Manos solidarias hacen posibles que cientos de miles de familias españolas puedan comer cada día. Adultos con ingresos ínfimos y niños que son víctimas silenciosas de las injusticias de la sociedad. Son críos que están empezando a vivir y crecen en una España cada vez más desigual, dividida entre los que disfrutan de una situación estable con sus necesidades vitales cubiertas y 12 millones de personas que se sobreviven en la frontera de la exclusión social. Vivimos en uno de los países de la Unión Europea donde más ha crecido la pobreza infantil en los últimos años. Incluso en Navarra, considerada una de las comunidades con la renta media más alta y en la que la diferencia entre ricos y pobres es menor, han tenido que activar un programa, el Proyecto Gosariak, que ha distribuido 9.000 desayunos a niños empobrecidos durante seis meses.
Frente a esa cruda realidad, recibimos con esperanza la existencia de miles de manos solidarias que cada día distribuyen alimentos básicos en un sinfín de entidades, entre las que sobresalen los 55 bancos de alimentos en los que 2.700 voluntarios dedican parte de su tiempo a recoger, almacenar y repartir lo más básico que tiene el ser humano; la comida. Sabemos que para reducir la pobreza y la exclusión social hacen falta políticas públicas de empleo, vivienda, formación e inserción social, muchas entidades reivindican una renta básica de subsistencia, pero mientras tanto los más olvidados necesitan su pan de cada día. Las mujeres y los hombres de los bancos de alimentos se lo sirven a diario. Para que no pasen hambre.
Los bancos de alimentos llegaron en 2014 a 1.640.000 personas, un 9,3% más que en 2013
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