Captura del vídeo realizado por Miguel Romero / El Mundo TV |
Hoy viajamos mentalmente a Wukro, al norte de Etiopía. Un buen día dejaron al borde de un camino polvoriento un hatillo con una niña pequeña. Solo a unos metros de un hospital. Alguien acercó a la niña al centro sanitario, donde los médicos la observaron y le diagnosticaron una gravísima deficiencia mental. No hablaba, era incapaz de fijar su atención y ni siquiera podía controlar su cuerpo. Una familia se ocupó un tiempo de ella y después decidió dejarla en un centro de la Madre Teresa de Calcuta. Allí quedó, en una gran sala junto a numerosos deficientes mentales. Periódicamente, Ángel Olarán, un misionero español, la visitaba, estaba varias horas con ella y comprobaba como la pequeña salía de su letargo, se agitaba, quería incorporarse. Por así decirlo, la chiquilla demandaba algo más que cuidados, reclamaba "más vida". Olarán se dejó "tocar" por lo que latía en aquella sala. Observó y se puso en acción. Alquiló una casa, pagó a una cuidadora y alojó en ella a la niña, a la que entre él y su grupo de voluntarios vascos llamaron Aizea -viento en euskera- al interpretar que un viento la había traído hasta ellos. En la misma casa alojaron también a dos jovencitas, las dos que mentalmente estaban mejor de las alojadas en la gran sala de las religiosas. Tres veces por semana, Aizea es llevada a una clínica donde fisioterapeutas voluntarios trabajaban con ella para mejorar su capacidad de gestos y movimientos. Aizea gana autonomía. Y dignidad como ser humano.
La noticia de hoy nos trae un viento de esperanza, impulsado por el amor y el cariño de un pequeño grupo de personas en un país remoto y olvidado por las televisiones. Una auténtica lección de humanidad que nos reconcilia con lo mejor de lo que somos.
Ver vídeo 'Una niña llamada viento'
Web del Centro de Iniciativas Solidarias Ángel Olarán
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