Psicólogo y voluntario en el Teléfono de la Esperanza
Actualmente la problemática de la enfermedad física es bastante diferente de lo que era hace cuatro o cinco décadas. Muchos de los problemas médicos actuales se refieren a enfermedades crónicas relacionadas con el sistema inmunitario, las enfermedades cardiovasculares, las alergias, enfermedades respiratorias como el asma bronquial, patologías del aparato digestivo y otras como la diabetes mellitus.
Los estudios epidemiológicos recientes demuestran que los factores psicológicos pueden desempeñar un papel esencial en la etiología y curso de este tipo de enfermedades. Factores como la presencia de estresores ambientales, las estrategias de afrontamiento, las conductas relacionadas con la salud, las características personales y los modos de reacción al estrés han demostrado ser de especial relevancia en este sentido. Un suceso vital puede contribuir a que se desarrolle un trastorno psicosomático cuando las funciones del aparato psíquico de la persona no dan una respuesta satisfactoria a las demandas de la situación, y el organismo queda instalado en una situación de alarma. Esta alarma no resuelta deja una huella de vulnerabilidad corporal, que tiene tendencia a repetirse debido a la memoria humoral del organismo, que guarda las respuestas frente al estrés de un modo global, y si el afrontamiento ineficaz se mantiene ante nuevas demandas, el organismo queda expuesto a una situación de estrés crónico y continuo, que consume sus recursos y provoca un daño orgánico.
La disociación o negación de alguna de nuestras emociones hace que no podamos elaborar respuestas eficaces frente a los sucesos vitales y determina situaciones de gran contradicción. Si la vida nos pone en situaciones en las que los requerimientos son de la emoción negada, al no poder adaptarnos a la situación, ya que no tenemos la herramienta adecuada, se nos presenta el conflicto: tengo que hacer esto, pero no puedo hacerlo; quisiera decirlo pero no lo nombro; siento pero no lo expreso… la necesidad y la impotencia se colocan en la balanza y pesan por igual, nos paralizamos y no podemos decidir ni actuar. Entonces comienza una situación en la que ejercemos presión contra el cuerpo, a través de la exigencia de la lucha entre lo querido y lo debido, entre el deseo y la obligación, entre lo espontáneo y lo impuesto. Esta presión genera una violencia, cuyos efectos son los mismos que los del estrés, excitación nerviosa y liberación de hormonas y neurotransmisores como el cortisol o la adrenalina. La enfermedad surge cuando las respuestas al estrés no incorporan nada nuevo y se convierten en un círculo vicioso, las señales de alarma no se apagan porque la causa que las originó no se resuelve, las señales del cuerpo tienen que aumentar su intensidad y se convierten en síntomas, y finalmente el daño tisular y físico vence al organismo.
La Psicosomática invita a una concepción diferente del ser humano, superando la visión dualista que toma a mente y cuerpo como entidades separadas: sólo la lectura interactiva es real. Invoca los factores emocionales como corresponsables del curso de nuestra salud, en no menor cuantía que otros, aunque los sutiles hilos a través de los que ejercen su poder sean neurovegetativos, endocrinos e inmunológicos. El cuerpo es el que habla de nuestras emociones.
El enfoque de la Psicosomática precisa de una visión personalizada que vaya desde la enfermedad al enfermo que la padece y que se extienda más allá del disfraz de aparente salud psíquica que muestran superficialmente estos enfermos, como si todo lo anómalo saturara el cuerpo preservándolo de las alteraciones del sentir. No todas las dificultades psicológicas y emocionales se instalan en lo psíquico; las hay que se instalan y expresan en el cuerpo, que se convierte entonces en mensajero del dolor interno que producen la pobreza de los vínculos afectivos, la exigencia excesiva, la baja autoestima, la incapacidad para afrontar las demandas vitales, el bloqueo para expresar emociones y las pérdidas sentimentales. Es necesario poner palabras al cuerpo cuando habla a través de los síntomas, aun al precio de tener que hacer el viaje costoso anímicamente de soportar el dolor emocional que se evitó mediante el dolor físico. Cuando las emociones enmudecidas hallan un cauce para canalizarse el cuerpo no precisa recurrir a la enfermedad para expresarse. Superada la disociación mente- cuerpo, con una mente corporizada y un cuerpo consciente, y esclarecida la utilidad del síntoma en el esquema existencial del individuo, el dolor físico como medio de expresión es innecesario. Entonces sobreviene la salud en su sentido más auténtico.
Los estudios epidemiológicos recientes demuestran que los factores psicológicos pueden desempeñar un papel esencial en la etiología y curso de este tipo de enfermedades. Factores como la presencia de estresores ambientales, las estrategias de afrontamiento, las conductas relacionadas con la salud, las características personales y los modos de reacción al estrés han demostrado ser de especial relevancia en este sentido. Un suceso vital puede contribuir a que se desarrolle un trastorno psicosomático cuando las funciones del aparato psíquico de la persona no dan una respuesta satisfactoria a las demandas de la situación, y el organismo queda instalado en una situación de alarma. Esta alarma no resuelta deja una huella de vulnerabilidad corporal, que tiene tendencia a repetirse debido a la memoria humoral del organismo, que guarda las respuestas frente al estrés de un modo global, y si el afrontamiento ineficaz se mantiene ante nuevas demandas, el organismo queda expuesto a una situación de estrés crónico y continuo, que consume sus recursos y provoca un daño orgánico.
La disociación o negación de alguna de nuestras emociones hace que no podamos elaborar respuestas eficaces frente a los sucesos vitales y determina situaciones de gran contradicción. Si la vida nos pone en situaciones en las que los requerimientos son de la emoción negada, al no poder adaptarnos a la situación, ya que no tenemos la herramienta adecuada, se nos presenta el conflicto: tengo que hacer esto, pero no puedo hacerlo; quisiera decirlo pero no lo nombro; siento pero no lo expreso… la necesidad y la impotencia se colocan en la balanza y pesan por igual, nos paralizamos y no podemos decidir ni actuar. Entonces comienza una situación en la que ejercemos presión contra el cuerpo, a través de la exigencia de la lucha entre lo querido y lo debido, entre el deseo y la obligación, entre lo espontáneo y lo impuesto. Esta presión genera una violencia, cuyos efectos son los mismos que los del estrés, excitación nerviosa y liberación de hormonas y neurotransmisores como el cortisol o la adrenalina. La enfermedad surge cuando las respuestas al estrés no incorporan nada nuevo y se convierten en un círculo vicioso, las señales de alarma no se apagan porque la causa que las originó no se resuelve, las señales del cuerpo tienen que aumentar su intensidad y se convierten en síntomas, y finalmente el daño tisular y físico vence al organismo.
La Psicosomática invita a una concepción diferente del ser humano, superando la visión dualista que toma a mente y cuerpo como entidades separadas: sólo la lectura interactiva es real. Invoca los factores emocionales como corresponsables del curso de nuestra salud, en no menor cuantía que otros, aunque los sutiles hilos a través de los que ejercen su poder sean neurovegetativos, endocrinos e inmunológicos. El cuerpo es el que habla de nuestras emociones.
El enfoque de la Psicosomática precisa de una visión personalizada que vaya desde la enfermedad al enfermo que la padece y que se extienda más allá del disfraz de aparente salud psíquica que muestran superficialmente estos enfermos, como si todo lo anómalo saturara el cuerpo preservándolo de las alteraciones del sentir. No todas las dificultades psicológicas y emocionales se instalan en lo psíquico; las hay que se instalan y expresan en el cuerpo, que se convierte entonces en mensajero del dolor interno que producen la pobreza de los vínculos afectivos, la exigencia excesiva, la baja autoestima, la incapacidad para afrontar las demandas vitales, el bloqueo para expresar emociones y las pérdidas sentimentales. Es necesario poner palabras al cuerpo cuando habla a través de los síntomas, aun al precio de tener que hacer el viaje costoso anímicamente de soportar el dolor emocional que se evitó mediante el dolor físico. Cuando las emociones enmudecidas hallan un cauce para canalizarse el cuerpo no precisa recurrir a la enfermedad para expresarse. Superada la disociación mente- cuerpo, con una mente corporizada y un cuerpo consciente, y esclarecida la utilidad del síntoma en el esquema existencial del individuo, el dolor físico como medio de expresión es innecesario. Entonces sobreviene la salud en su sentido más auténtico.
1 comentario:
Antonio,me ha parecido muy interesante el artículo. Me encantaría leer la segunda parte de la conferencia. ¿Puedo acceder a ella?
Mati
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