sábado, 8 de octubre de 2011

El loto


Mi amigo me tenía totalmente asombrado. Estaba decidido a
demostrar a toda la vecindad lo santo que era. Incluso se había
puesto un ropaje adecuado a dicho propósito. Yo siempre había
creído que cuando un hombre es auténticamente santo, resulta evidente 
para los demás, sin necesidad de ayudarles a que lo
vean. Pero mi amigo estaba determinado a proporcionar esta
ayuda a sus vecinos. Llegó incluso a organizar un pequeño grupo
de discípulos que demostraran ante todo el mundo esa pretendida
santidad. Lo llamaban 'dar testimonio'.


Al pasar por el estanque, vi un loto
en flor e instintivamente le dije:
"¡Que hermoso eres querido loto¡ ¡Y qué
hermoso debe ser Dios, que te ha creado¡".
El loto se ruborizó, porque jamás había
tenido la menor conciencia de su gran
hermosura. Pero le encantó que Dios
fuera glorificado. 

Era mucho más hermoso por el hecho de
ser tan inconsciente de su belleza. Y me 
atraía irresistiblemente porque en modo 
alguno pretendía impresionarme.

En otro estanque situado un poco más allá
pude ver cómo otro loto desplegaba sus
pétalos ante mi con absoluto descaro y me
decía: "Fíjate en mi belleza y glorifica
a mi Hacedor".

Y me marché con mal sabor de boca

Cuando trato de edificar, estoy tratando de impresionar a los demás. ¡ Cuidado con el fariseo bienintencionado ¡


Thony de Mello

1 comentario:

Palmiro dijo...

Ay qué hermoso fábula y qué fácil resulta, por desgracia, ponerse en el lugar del segundo loto.