles y, por tanto, en
teoría tendría que serle más fácil descubrir cuales han sido las experiencias y
las emociones desencadenadas por ellas. Sin embargo, hemos de tener en cuenta
que la percepción de estas emociones, hace
sentir al exterior como un enemigo del que debe protegerse, y al hacerlo va
elaborando una serie de defensas, digamos como especie de capas, que se van
superponiendo y lo van alejando del ser auténtico e inocente que en principio
era. Esta percepción del exterior como enemigo hace que nos pongamos a la
defensiva y estemos dispuestos al contra-ataque casi de continuo. Esto sería
actuar desde el “ego”, el miedo de perder algo ó de no conseguirlo.
No somos lo que nos pasa
Podría
servirnos el pensar, que la persona, nosotros, hemos tenido una experiencia,
pero no somos la experiencia. Podemos mirarla con cierta distancia, y no
identificarnos con ella, observarla, ver las emociones que ha desencadenado y
preguntarnos qué nos recuerda. Quizás podamos descubrir de donde viene
realmente y recordemos alguna situación en que vivimos algo parecido, y que en
aquel momento de nuestra vida no comprendimos.
Somos
seres nacidos para sentir, y las emociones se producen en un espacio de
relación con otros. En la etapa de la adolescencia y juventud, las relaciones
son especialmente importantes. Se necesita el apoyo de amigos, se busca pareja,
y se produce un distanciamiento natural de los padres en aras de una mayor
autonomía y búsqueda del propio camino.
En
este proceso, es de vital importancia el concepto que se tiene de sí mismo. Este
se ha ido construyendo según la información que del exterior se ha ido
recibiendo. Llegada la edad adulta es necesaria una gran reflexión para
descubrir cuanto hay de auténtico en esta imagen que tenemos de nosotros
mismos, y cuanto se debe a lo que otros han dicho de nosotros, siendo necesaria
la vuelta a la conexión con el ser completo que somos y del que tanto nos queda
por descubrir.
El
manejo de nuestras emociones es de vital importancia para nuestro “estar” en el
mundo. Ante un estímulo, a veces, casi inmediatamente, se produce una respuesta.
¿QUÉ
PODEMOS HACER PARA MANEJAR LA
SITUACIÓN , SIN QUE SEA ÉSTA LA
QUE NOS MANEJE A NOSOTROS?
- Pararnos, respirar y
serenarnos.
- Tomar conciencia de la
emoción.
- Aceptar y permitirnos
tener esa emoción.
- Darnos cariño.
- Soltarla y dejar ir.
- Actuar o no actuar
El control o gestión de las emociones, nos lleva a
convertirlas en oportunidades de crecimiento.
Si no tolero o reconozco mis emociones, difícilmente
podré reconocer las de los demás.
Cada emoción que sentimos, tiene mucho que enseñarnos
sobre nosotros mismos, y por tanto sobre los demás seres humanos, con los que
tenemos mucho en común.
Trabajo interior de la persona.
Si percibo el mundo que me rodea: compañeros, amigos,
familia, conocidos…como una amenaza, y
ante un comentario, gesto, hecho, lo interpreto como un ataque a mi persona,
estaré en situación de experimentar muchas emociones del tipo: ira, celos,
envidia, rabia, miedo… Estas emociones me estarán mostrando que hay mucho que
trabajar en mi interior y qué camino he de seguir. Son emociones que me sirven
para ayudarme a descubrirme.
Ante un estímulo exterior, puedo darme cuenta de que
lo que percibo, quizás no sea la realidad, sino una visión desde mi
perspectiva. El otro no es mi enemigo,
sino alguien a quien le pasa algo parecido. Así podré dejar fluir mis emociones,
sin reprimirlas, comprendiéndome mejor y sin juzgarlas.
Si los jóvenes y todos nos entrenamos
en esta “disciplina”, estaremos
trabajando por la paz, y de seguro, disminuiría el nivel de agresividad
que por desgracia vemos tan a menudo.
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