Nuestro compañero Manolo Montes, orientador en el Teléfono de la Esperanza, ha escrito un vibrante artículo sobre espiritualidad y ecumenismo dedicado a Taizé, un pequeño pueblo francés al que acuden desde hace varias décadas creyentes de diferentes confesiones religiosas a compartir sus experiencias y orar
Manolo Montes
Hace casi cuarenta años que tuve la oportunidad de visitar por primera
mes el templo de la
Reconciliación en Taizé. Esta catedral de lona se encuentra
en un pueblecito francés perdido en medio de Francia; por encima de Lyón y muy
cerca de Macon. A unos pocos kilómetros de Cluny, una Abadía fundada en el
siglo IX. La comunidad de Taizé se fundó en los años cuarenta como lugar de
encuentro y de acogida para las víctimas de la segunda guerra mundial. Allí
fueron atendidos refugiados de todas las nacionalidades, y, actualmente, se ha
convertido en un pequeño paraíso para aquellos que valoramos un lugar humilde
donde reconciliarnos con nosotros mismos y con los demás.
En esas lomas idílicas, se encuentran constantemente grupos de personas
que buscan la verdad sin ningún tipo de fundamentalismos ni certezas absolutas.
Tan solo se busca poner en común las reflexiones que sirven de acercamiento y
de unión, que son muchas y muy aprovechables. Todo ello desde el respeto, la
oración y la búsqueda del Ser Supremo cuyo primer mandamiento es el amor al
prójimo. Allí he dialogado y compartido “el pan de la amistad” con miembros de
todas las confesiones o con la ausencia de ellas, bajo la única condición
imprescindible: el respeto al otro sustentado en la búsqueda, el escuchar y el
compartir. Exponer criterios, no imponer.
Pocas veces he podido entrar en oración con tanta intensidad,
como en las ocasiones vividas allí. Un espacio vacío de imágenes, pero lleno de
personas y de música, de silencios valorativos y de meditación de cortas frases
evangélicas, lo que te permite profundizar en la búsqueda de la verdad.
¡Cuanto tenemos que aprender de esa forma de vivir, de buscar la verdad
y de encontrarse con el hermano! Me recuerda mucho esta actitud la de los
protagonistas de la primera moraga que recogen los anales de forma documentada.
Aquella noche en que Jesús comparte
el pan y el pescado asado con sus discípulos. En la conversación, Jesús no les
echa en cara a nadie lo mal que lo hicieron durante la Pasión , ni los pecados
cometidos; tan solo les dijo, uno a uno, lo que esperaba de ellos: apacienta
mis corderos, pastorea mis ovejas, y que concluyo diciendo: Sígueme.
Me
gustaría que pasáramos, aunque sea mentalmente, por Taizé, o, al menos, le
cogiéramos un poco el aire al legado de aquél Frère Roger, fallecido, víctima
del ataque de una perturbada mientras rezaba. Busquemos lo que nos une, que es
mucho, y esperemos que seamos capaces de no andar tanto por las ramas, actitud que
no nos conduce a nada positivo.
El Papa Francisco nos dijo esta semana algo al respecto, en una homilía
en la que resaltó los criterios de las primeras comunidades cristianas:
El Papa se
detuvo en las tres características de este grupo: era capaz de conseguir la plena
concordia en su interior, de dar testimonio de Cristo hacia fuera, y de impedir
que sus miembros padecieran la miseria: las “tres peculiaridades del pueblo
renacido”. Concordia, testimonio y
caridad.
Tomo nota.
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