sábado, 6 de agosto de 2011

La tortuga


Era el 'líder' de un grupo religioso. Una especie de gurú. Venerado, respetado y hasta amado. Pero se me quejaba de que había perdido el calor de la compañía humana. La gente lo buscaba para obtener ayuda y consejo, pero no se le acercaba como a un ser humano. No se 'relajaba' en su compañía.

¿Y cómo iban a hacerlo? Me fijé en él: era un hombre equilibrado con perfecto dominio de sí, solemne, perfecto. Y le dije: "Tienes que hacer una difícil elección: ser una persona viva y atractiva o equilibrada y respetada. No puedes ser ambas cosas". Se alejó de mi con tristeza. Me dijo que su situación no le permitía ser una persona atractiva y vitalista, ser el mismo en definitiva. Tenía que desempeñar un papel y ser respetado.

Parece ser que Jesús fue un hombre vivo y libre, no una persona superequilibrada y respetada. Sabemos con certeza que sus palabras y su conducta chocaban a muchas personas respetables.


                       El emperador de China oyó hablar de un eremita que vivía en las montañas del Norte y envió a él mensajeros para ofrecerle el cargo de Primer Ministro del reino.                           

Al cabo de muchos días de viaje, llegaron allá los mensajeros y encontraron al eremita medio desnudo, sentado sobre una roca y enfrascado en la pesca. Al principio dudaron que pudiera ser aquél el hombre a quien tenía en tan alto concepto el emperador, pero, tras inquirir en la aldea cercana, se convencieron de que realmente se trataba de él. De modo que se presentaron en la ribera del río y le llamaron con sumo respeto

El eremita caminó por el agua hasta la orilla, recibió los ricos presentes de los mensajeros y escuchó su extraña petición. Cuando, al fin, comprendió que el emperador le requería a él, al eremita, para ser Primer Ministro del reino, echó la cabeza atrás y estalló en carcajadas. Y una vez que consiguió refrenar sus risas, dijo a los desconcertados mensajeros: "¿Veis aquella tortuga como mueve su cola en el estiércol?".

"Sí, venerable señor", respondieron los mensajeros.
"Pues bien, decidme: ¿es cierto que cada día se reúne la corte del emperador en la capilla real para rendir homenaje a una tortuga disecada que se halla encerrada encima del altar mayor, una tortuga divina cuyo caparazón está incrustado de diamantes, rubíes y otras piedras preciosas?".

"Sí, es cierto, honorable señor", dijeron los mensajeros.

"Pues bien, ¿pensáis que aquel pobre bicho que mueve su cola en el estiércol podría reemplazar a la divina tortuga?".

"No, venerable señor", respondieron los mensajeros.

"Entonces id a decir al emperador que tampoco puedo yo. Prefiero mil veces estar vivo entre estas montañas que muerto en su palacio. Porque nadie puede vivir en un palacio y estar vivo".




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